jueves, 28 de noviembre de 2013

HOMO SAPIENS DEMENS

Homo sapiens demens

El pensador francés Edgar Morin considera, en su obra El paradigma perdido, que el homo sapiens no se distingue únicamente del resto de animales por su inteligencia, sino también por el vigor destructivo de su violencia; por eso, además de sapiens, es asimismo demens, pues tanto razón como locura, sabiduría y demencia, son inseparables ontológicamente desde el momento en que el pensar humano se articula a partir de la dialéctica dualista orden/desorden. El hombre es fruto de una esencia compleja y ambivalente, fruto del pánico que provoca la certeza aplastante de la muerte, y en ella el delirio caótico y la locura destructiva no pueden ser circunscritos únicamente a un período evolutivo previo al civilizado, teóricamente superado. El demens del hombre es el reverso del sapiens, pues ambos se encuentran conectados directamente, y la dialéctica de opuestos no es capaz de resolverse en favor de ninguno de los dos extremos. No hay punto final a la incertidumbre potencial que caracteriza a lo humano.
La conciencia de la muerte es el momento fundamental, pues supone una ruptura decisiva, un desgarramiento traumático con la inmediatez tranquila de la existencia que caracteriza al resto de especies animales. A partir de la certeza de que toda vida es perecedera, la finitud se impone como atributo fundamental de lo existente, con el añadido de que lo humano siempre se ha negado a aceptar esta finitud, y en gran parte todo proyecto cultural siempre ha ido encaminado a erradicar esa certeza bajo el peso de construcciones suprasensibles con vocación de continuidad. Surge así, por ejemplo, la idea de inmortalidad, articulada por el mito y la magia. Pero todo son vanos intentos de suturar la 'escisión originaria' (Hölderlin), la que desfonda toda pretensión de construir identidades fuertes. Desposeído de verdad, el mundo del devenir se idealiza y trascendentaliza, pero el proyecto mismo de sustentación de esa realidad artificial sólo puede mantenerse sobre la clausura, la exclusión y la expiación. A falta de verdad, se impone la necesidad de identidades fuertes, omnicomprensivas y que escapan artificialmente a toda incertidumbre. El demens surge con especial virulencia en esta estrategia de búsqueda de una verdad trascendental; ninguna identidad con vocación de absoluto puede sustentarse si no es apelando al fondo de violencia excluyente e idolátrica que anida en lo humano. De esta forma, todo intento de afirmación de algo implica también directamente su doble, la negación de lo que queda fuera de la selección, necesario para que la afirmación puede llevarse a cabo.
Fruto de la conciencia de lo escindido, el hombre es un ser devorado por la ansiedad, la crisis y la neurosis. Su existencia se convierte en un proceso agónico para articular una identidad que proteja al sujeto de la devastadora realidad presidida por la certeza de la finitud. Su negación trascendental de la muerte lo conduce a la creación de un mundo imaginario poblado de dobles, fantasmas, dioses, ángeles, demonios, culpables, etc. El hombre no asume la realidad de la muerte, pero al mismo tiempo la conciencia intrínseca de la inminencia permite la existencia como hombre, como homo sapiens (demens). Como dice Morin, vemos con unos ojos carentes de mirada limpia, mediatizados por todos los 'puentes' que han intentado e intentan colmar la brecha, llenar la ruptura: paradigmas, creencias, mitos, magia, ideologías, teorías, thematas, etc.

viernes, 1 de noviembre de 2013

DOS FUERZAS EN TENSION: LA AUTOAFIRMACION Y LA INTEGRACION

Dos fuerzas en tensión: la autoafirmación y la integración

BoffBiológicamente los humanos somos seres carentes (Mangelwesen). No estamos dotados de ningún órgano especializado que nos garantice la supervivencia o nos defienda de los peligros, como ocurre con los animales. Algunos biólogos llegan a decir que somos un «animal enfermo», un “faux pas”, (un paso en falso), un «tránsito» (Übergang) hacia otra cosa, y por eso nunca fijado, enteros pero incompletos.
Tal verificación nos obliga continuamente a garantizar nuestra vida mediante el trabajo y la intervención inteligente en la naturaleza. De este esfuerzo nace la cultura que organiza de forma más estable las condiciones infraestructurales y también humano-espirituales para vivir humanamente en sociedad.
Hay que añadir todavía otro dato, presente también en todos los seres del universo, pero que adquiere especial relevancia a nivel humano. Existen dos fuerzas: una es la autoafirmación, y la otra laintegración, que actúan siempre en conjunto en un equilibrio difícil y siempre dinámico.
Por la fuerza de la autoafirmación cada ser se centra en si mismo y su instinto es conservarse, defendiéndose frente a todo tipo de amenaza contra su integridad y su vida. Nadie quiere morir; quiere vivir, evolucionar y crecer. Esta fuerza explica la persistencia y la subsistencia del individuo.
En este punto necesitamos superar totalmente el darwinismo social según el cual solamente los más fuertes triunfan y permanecen. Es esta una media verdad que está a contramano del proceso evolutivo. Este no privilegia a los más fuertes y adaptables. Si fuera así, los dinosaurios estarían todavía entre nosotros. El sentido de la evolución es permitir que todos los seres, también los más vulnerables expresen virtualidades latentes dentro de la evolución. Este es el valor de la interdependencia de todos con todos y de la solidaridad cósmica. Todos, débiles y fuertes, se ayudan para coexistir y coevolucionar.
Por la fuerza de la integración, el individuo se descubre envuelto en una red de relaciones, sin las cuales, solo como individuo no viviría ni sobreviviría. El individuo existe, pero viene de una familia, forma parte de un grupo de trabajo, vive en una ciudad y habita en un país con un tipo de organización social. Está ligado a toda esta cadena de relaciones. Así todos los seres están interconectados y viven unos por los otros, con los otros y para los otros. El individuo se integra, pues, por naturaleza, en un todo mayor. Y aunque el individuo muera, el todo garantiza que la especie continúe permitiendo que otros representantes vengan a sucedernos.
Es sabiduría humana reconocer que llega cierto momento de la vida en el cual la persona debe despedirse para dejar lugar, hasta físicamente, a los que vendrán.
El universo, los reinos, los géneros y las especies y también los individuos humanos se equilibran entre estas dos fuerzas: la de autoafirmación del individuo y la de integración en un todo mayor. Pero este proceso no es lineal y sereno; es tenso y dinámico. El equilibrio de las fuerzas nunca es algo dado, sino algo por hacer y ser alcanzado en todo momento.
Y aquí entra el cuidado responsable. Si no cuidamos, puede prevalecer la autoafirmación del individuo a costa de una insuficiente integración y entonces predomina la violencia y la autoimposición, o por el contrario, puede triunfar la integración a costa del debilitamiento y hasta la anulación del individuo y entonces gana la partida el colectivismo y el achatamiento de las individualidades. El cuidado aquí se traduce en la justa medida y en la autocontención para no privilegiar ninguna de estas fuerzas.
Efectivamente, en la historia social humana, han surgido sistemas que o bien privilegian el yo, el individuo, su desempeño, su capacidad de competición y la propiedad privada como es el caso del orden capitalista o bien hacen prevalecer el nosotros colectivo, la cooperación y la propiedad social como es el caso del socialismo real que fue ensayado en la Unión Soviética y todavía se mantiene, en parte, en China.
La exacerbación de una de estas fuerzas en detrimento de la otra, lleva a desequilibrios, conflictos, guerras y tragedias sociales y ambientales. En lo que se refiere al medio ambiente, tanto el capitalismo como el socialismo fueron depredadores y empeoraron las condiciones de vida de la mayoría de las poblaciones. En ambos sistemas desapareció el cuidado responsable para dar lugar a la voluntad de poder, al enfrentamiento entre ambos e incluso a la brutalidad en las relaciones mundiales, rivalizando en la carrera armamentista y la dominación del mundo.
¿Qué reto se le plantea al ser humano? El del cuidado responsable de buscar el equilibrio construido conscientemente y hacer de esta búsqueda un propósito, una actitud de base y hasta un proyecto político. Portador de conciencia y de libertad, el ser humano tiene esta misión que lo distingue de los demás seres. Sólo él puede ser un ser ético, un ser que cuida de sí y que se responsabiliza de la comunidad de vida. Él puede ser hostil a la vida, situarse como individuo dominador sobre las cosas, pero también puede ser el ángel bueno que se siente integrado en la comunidad de vida, al lado de las cosas. Depende de su empeño mantener el equilibrio entre la autoafirmación y la integración en un todo y no permitir que fuerzas desgarradoras dirijan la historia.
Por ser ético, debe colocarse al lado de aquellos que tienen dificultades en autoafirmarse y así sobrevivir e impedir una integración que destruye las individualidades en nombre de un colectivo amorfo. Es la síntesis a ser siempre construida.
Leonardo Boff escribió El despertar del águila: lo sim-bólico y lo dia-bólico en la construcción de lo real, Vozes 2010.