sábado, 28 de mayo de 2016

EL CRISTIANISMO COMO PROYECTO CIVILIZATORIO

El Cristianismo como proyecto civilizatorio

  Frei Betto
Conferencia en la Academia Brasileña de Letras – Coloquio “Sociedad y Espiritualidad” –
Adital, 15 de marzo del 2016
El cristianismo, en su versión católica, llegó a nuestro país del brazo con el proyecto colonizador portugués. Integrarse a la civilización, tal como lo entendía la península, era hacerse cristiano. Ésta fue la obsesión misionera de Anchieta: anular las convicciones religiosas de los pueblos originarios de la tierra brasilis, consideradas idólatras, para introducir el cristianismo según la teología europea occidental, en clara agresión a la cultura indígena.
 Los colonizadores trajeron a los africanos como esclavos. Éstos tenían que someterse al bautismo para entrar en el infierno aquí en la Tierra, con la promesa de que, si eran dóciles a la voluntad y a los perversos caprichos de los blancos, habrían de merecer el paraíso celestial como recompensa. En las barracas de los esclavos se predicaba a Jesús crucificado para que se resignaran a los sufrimientos atroces, y en las casas-hacienda al Sagrado Corazón para que abrieran sus cofres a las obras de la Iglesia.
La flauta y la hostia consagrada
A comienzos del siglo 20 un sacerdote destinado a catequizar una aldea del Xingu quedó indignado al constatar que el ritual religioso se centraba en una flauta tocada por el chamán y cuya música establecía la conexión con el Transcendente. Encerrados en sus cuartos, las mujeres y los niños tenían prohibido asistir a la ceremonia.
Escoltado por soldados, el misionero trajo la flauta al centro de la aldea, hizo venir a las mujeres y a los niños y, ante todos, rompió el instrumento musical, rechazado como idolátrico, y predicó sobre la presencia de Dios en la hostia consagrada.
Ahora bien, ¿qué impide que un grupo indígena ingrese en el templo de Candelaria, abra el sagrario, rompa las hostias consagradas y las tire al suelo? Sólo la falta de una escuela suficientemente dotada.
Fe y política
Nosotros, los occidentales, desacralizamos el mundo o, como prefiere Max Weber, lo desencantamos. Hasta el punto de decretar “la muerte de Dios”. Si abrazamos paradigmas tan cartesianos, felizmente en crisis, eso no es motivo para “romper la flauta” de los pueblos que toman en serio sus raíces religiosas.
Hoy se equivoca el Oriente por ignorar la conquista moderna de la laicidad de la política y de la autonomía recíproca entre religión y Estado. Y yerra el Occidente por “sacralizar” la economía capitalista, endiosar la “mano invisible” del mercado y desdeñar las tradiciones religiosas, pretendiendo confinarlas a los templos y a la vida privada.
Los orientales se equivocan por confesionalizar la política, como si las personas se dividiesenentre creyentes y no creyentes (o adeptos a mi fe y los demás). Cuando la línea divisoria de la población mundial es la injusticia que margina a 4 mil de los 7 mil millones de habitantes.
A su vez los occidentales caen en el grave error de pretender imponer a todos los pueblos, por la fuerza y por el dinero, su paradigma civilizatorio fundado en la acumulación de la riqueza, en el consumismo y en la propiedad privada por encima de los derechos humanos.
Un cristianismo a imagen y semejanza del capitalismo
Muchos de nosotros, presentes en esta sala de la Academia Brasileña de Letras, somos hijos e hijas del siglo 20 y nacimos en familias católicas. Fuimos bautizados y crismados, hicimos la primera comunión, aprendimos a rezar y a tenerles devoción a los santos y santas.
Ese cristianismo casaba perfectamente con la moral burguesa que divorciaba lo personal de lo social, lo privado de lo público. Era pecado el masturbarse pero no el pagar un salario injusto a la empleada doméstica recluida en la casa en un cuartucho irrespirable, desprovista de derechos laborales y obligada a desempañar múltiples tareas. Era pecado faltar a misa los domingos, pero no el impedir a una niña negra el asistir al colegio religioso de los blancos. Era pecado tener malos pensamientos, pero no el gastar en licor en una noche lo que el mesero que servía no ganaba en tres meses de trabajo.
Como señaló Max Weber, el cristianismo dotó de espíritu al capitalismo. Hay que tener fe en la mano invisible del mercado, así como se cree en el Dios que no se ve. Hay que estar convencido de que todo depende de méritos personales, y que la pobreza es resultado de pecados capitales como la pereza y la lujuria. Hay que tener presente que son muchos los llamados pero pocos los elegidos para disfrutar, ya en la Tierra, las alegrías que el Señor promete a los escogidos en las mansiones celestiales…
No fue el cristianismo quien convirtió al imperio romano en la época de Constantino. Fueron los romanos quienes convirtieron a la Iglesia en potencia imperial. De igual modo, no fue el cristianismo quien evangelizó a Occidente sino que fue el capitalismo occidental quien lo impregnó del espíritu de usura, de individualismo, de competitividad. ¿Y qué es lo que la historia exhibe como resultado?
Todas las naciones esclavistas de la modernidad eran cristianas. Eran cristianas las naciones que promovieron el genocidio indígena en América Latina. Es cristiano el país que cometió el mayor atentado terrorista de la historia al calcinar a miles de personas con las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Eran cristianos los gobiernos que desencadenaron las dos grandes guerras del siglo 20. Ostentaban el título de cristianas las dictaduras que, en el siglo pasado, proliferaron en América Latina, patrocinadas por la CIA. Cristianos son los países que más devastaron el medioambiente. Como son cristianos los que producen más pornografía y abastecen el narcotráfico. Y son cristianas muchas naciones, como el Brasil, en las que se torna insultante la desigualdad social.
¿De qué diablos de cristianismo estamos hablando? Ciertamente no del que reflejaría en la práctica los valores proclamados por Jesucristo.
¿Jesús vino a fundar una religión?
Fuimos educados en la idea de que Jesús vino a fundar una religión o una Iglesia. Eso no concuerda con lo que dicen los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, principales fuentes sobre la persona de Jesús.
En todos esos evangelios la palabra Iglesia (ecclesia, en griego) sólo aparece dos veces, y sólo en el evangelista Mateo. Y esos evangelios constatan que Jesús fue crítico severo de la religión vigente en la Palestina de su tiempo, para lo cualbasta con leer el capítulo 23 de Mateo.
La expresión Reino de Dios (o reino de los cielos en Mateo) aparece más de cien veces en boca de Jesús. El teólogo Alfred Loisy decía que Jesús predicó el Reino, pero lo que llegó fue la Iglesia…
Jesús vivió, murió y resucitó en el reino de César, título dado a los primeros once emperadores romanos. Desde el año 63 antes de nuestra era Palestina estaba sometida al dominio del imperio romano. Era una simple provincia fuertemente controlada política, económica y militarmente desde Roma. Toda la actuación de Jesús se dio bajo el reinado del emperador Tiberio Claudio Nero César, que permaneció en el poder desde el año 14 al 37. La Palestina en la que vivió Jesús estaba gobernada por autoridades nombradas por Tiberio, como el gobernador Poncio Pilatos (que, curiosamente, quedó inmortalizado en el Credo cristiano) y la familia del rey Herodes. Predominaba allí una sociedad tributaria dirigida por un poder central mantenido por los impuestos cobrados al pueblo, tanto el de las comunidades rurales como el de las ciudades.
Por tanto, hablar de otro reino, el de Dios, dentro del reino de César, equivaldría hoy a hablar de democracia en tiempo de dictadura. Lo cual explica el por qué todos nosotros, cristianos, somos discípulos de un prisionero político. Como tantos perseguidos por gobiernos autoritarios, que estuvieron encarcelados, torturados y asesinados, él también fue apresado, torturado, juzgado por dos poderes políticos y condenado a muerte en cruz. La pregunta que hay que hacer es: ¿qué tipo de fe tienen hoy los cristianos que ni reaccionan ante este desorden establecido, en el cual, según la Oxfam, 62 familias tienen en sus manos la fortuna equivalente a lo que poseen 3,600 millones de personas, o sea la mitad de la humanidad?
Al contrario de lo que muchos piensan, para Jesús el Reino de Dios no era algo de arriba, del cielo, sino que era algo que debía ser conquistado en esta vida y en esta Tierra. “Vine para que todos tengan vida, y vida en abundancia” (Juan 10,10). Y él mismo fue, por excelencia, el hombre nuevo, prototipo de lo que debieran ser todos los hombres y mujeres del ‘Reino’ futuro, la civilización del amor, de la justicia y la solidaridad.
Las bases de ese proyecto civilizatorio y sus valores están reflejados en la práctica y en las palabras de Jesús. Si actuamos como él, ese nuevo mundo se hará realidad. Ésta es la esencia de la promesa de Jesús.
La centralidad de lo humano
Usted puede no tener fe cristiana e incluso aversión a la Iglesia. Pero usted va por el camino de Jesús si es una persona hambrienta de justicia, despojada de cualquier prejuicio respecto a los seres humanos, capaz de compartir sus bienes con los necesitados, de preservar el medioambiente, de tener compasión y saber perdonar, y de ser solidario con las causas que defienden los derechos de los pobres.
Jesús no vino a abrirnos las puertas de los cielos. Vino a rescatar la obra originaria de Dios, que nos creó para vivir en un paraíso, según el libro del Génesis. Si el paraíso no se realizó es porque abusamos de nuestra libertad por el ansia de hacer mío lo que, por derecho, es de todos.
Jesús no vino como un extraterrestre que trajera un catálogo de verdades extrañas a nuestro mundo. Vino a re-velar, a desvelar, a quitar el velo, o sea a hacernos ver lo que ya es parte de nuestro proceder, de nuestra práctica cotidiana, pero de cuyo valor trascendente no teníamos ni idea.
Vino a despertarnos: el mundo que Dios desea tiene ese perfil, esas características. Un mundo en el que no haya excluidos, hambrientos ni tratados injustamente. Un mundo en el que la solidaridad reine sobre la competitividad y la reconciliación sobe la venganza.
Ese proyecto de Dios, anunciado por Jesús, tiene su centralidad, no en Dios, sino en el ser humano, imagen y semejanza de Dios. Sólo en la relación con el prójimo se puede amar, servir y dar culto a Dios.
Los misioneros que colonizaron América Latina quemaron indígenas, como el cacique Hatuey, en Cuba, por dar culto a otro dios distinto del de los cristianos. Ahora bien, Jesús nopredicó a los fariseos y saduceos otro Dios, diferente de aquel a quien daban culto los judíos en el templo de Jerusalén. Predicó que el ser supremo para el ser humano es el ser humano. En Mateo 25, 31-46 Jesús se identifica con el hambriento, el sediento, el emigrante, el desnudo, el enfermo, el prisionero. Y recalca que sirve a Dios quien libera al prójimo de un mundo que produce esas formas de opresión y exclusión.
Por tanto lo que Jesús vino a introducir entre nosotros no fue una Iglesia o una nueva religión, sino un nuevo proyecto civilizatorio, basado en el amor al próximo y a la naturaleza, en el compartimiento de las bienes de la Tierra y de los frutos del trabajo humano. Una nueva civilización en la que todos quedarían incluidos: ciegos, cojos, leprosos, mendigos y prostitutas. Y en la cual la vida, don mayor de Dios, sería disfrutada por todos en plenitud.
¿Cómo lograr semejante proyecto civilizatorio? Jesús acentuó nítidamente que para eso es necesario renunciar, como valores o meta de la vida, al tener, al placer y al poder, simbolizados en los episodios de las tentaciones sufridas por él en el desierto (Lucas 4, 1-13). Y, al contrario de lo que se supone, quien lo hace encuentra lo que todo ser humano más ansía, la felicidad o, en términos del Evangelio, la bienaventuranza, explicitada por Jesús en ocho vías que imprimen sentido altruista a nuestras vidas (Mateo 5,3-12). Hay que ser solidario con los excluidos, como hizo el buen samaritano; compasivo, como el padre del hijo pródigo; despojado, como la viuda que donó al templo el dinero que necesitaba. Hay que asegurar a todos condiciones dignas de vida, como se dice en el relato de la multiplicación de panes y peces. Hay que denunciar a los que ponen la ley por sobre los derechos humanos y hacen de la casa de Dios una cueva de ladrones. Hay que hacer de nuestra carne y sangre pan y vino para que todos, como hermanos y hermanas, en torno a la misma mesa, comulguen en el milagro de la vida unidos por un solo Espíritu.
Ahora bien, si estamos de acuerdo con el fundamento de toda la predicación de Jesús -de que el ser supremo para el ser humano es el mismo ser humano- entonces sólo nos falta preguntar por qué tantos seres humanos, en este mundo globocolonizado en que vivimos, están condenados, por estructuras injustas, a la miseria, a la exclusión, a la emigración forzosa, a la muerte precoz, en fin a una vida de sufrimiento y opresión.
Y tengan o no fe en Dios, todos los que se comprometen en combatir las causas de la injusticia hacen la voluntad de Dos según la palabra de Jesús. Y así demuestran que ese “reino de César” debe ser abolido para dar lugar a otro reino, en el cual todos tengan asegurados, por sus estructuras, la vida en plenitud. En eso se resume el proyecto de Dios para la historia humana y la utopía anunciada por Jesús.
Frei Betto es escritor, autor de “Un hombre llamado Jesús”, entre otros libros.

jueves, 26 de mayo de 2016

RENOVAR LO IGLESIA ES HACER ACTUAL EL RECUERDO PELIGROSO DE JESUS - JOSE M CASTILLO

"La última cena de Jesús con sus discípulos no fue un ritual religioso"

José María Castillo: "Renovar la Iglesia es hacer actual el 'recuerdo peligroso' de Jesús"

"La Eucaristía no consiste en 'decir misa': se puede hacer eso y no celebrar la Cena que quiso Jesús"

José María Castillo, 26 de mayo de 2016 a las 08:36
 Lo que instituyó Jesús fue un "proyecto de vida", que se expresa simbólicamente y que hace presente la persona y la vida de Jesús, en nuestras vidas y en nuestra sociedad
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ültima cena

  • ültima cena
  • La Última Cena, de Leonardo da Vinci
  • Grupo escultórico sobre la Última Cena, de Venancio Blanco.
  • La Última Cena, de Salzillo, abre el Vía Crucis
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  • La Última Cena, de Leonardo da Vinci
  • Grupo escultórico sobre la Última Cena, de Venancio Blanco.
  • La Última Cena, de Salzillo, abre el Vía Crucis
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  • La Última Cena, de Leonardo da Vinci
  • Grupo escultórico sobre la Última Cena, de Venancio Blanco.
  • La Última Cena, de Salzillo, abre el Vía Crucis
(José María Castillo).- Si la Iglesia quiere renovarse en serio y a fondo, una de las primeras cosas que tendría que hacer es renovar en serio y a fondo el recuerdo de Jesús. No meramente recordando lo que sucedió cuando Jesús andaba por el mundo. Sino actualizando lo que ocurrió entonces.
Es decir, la liturgia tiene que celebrarse de tal manera que se haga presente, en lo que vivimos ahora, lo que Jesús vivió, hizo y decidió cuando estaba en esta vida. Concretamente lo que ocurrió la noche aquella en que cenó, por última vez, con el grupo de personas que le acompañaron y compartieron lo que él vivió y cómo lo vivió. En aquella ocasión, Jesús dijo: "Haced esto en recuerdo mío" (1 Cor 11, 24. 25; Lc 22, 19). Lo cual quería decir: "Haced esto para que me tengáis presente", como en seguida explicaré.
Lo que acabo de indicar se basa en un presupuesto previo: la última cena de Jesús con sus discípulos no fue un ritual religioso. El ritual de la "cena pascual" que celebran los judíos, con motivo del pèsaj, la fiesta del cordero, que marcó el punto de partida de la liberación de los judíos esclavos en Egipto (Ex 12). Por supuesto, sabemos que, según los evangelios sinópticos, la última cena fue la cena de Pascua (Mc 14, 12; Mt 26, 17; Lc 22, 7). Pero el evangelio de Juan, que se escribió después que los sinópticos, puntualiza este dato capital indicando que la cena se celebró antes de la Pascua (Jn 13, 1; 18, 28), de forma que Jesús murió el día de la Preparación de la Pascua (Jn 19, 14; cf. 19, 31. 42). Y san Pablo, que nos ha conservado el recuerdo más antiguo de la cena, ni menciona la Pascua (1 Cor 11, 23).
Además, en ninguno de los relatos de la Cena se menciona el cordero pascual, ni se habla de las hierbas amargas, ni hay alusión alguna a los mazzen, ni de la haggadà, ni del primer hallel, ni se mencionan las cuatro copas que eran esenciales en el ritual judío de la Pascua. No hay, pues, traza ni indicio alguno de que allí se estuviera celebrando un ritual sagrado (Ulrich Luz, El evangelio según san Mateo, vol. IV, Salamanca, Sígueme, 2005, 138-139).
Ahora bien, si aquello no fue un "ritual sagrado", sino una "cena", en la que se vivieron una serie de experiencias muy fuertes, cuando Jesús les dice a sus "amigos" (Jn 15, 14-15): "Haced esto en memoria mía" (1 Cor 11, 25) o sea,"Haced esto para que me tengáis presente", sin duda alguna, el término "esto" (toûto) engloba la cena entera, no únicamente el pan, sino el conjunto de experiencias vividas allí aquella noche(François Bovon, El evangelio según san Lucas, vol. IV, Salamanca, Sígueme, 2010, 282-283).


Hacer lo que allí dijo Jesús no es repetir rutinariamente un ritual, sino actualizar (hacer presente y operante hoy) lo que allí se vivió aquella noche. El "recuerdo", la "anamnêsis", según la raíz original zkr, quiere decir "hacer presente el pasado" (H. Patsch, en Diccionario Exegético del Nuevo Testamento, vol. I, Salamanca, Sígueme, 2005, 251-254).
Pero, ¡atención!, estos datos no son meras matizaciones - por lo demás, muy elementales - de erudición. Nada de eso. Aquí se juega el ser o no ser de la autenticidad o del fracaso de lo que Jesús quiso. Sabemos que Jesús no fue amante, ni practicante de ritos, ceremonias, altares y templos. Jesús centró sus preocupaciones en tres cosas: el "sufrimiento humano" (curaciones), la "alimentación compartida" (comidas y comensalía, sobre todo con pobres y pecadores), las "relaciones humanas" (sermón del monte, en Mt, o de la llanura, en Lc). Al proceder así, Jesús desplazó la religión: la sacó del templo, la disoció de los "rituales" y la puso en el centro y en el conjunto de la "vida".
Aquí y en esto está la clave y el secreto de todo lo demás. ¿Por qué? Porque hoy está sobradamente demostrado que los ritos constituyen un factor tan importante en la pervivencia de las sociedades humanas, que, desde hace incontables generaciones, los ritos (religiosos, políticos, sociales...) son decisivos en la integración o exclusión del individuo en la sociedad y, en general, en el sistema establecido (Walter Burkert, La creación de lo sagrado, Barcelona, Acantilado, 2009, 60 ss; ID., Homo necans, Barlona, Acantilado, 2013, 50-61). Pero no se trata de esto solamente. Porque los ritos integran al sujeto en el sistema de tal forma, que, al mismo tiempo que el sujeto hace suyos los valores del sistema, por otra parte, esos mismos ritos no modifican la conducta del sujeto que los cumple. Concretamente, un piadoso creyente se puede pasar cuarenta años comulgando a diario, y al cabo de ese tiempo sigue teniendo los mismos defectos que tenía el día que inició su comunión diaria. Y es que el ritual, por sí solo, no solamente no modifica la conducta, sino que además tiene la virtualidad de tranquilizar la conciencia del observante.
Entonces, ¿qué quiso decir Jesús cuando afirmó en la Cena: "Haced esto en memoria de mí"? No se refería simplemente a repetir lo que llamamos ahora "las palabras de la consagración". Porque esta referencia al recuerdo o memoria (anamnêsis) lo introdujo san Pablo (1 Cor 11, 24. 25), del que depende el relato de Lucas (22, 19), para motivar a la comunidad de Corinto, al decirles a aquellos cristianos que lo que ellos hacían - y tal como lo hacían -, en realidad aquello ya no era la Cena del Señor. Literalmente: "eso ya no es comer la Cena del Señor" ("oúk éstin kyriakòn deipnon phagein") (1 Cor 11, 20) (H. Patsch, o. c., 252-254). O sea, en Corinto, realizando exactamente el rito, realmente no celebraban la eucaristía. ¿Por qué? Porque la comunidad de Corinto estaba dividida. No por ideas teológicas, sino por la forma de vida que llevaban. Concretamente, porque allí había ricos y pobres. Y cuando se reunían para la eucaristía, los ricos comían hasta emborracharse, mientras que los pobres se quedaban con hambre (1 Cor 11, 21).
Es decir, lo que pasaba en Corinto es que allí se repetían las palabras del Señor, pero allí no había una comunidad unida en la que quienes tenían dinero y comida lo compartían con los demás. Cada cual iba a lo suyo. Y Pablo afirma: donde hay división entre ricos y pobres, por mucho y muy bien que se repitan las palabras de Jesús, en realidad la memoria de Jesús está ausente. No se recuerda a Jesús. En esas condiciones, se dirá misa, pero allí no está Jesús. (J. D. Crossan, J. L. Reed, En busca de Pablo, Estella, Verbo Divino, 2006, 398-405).
Conclusión: la Eucaristía no consiste en "decir misa", observando exactamente lo que manda la Sagrada Congregación de Ritos (o del Culto divino). Se puede hacer eso y no celebrar la Cena que quiso Jesús. Y tal como la quiso Jesús: haciéndonos esclavos unos de otros (Jn 13, 12-15), queriéndonos unos a otros, como él nos quiso (Jn 13, 33-35), mojando todos en el mismo plato, como él lo hizo (Jn 13, 20). Celebrar la Eucaristía no es repetir literalmente un "ritual". Eso es una misa que nos tranquiliza (incluso nos da devoción). Pero eso no es lo que instituyó y quiso Jesús: el "recuerdo peligroso" (J. B. Metz, La Fe en la historia y en la sociedad, Madrid, Cristiandad, 1979, 100-102; 210-211), que hace actual la subversión de esos presuntos valores que se sostienen repitiendo los ritos.
Lo que instituyó Jesús fue un "proyecto de vida", que se expresa simbólicamente y que hace presente la persona y la vida de Jesús, en nuestras vidas y en nuestra sociedad. El día que resulte más "peligroso" ir a misa que acudir a una manifestación, ese día empezará a ser cierto que celebramos la Cena del Señor, en la que los cristianos vivimos la presencia, en el recuerdo vivo, de aquel Jesús que "aceptó la función más baja que una sociedad puede adjudicar: la de delincuente ejecutado" (G. Theissen, El movimiento de Jesús, Salamanca, Sígueme, 2005. 53). Entonces será cierto y la gente palpará que la misa no es un mero "rito", sino un "recuerdo peligroso".
Para leer todos los artículos del autor, pincha aquí:


jueves, 19 de mayo de 2016

LAICIDAD DEL ESTADO, LAICIDAD DEL EVANGELIO

Laicidad del Estado, laicidad del Evangelio

CastilloLas recientes declaraciones, que el papa Francisco ha hecho al diario francés La Croix, han dado pie a un nuevo motivo de sorpresa (y en no pocos casos, de escándalo) para muchos católicos, chapados a la antigua, que dan la impresión de estar todavía anclados en el “Antiguo Régimen”. No en el de Franco, sino en el de los monarcas absolutos, previos a la Ilustración. Y algunos hasta tienen el atrevimiento de acusar al papa Francisco de ignorante en temas de historia.
A quienes se rasgan las vestiduras por lo que ha dicho el papa en su entrevista a La Croix, les vendría bien recordar que no es lo mismo “laicidad” que “laicismo”. El “laicismo” consiste en independizarse “de toda influencia eclesiástica o religiosa”. Lo que, en la práctica, equivale a rechazar a Dios y cuanto se refiere a Dios, la Iglesia, la religión, etc. La “laicidad” no es negación o rechazo, sino independencia de la religión o de lo religioso. Un Estado laico no persigue ni margina el hecho religioso. Simplemente lo respeta. Y permite que los ciudadanos vivan y expresen en público sus creencias, con tal que las distintas confesiones respeten las normas de convivencia que emanan de la Constitución del Estado.
Pues bien, hecha esta aclaración semántica, es importante aclarar dos cuestiones fundamentales. En primer lugar, no es lo mismo hablar de la “religión” que hablar de “Dios”. La religión es el medio o camino para relacionarse con Dios. De forma que la religión es el “medio”, Dios es el “término”. Teniendo en cuenta que el medio, la religión, es siempre un hecho humano, un fenómeno cultural, una realidad histórica y de este mundo. Mientras que Dios es el Trascendente. Que no es, ni puede ser, inmanente, cultural, histórico o mundano. Es verdad que los seres humanos, ya que no podemos ver a Dios, ni tenemos acceso directo a él, nos “lo representamos”, en cada momento histórico, en cada pueblo y en cada cultura, según los valores o criterios determinantes de esa cultura. Es más, se sabe con seguridad que “Dios es un producto tardío en la historia de la religión” (G. Van der Leeuw, E. B. Taylor, Walter Burkert…), que, durante muchos miles de años, no pasó de ser un fenómeno consistente en una notable variedad de rituales, relacionados con la caza, el ciclo vital y la muerte (Ina Wunn, con abundante bibliografía).
Y, en segundo lugar, antes que de la “laicidad del Estado”, tenemos que hablar de la “laicidad del Evangelio”. ¿Por qué? Porque, en realidad, la vida pública de Jesús fue una serie ininterrumpida de continuos conflictos con los sacerdotes, con los doctores de la Ley, con los observantes fariseos, con el templo, con las observancias, normas y rituales religiosos, de forma que todo terminó en el enfrentamiento supremo y decisivo, que llevó a Jesús al tribunal religioso, a la condena a muerte y a la ejecución violenta en la cruz. Lo que nos lleva inevitablemente a la pregunta inquietante y peligrosa: ¿el Evangelio es un libro de religión o es la historia de un conflicto mortal con la religión de los rituales, del templo y de los sacerdotes? La respuesta más razonable a esta pregunta es decir que el Evangelio, antes que un “libro de religión”, es un “proyecto de vida”. Un proyecto centrado en la honradez, la honestidad, la bondad y la misericordia sin limitación alguna.
Por esto se puede afirmar que Jesús sacó la religión del templo. Y la puso en la vida, en la existencia humana, en la tarea incansable por humanizar este mundo, esta vida, la relación de cada cual con los demás. Para así contagiar felicidad, progreso, bienestar, igualdad y dignidad para todos. Si Dios y la religión no nos sirven para ser y comportarnos lo mejor posible unos con otros, sea cual sea la cultura y las tradiciones en las que cada cual ha nacido y se ha educado, entonces ¿para qué nos sirve Dios y de qué nos sirve la religión? ¡Es evidente que este proyecto se hace realidad más y mejor en una sociedad laica y en un Estado no confesional, que en una sociedad y un Estado que, desde una determinada confesión religiosa, actúa como un “sistema excluyente!, que inevitablemente divide, separa y confronta a la gente, constituyéndose en un factor de fanatismo y de violencia.

sábado, 14 de mayo de 2016

LA PALABRA - 12 DE MAYO DE 2016

PASAPORTE BORICUA

Por 
💬19

La palabra

El principio fue la palabra. En un mundo de animales una especie de ellos evolucionó y logró comunicarse con sus semejantes. Y al hacerlo se evitaron luchas y muchas muertes. Y se hizo la paz. Habiendo tanta gente en la inmensidad del planeta tierra surgieron cantidad de lenguas, idiomas y dialectos. Y ante el vínculo fundamental del idioma nacieron las civilizaciones mientras la geografía las dividía en nacionalidades que, al organizarse políticamente, se convirtieron en naciones. Eso es lo que hay y hubo para empezar a forjarse el mundo en que vivimos.
Ese mundo lo vemos y entendemos los puertorriqueños desde nuestra perspectiva de Isla en el Mar Caribe, y lo vemos muy distinto a como lo ven los rusos, los alemanes, los ingleses y siga usted por ahí. Un detalle nos singulariza a todos los humanos: LA PALABRA.
Hablándole a sus discípulos y a las multitudes de Judea, o sea, a pura palabra, Jesucristo forjó una religión y fundó una iglesia en las que creen millones de personas. Sin ejércitos, un hombre llamado Jesús convirtió al Imperio Romano en un puntal del cristianismo y a una Iglesia Católica que establecía su sede en Roma.
La palabra nos une cuando hablamos un mismo idioma y nos entendemos, pero no es menos cierto que divide y aleja al manifestarse en letras y símbolos que desconocemos al extremo que ni siquiera podemos desearnos un buen día o preguntarnos ¿cómo estamos?
Es cuando la palabra se escribe que se convierte en fuente inagotable de información y sabiduría. Con la invención de la imprenta proliferan los libros, eternos depósitos de ideas y saberes. A los monjes les debemos los textos bíblicos. Esas y otras historias.
Demos un salto para aterrizar en el campo de la libre expresión, derecho fundamental en los sistemas democráticos de gobierno. Un monstruo político como Adolfo Hitler se valió de la palabra para convencer a un pueblo relativamente culto como el alemán de que merecía ser electo Canciller de la Alemania Nazi. Aunque utilizó la fuerza de grupos combatientes para afirmar su autoridad, no es menos cierto que en su libro Mein Kamp, anticipó por escrito sus ideas y sus planes. Su palabra la convirtió en las tragedias de una Guerra Mundial y el holocausto.
Ahora mismo en los Estados Unidos, la palabra de Donald Trump lo ha llevado a conseguir el respaldo de millones de electores ‘americanos’ pretendiendo nada menos que la presidencia de los Estados Unidos de América. Y el liderato político inteligente de esa nación se horroriza ante la posibilidad de que una caricatura de líder como Trump pudiera manejar juiciosamente el poder inconmensurable del país más poderoso del mundo. ¿No puede ser? Porque hay palabra y hay palabrería y Trump es un maestro de lo ininteligible. Del disparate. De la mentira.
En Puerto Rico tuvimos en Luis Muñoz Marín un maestro de la palabra. Bastante más inteligente que Trump y sin los prejuicios y propósitos criminales de Hitler hizo de su patria todo lo que pensara debiéramos ser y hemos sido. Pero no vayan a creer que no fue criticado siendo Vicente Géigel Polanco su principal detractor quien, tan temprano como en 1953, denunció como farsa a su Estado Libre Asociado. A pesar de la veracidad de su crítica, el pueblo creyó en la palabra de Muñoz Marín cuyo mandato fue ley por más de 30 años.
Quienes en el Partido Popular apoyaron la tesis muñocista aceptaron la mentira en su discurso. Era obvio que Puerto Rico, con todo y una Constitución, seguía siendo una pertenencia de los Estados Unidos según lo disponía la cláusula territorial del US Constitution. ¿Se equivocó Muñoz Marín o mintió con el propósito de validar con los votos su hegemonía como líder?
¿O lo hizo creyendo que era lo mejor para Puerto Rico?
Hoy necesitamos un apalabrado con la LIBERTAD de nuestra patria. Un liderato que rechace el coloniaje y la humillación que hemos soportado por un imperio que ahora más que nunca nos desprecia. Urge que nuestro gobierno se las juegue con el IMPAGO y rechace el que se nos imponga una Junta de Control Fiscal que nos liquide como nación. En fin, que la palabra acuse a Estados Unidos de cometer el crimen del coloniaje y exigir ante los foros internacionales QUE PAGUE LA DEUDA EL IMPERIO.
No podemos permitir que el gobierno de los Estados Unidos se desentienda de su responsabilidad por el caos fiscal que agobia a un pueblo al cual los ‘americanos’ le conculcaron sus derechos desde que lo invadieron para controlar su economía, vida y hacienda como su colonia en el Mar Caribe. Y ahora pretenden legislar para instalar una Junta de Control (supervisión) Fiscal de siete personas que ellos escogen para dirigir el destino de nuestro Puerto Rico. Un país con dos cámaras legislativas y un gobernador, todos electos por votación libre de los puertorriqueños tienen que apalabrar el IMPAGO de la DEUDA y denunciar el crimen del colonialismo cometido por los Estados Unidos.
Vivamos la libertad.

domingo, 1 de mayo de 2016

LA POLEMICA DE ALTAMIRA

La polémica de “Altamira” refleja el estado actual del debate ciencia-religión

Las tradiciones religiosas son hoy más tolerantes con los retos que plantean los avances científicos


En los primeros días del mes de abril se ha estrenado en España la película 'Altamira'. Dirigido por Hugh Hudson, el film narra la historia del descubrimiento, a finales del siglo XIX, de la Cueva de Altamira y de sus sorprendentes pinturas rupestres. Este descubrimiento provocó un encendido debate ente ciencia y religión, que está muy presente en la película. ¿Cómo aceptó la Iglesia las novedades científicas durante la antigüedad? ¿Hemos avanzado desde entonces? ¿Está emergiendo un nuevo marco en las relaciones entre ciencia y religiones? Por María Dolores Prieto Santana. 



La polémica de “Altamira” refleja el estado actual del debate ciencia-religión
 En la sección Tendencias21 de las Religiones pretendemos presentar una perspectiva positiva sobre las tendencias de las tradiciones religiosas para integrar y responder adecuadamente a los retos del progreso científico. Somos conscientes de que el encuentro entre ciencia y religiones no ha sido siempre dialogante. Al representar dos concepciones del mundo, los conflictos y los enfrentamientos jalonan la historia del pensamiento. Sin embargo, en estos últimos años el marco cultural está cambiando y permite nuevos espacios de diálogo y encuentro entre las tradiciones religiosas y el conocimiento científico. 
  
El estreno de la película Altamira (2016), del director Hugh Hodson, en los primeros días de abril, ha provocado en los medios de comunicación y en las redes sociales un vivo debate –que creemos positivo- sobre si el conflicto surgido en los últimos años del siglo XIX con el descubrimiento de la Cueva de Altamira podría repetirse con el debate sobre las implicaciones religiosas de las nuevas tecnologías, de la biología sintética, del transhumanismo y todas las innovaciones de las ciencias naturales y sociales. 
            
En estos años del siglo XXI, ¿son las culturas más tolerantes en el diálogo entre tradiciones religiosas y las ciencias? ¿Se repetiría en nuestro tiempo los mismos debates que suscitó el descubrimiento de las pinturas rupestres de Altamira? ¿Cuál es la tendencia de las religiones? 
  
Sinopsis de la película     
            
La sinopsis que la distribuidora ofrece al público es la siguiente: Cantabria, 1879. Entre las verdes colinas y los altos picos rocosos de la costa de Santander, María Sautuola (Allegra Allen), una niña de 9 años, y su padre, Marcelino (Antonio Banderas), un hombre aficionado a la arqueología, descubren algo extraordinario que cambiará la historia de la humanidad: las primeras pinturas prehistóricas encontradas hasta la fecha, unos impresionantes bisontes a galope trazados con gran detalle. 
            
Sin embargo, Conchita (Golshifteh Farahani), la madre de María, al igual que los representantes de la Iglesia Católica, queda perturbada por el descubrimiento. Consideran que estas pinturas hechas por prehistóricos “salvajes” son un ataque a la verdad de la Biblia. 
            
Sorprendentemente, la comunidad científica representada por el prehistoriador Émile Cartailhac (Clément Sibony) también acusa de fraude a Marcelino y su descubrimiento. Es entonces cuando la familia entra en una fuerte crisis, que además empeora cuando cierran la cueva. El mundo idílico de la joven María se derrumba y sus intentos por ayudar, solo empeoran las cosas. 
            
Este film basado en la historia real sobre el descubrimiento de las famosas pinturas rupestres de la cueva de Altamira, hoy Patrimonio de la Humanidad, y las consecuencias que tuvo este histórico hallazgo, está dirigido por Hugh Hudson (Greystoke, la leyenda de TarzánCarros de fuego). El prestigioso José Luis Alcaine (La Pielque HabitoLas 13 rosas) es el encargado de la fotografía. 
            
Y su reparto internacional cuenta con los actores Antonio Banderas (Knight of CupsLos mercenarios 3), Golshifteh Farahani (EdenExodus: Dioses y reyes), Rupert Everett (Parade's End, Hysteria), Clément Sibony (El desafío (The Walk), The Tourist), Nicholas Farrell (Legend, Grace of Monaco), Tristán Ulloa (El tiempo entre costuras, Que se mueran los feos), Irene Escolar (Un otoño sin Berlín, Las ovejas no pierden el tren) y Allegra Allen como la niña protagonista. 
  
Los ecos en la prensa 
            
El estreno de Altamira, ha generado un interés renovado por conocer la historia del descubrimiento de las pinturas rupestres de la cueva de Altamira, así como por conocer los conflictos científicos y religiosos que generó. 
            
El diario El País, en su sección de cultura,  publicó el 9 de abril un artículo de Francisco Pelayo, investigador del CSIC y autor de varias monografías sobre este tema. De él resaltamos algunos párrafos más significativos. Con el titular: “¿Por qué fue tan polémico el descubrimiento del arte rupestre de Altamira? Sanz de Sautuola, que halló las pinturas en 1879, murió en el más absoluto descrédito tras ser acusado de falsificarlas”, dice entre otras cosas: 

“Perteneciente a una distinguida familia de la alta sociedad montañesa, Marcelino Sanz de Sautuola ha entrado en la historia de la cultura por haber puesto al descubierto el arte realizado por de los seres humanos hace miles de años. Erudito, aficionado a la aclimatación de plantas exóticas y al coleccionismo de fósiles, entre otras cosas, Sautuola se vio estimulado a emprender excavaciones en las cuevas de Santander, tras haber contemplado las colecciones de objetos prehistóricos expuestas en la Exposición Universal de París de 1878. Al año siguiente volvería a inspeccionar la cueva de Altamira, que había sido descubierta por azar una década antes. Puede uno imaginarse la cara de perplejidad de Sautuola cuando en 1879 su hija le señaló la presencia de pinturas de animales en el techo de la cueva”. 

Y más adelante: “Como resultado de sus labores publicaría sus Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander (1880). En este folleto manifestaba cómo el observador quedaba “sorprendido al contemplar en la bóveda de la cueva un gran número de animales pintados”. Incluía en este estudio dibujos con reproducciones de las pinturas, las cuales dató como pertenecientes a la época paleolítica. Sautuola (….) comunicaría sus hallazgos a Juan Vilanova y Piera, catedrático de Paleontología de la Universidad de Madrid. Este apoyaría las conclusiones de Sautuola y desde su posición académica sería el encargado de divulgar y defender ante la comunidad científica la autenticidad del arte rupestre”. 
            
Pero pronto se vieron envueltos en una polémica que escapó de sus manos. Prosigue el profesor Pelayo: “Sin embargo, Sautuola y Vilanova consiguieron pocos apoyos a sus tesis. El rechazo a considerar que las pinturas eran prehistóricas fue generalizado entre sus contemporáneos (… ) No es simple explicar el fundamento del rechazo, ya que en él intervinieron un cúmulo de factores. El más evidente, aunque no el único, es el contexto histórico de controversia entre ciencia y religión, entre evolución y creación, que existía en la década de los años ochenta del siglo XIX. Para Sautuola y Vilanova, los humanos primitivos habían sido creados por Dios con la capacidad estética y la habilidad necesaria para confeccionar obras como las que se hallaban en Altamira. En cambio, desde posiciones darwinistas y transformistas, la humanidad había pasado por diferentes estadios evolutivos y era necesario alcanzar un determinado umbral para poder realizar las pinturas rupestres de la cueva cántabra. Al mismo tiempo, Vilanova, católico, antidarwinista y creacionista, se oponía a los clérigos detractores de la Prehistoria”. 
  
Las críticas   
            
La prensa y las redes sociales han dedicado tiempo y espacio a comentar la película. Tal vez haya sido una voz discordante la dura crítica que Periodista digital ha dedicado a la película Altamira. Creemos de interés ofrecerla a los lectores para que tengan más elementos de juicio. 
            
Con el titular “Una película de encargo para ensalzar una clase social. Altamira. Ni ciencia ni fe. Ni rastro de reflexión en Altamira", y firmada por Peio Sánchez Rodríguez (7 de abril de 2016), leemos entre otras cosas: “El autohomenaje de una clase social. Ni una serie de postales sobre la belleza de Cantabria, ni el ensalzamiento edulcorado de Marcelino Sanz de Sautuola, ni la edición de una guía turística para las cuevas de Altamira dan para hacer una película (…. ) La ausencia de inteligencia para abordar la relación entre fe y razón se une a un cierto mesianismo de una clase de elegidos”. 
          
Este comentarista tiene una opinión poco favorable al guión de la película: “El libreto resulta tan hagiográfico como lamentable, los personajes son simplificaciones huecas y la búsqueda del melodrama es el recurso de supervivencia cuando todo es previsible y desaborido. Del director solo queda algún rastro de su viejo buen hacer en la representación del mundo de los bisontes, esa presencia que recuerda la verdad que impone la realidad”. 
            
Y continúa: El mundo de los señoritos Sanz de Sautuola es perfecto en su mansión y en su vestuario preciosista. Esta complacencia tan dulzona en lo social hace sospechar que algunos parámetros de relaciones sociales perviven viniendo como los bisontes desde el paleolítico. La persecución a don Marcelino será obra de la iglesia y de los tozudos científicos que por fin, y en el tiempo de descuento, entonarán el mea culpa. El luchador de la verdad que abre el camino entre dificultades resulta aquí sospechoso de representar una clase ególatra que se autoconcede una misión salvadora. Interesante confesión de una familia”. 
           
Respecto al tratamiento que en la película se hace al tema de la ciencia y la religión, escribe: “El tema ciencia y fe, esposo y esposa, es un tema manido en el cine reciente
. Ha sido tratado en "La teoría del todo" (2014) de James Marsh. Allí el ateo y discapacitado Stephen Hawking, Eddie Redmayne en estado de gracia, se enfrenta con su esposa (Felicity Jones) sobre el tema de la fe. La tensión se mantiene con ingenio y sutileza, sin una resolución precipitada, y dejando cuestiones abiertas al espectador. Algo semejante ocurría en "La duda de Darwin" (Creation, 2009) de Jon Amiel. El torturado autor de El origen de las especies, según el film, encuentra apoyo en su esposa, así la duda que genera la búsqueda de la verdad se apoya en la fe a la vez que la incertidumbre permanece”. 
            
Y concluye: “La teología reciente insiste en que la omnipotencia divina actúa de forma continuada desde la debilidad en consonancia con la autonomía de las criaturas. La relación entre ciencia y fe, desde la experiencia de los dos últimos siglos, se ha desplegado en autonomía de objetivos y métodos. La ciencia faústica (omnisciencia) y la ciencia prometeica (omnipotencia) está evolucionando desde una visión racional abierta y con responsabilidad social. La teología ha realizado un ejercicio de kénosis para comprender el sentido del Dios que crea amando y otorgando libertad a las criaturas”.

'Altamira. Historia de una polémica'   
            
Más allá de la película, sea buena o mala, existe una historia real. Esa historia real, con la polémica entre la ciencia y las tradiciones religiosas, ha sido tratada recientemente en un ensayo publicado por un historiador. El libro “Altamira. Historia de una polémica” de José Calvo Poyato (publicado en 2015, antes que se estrenara la película) ofrece pistas de gran interés para descifrar algunas de las claves del debate ciencia y religión en torno a Altamira. 
           
Con el título Altamira contra la Iglesia y Darwin. La polémica que dio paso a la historia, el periódico “El confidencial” (26 de marzo de 2016) ofrece en sus páginas culturales una perspectiva del trabajo del historiador. 
            
Titula: “José Calvo Poyato desmenuza en un ensayo las trifulcas generadas por el descubrimiento de la cueva a finales del siglo XIX. Antonio Banderas las recrea en un filme”. 
            
Firmado por Prado Campos, dice entre otras cosas: “La cueva de Altamira, "la Capilla Sixtina del arte rupestre" conmemoró hace unos meses los 30 años de su declaración como Patrimonio Mundial por la UNESCO con diversas actividades culturales para todos los visitantes. Un libro de José Calvo Poyato recién publicado relata su apasionante y polémico descubrimiento”. 
            
Poyato escribe en las primeras líneas de su ensayo que el descubrimiento de la cueva de Altamira fue "una aventura digna de una novela". Hoy a nadie se le ocurre dudar de su trascendencia pero a finales del siglo XIX el hallazgo de Marcelino Sanz de Sautuola cayó como una bomba no sólo dentro de las fronteras de la conservadora sociedad española. La Iglesia y los darwinistas se toparon con una realidad que afeaba sus tesis y, claro está, había que desmontarla para que sus postulados siguieran teniendo validez.  
            
'Altamira. Historia de una polémica' (Stella Maris) desmenuza las acusaciones vertidas por creacionistas y evolucionistas a las que tuvieron que enfrentarse Sautuola y Juan Vilanova y Piera, el catedrático de Geología y Paleontología de la Universidad Central que fue el primero en ponerse al lado de Sautuola para reivindicar la autenticidad e importancia de las pinturas encontradas en la bóveda de la cueva de Santilla del Mar.  
            
El escarnio, por tanto, al que se enfrentaron ambos fue feroz y el debate suscitado les convirtió en la diana a la que tirar todos los dardos. "El descubrimiento de Altamira fue una sorpresa extraordinaria porque la Prehistoria en 1878 estaba en mantillas. No se había configurado como una disciplina académica, estaba continuada casi por aficionados y, de repente, aparece un descubrimiento de esta magnitud en un campo en el que todavía no se había asentado el mundo científico y sin elementos previos para hacer comparaciones. Había material lítico y óseo pero unas pinturas así sorprendieron a los dos grandes bandos: los creacionistas y los evolucionistas", explica a El Confidencial el autor del libro y doctor en Historia. 
            
Desde la Iglesia y las tesis más conservadoras, expone en el libro, se sostenía que quienes buscaban el pasado de la Tierra "únicamente tenían como fin atacar, con unos supuestos argumentos de carácter científico, los cimientos en los que se fundamentaba la religión judeo-cristiana. Consideraban como algo detestable y sostenían que hurgar en lugares oscuros y recónditos como eran cuevas, escombreras o viejas minas abandonadas era otra de las manifestaciones del creciente ateísmo". 
            
Pero no se quedaron aquí. A pesar de ello también surgió una tercera vía que pretendía fundir religión y ciencia, las acusaciones llegaron incluso a salpicar a los jesuitas. En una carta de Gabriel de Mortillet a Émile Cartailhac, las máximas autoridades francesas de la Prehistoria y principales detractores de la autenticidad de Altamira, se habla de un complot de la Compañía de Jesús, asentada en Comillas, para desacreditar y dejar en ridículo a los prehistoriadores y acusando a Vilanova y Piera de señuelo.  
            
Dos de sus principales defensores y, por tanto, los opositores más hostiles de Sautuola y Vilanova fueron los franceses Cartailhac y Mortillet. Para ellos era inadmisible que las pinturas de Altamira fueran obra del hombre prehistórico y defendían que, aunque bellas, estaban hechas por la mano de un pintor moderno. Pero el paso del tiempo le daría la razón a los españoles, a pesar de que Sautuola y Vilanova ya habían muerto. 
            
"(...) de estar en Francia se le hubiera concedido, de seguro, la importancia que se merece", espetó Vilanova a ambos en el debate de la Sociedad Española de Historia Natural. La polémica se zanjó definitivamente cuando Carailhac rectificó en el artículo 'Mea culpa de un escéptico', publicado en 1902 en 'L'Anthropologie', precisamente después de que aparecieran en el sur de Francia unas pinturas rupestres similares a las de Altamira. "Hubo que esperar un cuarto de siglo para que, ante la evidencia de las pinturas francesas, se empiece a reconocer el valor prehistórico de Altamira y se acabara con esa actitud desdeñosa de los franceses", afirma Calvo Poyato.​  
  
Juan Vilanova y Piera 
            
En el debate en torno a la película parece quedar eclipsado un hombre, científico y creyente, que –desde sus convicciones de finales del siglo XIX- quiso poner orden y mesura en un debate entre ciencia y religión. Evidentemente, desde unas categorías que hoy nos parecen desfasadas. Pero en su tiempo marcó una tendencia en las relaciones entre tradiciones religiosas y modernidad científica. 
            
Vilanova apostaba por el concordismo (la necesaria armonía y concordancia entre los relatos bíblicos y los avances científicos), postura en su momento progresista y hoy superada, pero que abrió caminos al modo como hoy entendemos esa relación. 
            
Según los datos aportados por Francisco Pelayo (“Ciencia y creencia en España durante el siglo XIX”), el profesor de Paleontología de la Universidad de Madrid, Juan Vilanova y Piera, desarrolló y comentó en varias ocasiones su opinión sobre el origen y la antigüedad del ser humano. Cuando murió Juan Vilanova y Piera (1821-1893), que fue catedrático de Geología y Paleontología de la Universidad Central de Madrid y máximo experto español de la época en fósiles, era prácticamente el único científico que sostenía la autenticidad de las pinturas de la cueva de Altamira
            
El debate se resumía en dos posiciones: los darwinistas no admitían esa perfección artística en un hombre primitivo cuyas habilidades tendrían que ser sustancialmente distintas a las del hombre actual; sin embargo, para los adversarios del darwinismo, que aquella belleza tuviese miles de años confirmaba su convicción de la identidad de la naturaleza humana en el tiempo. 
            
En un artículo extenso (dividido en varias partes) publicado en la “Revista de Sanidad Militar y General de las Ciencias Médicas” entre 1866 y 1867, y en “El Restaurador Farmacéutico” en 1867, Vilanova defiende una explicación creacionista de las raíces de la humanidad. 
            
Como científico, gracias a los adelantos y progresos de la geología se podía sentar el principio de que el ser humano era mucho más antiguo de lo que se creía, ya que su origen o aparición en el globo terrestre se remontaba a edades anteriores a las estimadas hasta la fecha. Las pruebas se basaban en la unidad de la especie humana y en los recientes descubrimientos paleoantropológicos de fósiles humanos antediluvianos, asociados a industria lítica. 
            
Según su argumento, admitida la unidad de la especie humana por los naturalistas de mayor peso científico en este campo, algo que confirmaba la revelación mosaica, se podía decir con Charles Lyell, en opinión de Vilanova, que se necesitaba para la formación lenta y gradual de las razas un espacio de tiempo mayor que cualquier cronología humana conocida. 
            
Es decir, que partiendo de que la humanidad procedía de una sola pareja, había que aceptar el gran intervalo de tiempo durante el cual la continua influencia del medio habría dado origen a ciertas peculiaridades en el hombre, que se fueron pronunciando cada vez más en generaciones sucesivas, hasta acabar fijándose y transmitiéndose por herencia (“Origen del hombre”, en Revista de Sanidad Militar, 1866, pág. 676). 
            
En el transcurso de la lenta transformación del planeta Tierra, comentaba Vilanova desde su perspectiva catastrofista, había tenido lugar una serie de circunstancias extremas, como inundaciones, terremotos, la aparición súbita de una cordillera o cualquier otro gran cataclismo geológico registrado, que habrían afectado a pueblos enteros, ocasionando la dispersión de razas y la desaparición de algunos de ellos. 
            
Entrando en las pruebas objetivas de la gran antigüedad del ser humano sobre la Tierra, comenzaba por decir que confirmaba la existencia del hombre el hecho de que en esa época la superficie terrestre cambió de condiciones biológicas por efecto del diluvio universal. Este razonamiento suponía una gran satisfacción para Vilanova que, como católico convencido, veía confirmarse la verdad revelada, ya que había evidencia de que en épocas anteriores a esa gran inundación no existía ningún rastro fósil de la especie humana. 
            
Si la humanidad no procedía de un tronco común –decía- había que admitir entonces la existencia de tantos centros de creación como, al menos, razas existieran. Pero esto último no estaba conforme –según él – ni con el libro del Génesis ni con el parecer de las mayores autoridades científicas. 
            
Por el contrario, la unidad de la especie humana, al igual que los restantes puntos de la creación, se encontraban “perfectamente de acuerdo y en admirable armonía y concierto” con la verdad revelada (Vilanova, “Antigüedad de la especie humana”, en “El Restaurador farmacéutico” (1866), pág. 710)

Creencias creacionistas de Vilanova 
            
En relación a cómo se había originado el ser humano sobre la Tierra, Vilanova era coherente con las creencias creacionistas. Escribe en “Antigüedad de la especie humana”, (p. 712):  “Admitido y reconocido por nosotros como tal el milagro de la creación, así de la materia en su totalidad, como del hombre en particular, con el que el supremo Artífice quiso, formándole a su semejanza e imagen, coronar su portentosa obra, no hay necesidad de otra cosa sino de dejar marchar la especie humana hacia su ulterior destino, sometida a la influencia lenta y paulatina de la materia y del espíritu creados por el mismo Dios”. 
            
Existían, pues, para Vilanova, una serie de leyes naturales que habían presidido la aparición y sucesiva transformación de la vida en la Tierra, desde la planta celular más sencilla hasta el hombre. Todo esto obedecía a la existencia de un mismo plan de estructura y armonía, y que la materia inorgánica, por su parte, había sido la misma desde el comienzo de su existencia, y, por consiguiente, “sujeta a las leyes generales que gobiernan hoy” (“Antigüedad de la especie humana”, pág. 738). 
            
Vilanova se oponía a los defensores del evolucionismo gradual, ya que para admitirlo había de suponer que el proceso, repetido en el caso de las miles y miles de especies existentes, requería un tiempo tan inconmensurablemente largo que la razón y la Biblia desmentían. Por eso, Vilanova apoyaba la hipótesis (defendida por algunos autores franceses, como Georges Cuvier) de que a lo largo de la historia de la Tierra se habían producido varias creaciones sucesivas independientes. 
            
Desde el punto de vista científico, se oponía a la creación orgánica única, ya que los restos fósiles apoyaban el hecho de que la vida no había empezado con organismos sencillos y de un orden inferior, sino que en los terrenos de “primera creación” se encontraban representantes de casi toda la escala zoológica: la llamada “fauna primordial” (trilobites, cefalópodos, braquiópodos, zoofitos…) 
            
La ciencia, por tanto, según Vilanova, daba un rudo golpe, aunque no el único, al principio fundamental de Lamarck y de Darwin. Para él, la “primera ley paleontológica”, que establecía que la duración de las especies en los tiempos geológicos había sido limitada, probaba que las diferentes floras y faunas eran el resultado de creaciones distintas, puesto que había tal “diversidad” entre las pertenecientes a terrenos correlativos que difícilmente podía seguirse la idea de que unas procedían de otras. 
            
A partir de 1869 y a lo largo de la década de los setenta, Vilanova, en todas sus publicaciones, presentaría una serie de argumentos, basados fundamentalmente en sus conocimientos paleontológicos, con los que, a la vez que criticaba el darwinismo, apoyaba sus tesis creacionistas y fijistas, conciliadoras con el relato bíblico. 
            
Para terminar, aplicada la idea creacionista al género humano, Vilanova databa la aparición del hombre fósil en Europa en la época posterior a la primera glaciación del Cuaternario. Una idea que resultó escandalosa en su tiempo. 
  
Polémica con el Arzobispo Zeferino González 
            
Como ha descrito en detalle los profesores Francisco Pelayo y Rodolfo Gozalo, investigadores de la obra y el pensamiento de Juan Vilanova y Piera, sus ideas (que hoy se nos antojan conservadoras) chocaron con el ambienta todavía más conservador de la Iglesia católica. 
            
Una de las obras más interesantes de Vilanova, Protohistoria ibérica, es su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia en 1889. La escribió sólo cuatro años antes de su muerte dándose la paradoja de que Vilanova fue académico de la Real Academia de Medicina, de la de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales y de la de Historia y justo de esta última academia a la que tenía más deseo de pertenecer, y quizás más méritos, fue la última en la que ingresó, ya pocos años antes de su muerte. En el discurso de entrada en la Academia de Historia (1889), Vilanova estimaba que “Darwin había sido una de las mayores glorias del Reino Unido en el presente siglo”. 
            
Pero unos días antes de la lectura de su discurso de entrada en la Academia hubo un suceso importante que le afectó emocionalmente: su enfrentamiento con el Arzobispo Zeferino González en el transcurso del I Congreso Nacional Católico Español celebrado en Madrid en 1889. 
            
Vilanova y Piera defendía el concordismo entre ciencia y religión. Mientras que los asistentes al I Congreso Nacional Católico Español, celebrado en Madrid en 1889, defendían que el dogma estaba por encima de los avances de la ciencia y que esta debía replegarse ante las verdades reveladas, para Vilanova había que atenerse a los datos científicos y luego hacerlos concordar con los de la Biblia (concordismo). 
            
El Congreso fue impulsado por el obispo de Madrid-Alcalá, Ciriaco María Sancha y Hervás, quien se inspiró para ponerlo en marcha en la encíclica Libertas praestantissimum (sobre la libertad y el liberalismo) de León XIII (1888). En esta encíclica se denuncian aquellas posturas que querían anteponer los triunfos de la razón a las normas de la Revelación. La sociedad humana debe estar sometida a la religión, y por ello critica la libertad de prensa, de culto, la separación de la Iglesia y el Estado.. 
            
El objetivo del I Congreso Nacional Católico Español (1889) era llegar a un acuerdo entre los distintos sectores católicos, muy enfrentados políticamente entre sí ante la posibilidad de colaborar con un gobierno liberal tras la ruptura que supuso el Sexenio. 
            
La magna reunión tuvo lugar en abril y mayo de 1889 – sólo unos días antes del acceso de Vilanova y Piera a la Academia – y durante sus sesiones, Vilanova tuvo que aguantar críticas y descalificaciones rotundas procedentes de los sectores más conservadores. Él, que siempre alardeó de católico conservador… 
            
Si hemos dicho que la causa primera para la convocatoria del Congreso había sido de orden político (las cautelas para los católicos de colaborar con un gobierno liberal), la sección segunda del mismo, presidida por el obispo de Salamanca, fue dedicada a temas científicos. 
            
Vilanova, que participó con el trabajo: “Tiempo transcurrido desde que apareció Adán sobre la Tierra”, defendió que “en su sentir, debía ser, si no el único, el principal objeto del Congreso Católico, armonizar las teorías científicas y las doctrinas religiosas”. Fue muy atacado por el arzobispo Zeferino González por su tibieza cuando no heterodoxia. A pesar de las posiciones conservadoras de Vilanova, y de la firmeza con que defendía los contenidos bíblicos como dogmas, la experiencia no debió ser muy gratificante y le produjo mucha amargura. De hecho, ya no volvió a acudir a ninguna de las reuniones posteriores. 
  
Conclusión 
            
La historia del descubrimiento de Altamira y sus conflictos científicos y religiosos presentes en la película tienen una base histórica, aunque se presenten novelados. 
            
Mirada desde nuestra perspectiva actual, nos parece que hemos cambiado mucho desde final del siglo XIX. En este sentido, las religiones muestran unas tendencias que creemos positivas. 
            
Se puede decir que en España se han sucedido desde el siglo XIX tres tendencias en el modo de entender las relaciones entre la ciencia y la religión. Algunas de ellas nos parecen superadas aunque a veces pueden aparecer revestidas de modernidad. 
            
Una de ellas, la más cerrada, es la protagonizada por el arzobispo Zeferino González y el I Congreso Nacional Católico: la fe religiosa está por encima de las ciencias por el hecho de estar revelada y por tanto, debe ser considerada como verdad incuestionable. Es el mismo argumento que se propuso a Galileo en el siglo XVII: la razón debe someterse a la verdad revelada. Es, como vemos, una postura intransigente y por ello sus representantes son incapaces de dialogar. Esto es lo que dio lugar a los tremendos conflictos de la modernidad entre ciencia y religión
            
La segunda postura puede ser la personificada por Juan Vilanova y Piera. La ciencia tiene su propia autonomía y por ello sus logros deben ser tenidos en cuenta. Y como entre la Revelación de Dios y las verdades de la ciencia no debe haber contradicción, la labor de los católicos era buscar la concordancia (necesaria) entre la verdad revelada y la verdad científica. 
            
La postura concordista, más que una teoría teológica, es una tendencia difundida sobre todo en el siglo XIX que quería encontrar a toda costa cierto acuerdo entre las diversas adquisiciones científicas de entonces y el primer relato bíblico de la creación (Gn 1 -2,4a). Se identificaban entonces los «días» del Génesis con los diversos períodos geológicos, y la creación de la luz antes del sol se refería a los metales radioactivos y luminosos. 
            
Se considera generalmente a Georges Cuvier como iniciador del concordismo; entre sus más ilustres representantes están M. de Serres, F Moigno, P Vigouroux. Después de la encíclica Providentissimus Deus de León XIII ( 1893; DS 3280-3294), donde se decía claramente que el autor sagrado en la Biblia no quiso dar lecciones científicas, sino una enseñanza religiosa, sirviéndose para ello de las formulaciones y  de las imágenes de su tiempo, por lo que no puede haber ningún conflicto entre la sagrada Escritura y la ciencia, el concordismo sufrió un notable retroceso. 
            
Dentro de nuestros contextos más cercanos, es notable el intento concordista del sacerdote y físico, descubridor del Big Bang, Georges Lemaître del que hemos hablado en otros lugares de Tendencias21 de las religiones. 
            
La tercera tendencia de las religiones –que es la que actualmente se considera más coherente y es la que postulamos desde Tendencias21 de las Religiones – ha sido descrita como tendencia del diálogo o del encuentro. Defiende la autonomía de los saberes, la complementariedad de las concepciones del mundo y la posibilidad de una integración de saberes mediante un diálogo interdisciplinar. 
            
Esta postura es la que han defendido científicos como Ian BarbourJohn Polkinghorne. Es la defendida por la Cátedra Ciencia, Tecnología y Religión y por la Asociación Interdisciplinar José de Acosta. El reciente ensayo de Eduardo García Peregrín, “La investigación científica como colaboración en la obra de la creación” (2016) y la que hemos descrito en Tendencia21 de las religiones a propósito del libro Trinidad, Universo y Persona. De todas formas, el diálogo sigue abierto. 
 
  
María Dolores Prieto Santana es educadora, antropóloga y colaboradora de la Cátedra Ciencia, Tecnología y Religión, así como de Tendencias21 de las Religiones.