miércoles, 29 de octubre de 2014

RELIGION Y SEXUALIDAD

Religión y sexualidad

Arregi“¿Sexualidad y religión forman buena pareja?”. Así se anunciaba un debate en el que participé el pasado mes de agosto en Larzac, bellísimo altiplano de Occitania (Francia), donde pastan miles de ovejas y se fabrica queso Roquefort.
Podría decirse, siguiendo con el símil, que sexualidad y religión se llevaron bien al principio, durante mucho tiempo, hasta que la segunda quiso someter a la primera. La sexualidad se sentía habitada por el Misterio Sagrado: la presencia del otro, el placer del encuentro, el milagro de la nueva vida que nace. Pero también se sentía rodeada de amenazas: no hay relación sin conflictos ni hay vida sin muerte.
El conflicto y la muerte son el precio de ese maravilloso invento de la Vida –maravillosa aventura– que es la sexualidad en orden a crear nuevas formas y especies de vida cada vez más complejas; las células que se multiplican reproduciéndose a sí mismas son inmortales, pero nunca pasan de ser perpetua repetición de lo mismo. Y la Vida busca novedad y evolución, pero también desea la difícil armonía de las partes, y no quiere ser devorada por la muerte. Así pues, como la vida misma, la sexualidad está rodeada de misterio y de peligros. Y ambos la llevaron a acercarse a la religión.
¿Y la religión? La religión fue “al principio” una fuente de aliento, más que un sistema religioso. Un ámbito sagrado de comunión, un horizonte de confianza, un camino amplio y libre para acceder a los bienes más excelsos que la Vida intuía en el fondo de su aventura sexual: la dicha de la relación y la plenitud de la vida sin fin. Cuando digo “al principio”, no me refiero a un tiempo, sino a la hondura de la Vida.
La religión fue infiel a sí misma: se olvidó de ser atención, cuidado, aliento, y se volvió sistema. Las religiones se volvieron fortalezas de poder patriarcal, guardianas del orden, autoritarias y celosas. Quisieron controlar la sexualidad y someterla a sus creencias y supersticiones, a sus normas y tabúes, y reducirla a simple función de la reproducción, mirando con recelo, cuando no condenando, todo placer sexual que no se orientara a la reproducción. “Entonces”, la sexualidad rompió con la religión y la expulsó de su casa –su templo de carne–. Y así es en nuestros días. Todavía hoy, cuando la sexualidad se ha liberado incluso de la función reproductiva, las religiones se empeñan por todos los medios en seguir ejerciendo el control sobre ella, pero ya no lo consiguen más que en reductos marginales de un mundo pasado. La sexualidad ha roto con los sistemas religiosos, porque los sistemas religiosos han roto con la vida.
En el debate de Larzac se proyectó primero el film israelí Kadosh. Narra la tragedia de dos hermanas del barrio judío ultraortodoxo de Jerusalén. La mayor, Rivka, está casada con Meir, y no tienen hijos; el rabino decide que la Torah obliga a Meir a repudiar a su esposa, dando por sentado que la esterilidad es cosa de la mujer y que una mujer estéril es un cántaro rajado, inútil. La pequeña, Milka, está enamorada de Jakob, pero es obligada a casarse con Joseph, un joven rabino. Dos mujeres rotas. Solo podrá sobrevivir la que se rebele contra ese orden religioso fundamentalista, asfixiante.
“Me ahogo”, dice Milka. Deja la familia, sale de Jerusalén. Al fondo se divisa la conocida vista panorámica: la explanada del antiguo templo judío, la Cúpula Dorada y la mezquita Al-Aksa, las torres de las basílicas cristianas. ¿Qué es, pues, realmente Kadosh, santo? Es aquello que permite respirar. Es el amor, con transgresión incluida.
¿Pero cómo es que las religiones han acabado queriendo someter la sexualidad hasta asfixiarla, declarándola impura? “Al principio” no fue así, sobre todo en las grandes religiones monoteístas. ¿No leemos en la Biblia judía el Cantar de los Cantares, tan bello y desinhibido y tan poco “religioso”? ¿No ha reconocido el cristianismo en el amor carnal un sacramento de “Dios”? ¿No han exaltado los poetas musulmanes el erotismo más refinado en los tonos más líricos?
Pero no basta con apelar a los orígenes o a los textos sagrados, pues en los orígenes de todas las grandes religiones y en sus textos sagrados están presentes también el machismo, la homofobia y la repulsa del sexo. Las religiones deben eliminar esos y otros residuos de un mundo pasado, aunque “esté escritos” en sus textos sagrados. Solo así podrán volver a su verdadero “origen”, inspirarse en la Vida e inspirar vida.
(Publicado el 19-10-2014 en DEIA y los Diarios del Grupo Noticias)

martes, 28 de octubre de 2014

CRISIS FUFI SANTORI


De El Nuevo Día

Fufi Santori

27 de octubre de 2014

CRISIS

Cada cierto tiempo la sociedad 'americana’ se estremece con homicidios infantiles. En el más reciente, un 'teenager' en una escuela de Seattle, Washington mató a una de sus compañeras  e hirió a otros cuatro antes de quitarse la vida (una de las heridas murió en el hospital).  El pistolero lo hizo con un arma propiedad de su padre.
Niños matando niños. Esta modalidad criminal  parece ser exclusividad de los Estados Unidos de América. ¿Cómo explicarlo?
La violencia que se genera en esa nación surge de una agresividad que se procura, se desarrolla y se glorifica como indispensable en una personalidad ganadora. O sea, exitosa. Por eso,  en ese mare magnum de vida competitiva en la que al prójimo se vence en vez de ayudarse, se promueve el individualismo salvaje, ese que  no permite afectos ni consideraciones que pongan en riesgo el triunfo o sea, la consecución de una meta.
“Winning is everything" es un  aforismo que les llega del deporte y los embriaga al punto de insensibilizarlos en cuanto a los verdaderos valores de la experiencia deportiva que, además de salubristas deben darle prioridad al compartir sobre el competir.
Esa meta que define el triunfo y el éxito en una sociedad capitalista casi siempre es la acumulación de capital; dinero que una vez adquirido se multiplica según lo disponen las reglas del sistema de libre empresa sentando así las bases para desigualdades económicas que definen las clases sociales acentuándose  las diferencias en haberes entre el rico y el pobre o el patrono y el empleado quien, depende de su salario para sobrevivir siendo muy improbable  que pueda lograr hacerse de un capital que lo libere de la esclavitud salarial (wage slavery).
Fue dramático y trágico el despido de un centenar de empleados de Univisión que, de la noche a la mañana se quedaron sin los ingresos que por años recibían para cumplir con sus obligaciones económicas y así mantener a sus familias con cierta calidad de vida decente. Lamentablemente  en  las estrategias corporativas  hay muy poco  espacio para los afectos y todo gira en torno a la acumulación de riqueza para justificar la existencia de la empresa. Al no tener inherencia en las decisiones de cómo se distribuyen las  ganancias de la corporación, el obrero no puede asegurarse una justa participación de la riqueza que él, con su trabajo, ayudó a crear.
Y NO HAY PEOR DICTADURA QUE LA DEL MERCADO
Además, es inherente a la filosofía del capitalista la creencia de que es la empresa la que mantiene al asalariado y no la mano de obra de éste el que enriquece a la empresa.
El caso de Estados Unidos es el de mayor relevancia mundial dado su inconmensurable riqueza complementada por la fuerza militar más poderosa del planeta, combinación que lleva a su gobierno  a influir sobre la vida y economías del resto del mundo y hasta determinar quiénes son los buenos y quienes son los malos en el universo humano. Su sistema democrático de gobierno, tantas  veces vulnerado por la codicia, la corrupción y el prejuicio racial constituye un velo que oculta el tantas veces invisible poder de las oligarquías económico- militares al servicio de los dueños del capital, los ricos, que con sus propósitos  escandalosamente egoístas, propician una desigualdad abismal entre los que tienen y los que no tienen en una proporción que ubica el 60% de la riqueza del país en manos de un  2% de la población.
Ese todos contra todos del libre mercado que glorifica la competencia es un semillero de conflictos que  lleva a la humanidad muy aprisa por el camino de la autodestrucción.   
Solamente  una vacuna de  generosidad (sin adulterar) podría librarnos de ese  ébola sociológico.