sábado, 10 de diciembre de 2016

PUERTORRO BLUES - FIDEL



Edgardo Rodríguez Juliá

PUERTORRO BLUES

Por Edgardo Rodríguez Juliá

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Fidel

En enero de 1959 —cuando yo había cumplido doce años, a pocos meses de descubrir el deseo y con la tumultuosa Serie del Caribe de 1958 aún sonándome en los oídos— Fidel Castro llegó al poder, se disfrazó de pelotero y formó parte de un “team” que llamó “Los barbudos”. Era joven —treinta y dos años, próximo a cumplir la edad del salvador—, carismático, con un don espontáneo por el gesto populista y en sintonía con la gran época del béisbol profesional cubano. 
Nos llegaron —ya cumplidos mis sesenta— las imágenes perturbadoras de un Fidel convaleciente, ancianísimo, la barba rala y el labio superior que insinuaba lo mismo una defectuosa caja de dientes que un pequeño derrame cerebral reciente, esa pinta de viejo loco y greñudo —King Lear— a quien vistieron con la sudadera Adidas de un fantasmal equipo. (El viejito se quejaba de frío en la habitación del hospital.) Lucía de rostro cenizo, demacrado, los ojos excesivamente pequeños, algo sorprendido. Para colmo, su enfermedad era de las necesidades inferiores, esos “divertículos” del tripero grueso. Parafraseo a Juan Ramón Jiménez, otro viejito cascarrabias: “Poder poder —lo dijo Yeats— en el sitio del excremento, asco de nuestro ser, nuestro principio y nuestro fin.”
Como vemos, debo tenerle a Fidel si no algo de simpatía al menos una adhesión sentimental. He calcado el arco de su vida. Llegó al poder en el último año presidencial de Eisenhower, justo cuando el erotómano de Bill Clinton probaba, en su casi adolescencia, el vicio solitario. Sobrevivió más presidentes gringos que ningún otro dictador latinoamericano del Siglo XX. Aunque casi inmortal, Fidel tenía, también, esa cubana ambición de eternidad. 
Y para colmo le tocó —ya en edad de caerse, como le pasó hace quince años— tropezar con Chávez. Decía Marx que la Historia primero ocurre como tragedia y luego como farsa. Lo que jamás se le ocurrió fue que un mismo personaje histórico pudiera ser trágico y a la vez imitado, en su propia cara, como farsa. Eso le tocó a Fidel con el Comandante Chávez, que no lo dejó quieto y tranquilo, como se hubiese merecido un viejo dictador en su lecho de enfermo. Allá le cayó Don Bolívar a la habitación del hospital. Fidel lucía casi suplicante. Justo castigo por su perversidad. Recordemos cómo en la Guerra de las Malvinas, y en lo peor de la guerra sucia librada por los milicos argentinos contra la izquierda, ¡Fidel quiso retratarse con el General Galtieri!
Fidel siempre tuvo esa sobriedad del poderoso aislado por el oficio de la suspicacia, una figura algo solitaria, hasta misteriosa, ya eliminados, por su voluntad de poder, la fatalidad o la razón de estado, Hubert Matos, Camilo Cienfuegos y el Che Guevara. El carisma se ejerce mejor como monopolio. Fidel siempre fue ese desclasado con algo de resentimiento social y mucho de celo mesiánico, gran valentía personal, soltería de estado, la diferencia entre el gregario militar de cuartel a la Chávez y un sesudo comentarista de Maquiavelo. Siempre existió en Fidel una gravedad que Chávez jamás tuvo. Éste fue el guasón caribeño sentado sobre la riqueza del petróleo venezolano. Ahí empieza y termina su protagonismo hemisférico. Fidel fue el protagonista, el aventurero, a nivel internacional, asentado sobre el nacionalismo cubano y la coyuntura de la Guerra Fría.
Las instituciones son el caudillo, éste encarna las instituciones. En esto, trátese de Daniel Ortega o Fidel, nada ha cambiado en estos países. El poder como locura es todavía el estilo caribeño y latinoamericano por excelencia. El hombre fuerte, el caballo, el caudillo carismático y espectacular, nada “mongo”, sigue siendo la norma testicular de nuestros países, tan alejados de una democracia verdadera y tan cercanos, aún, a una rústica voluntad de poder con las botas enfangadas.
Conocí a Fidel en enero del 2000, en ocasión del Premio de literatura Casa Las Américas. Aquella noche, en que el jurado del Premio cenó con el Comandante, lo reconocí como lo que siempre mi madre temió para mi padre: Fidel se había convertido en un viejo “chacharero”. Corría la crisis del niño Elián y Fidel estaba en lo suyo, hablador al modo cubano de La Ceiba, con la verborrea siempre a flor de labios. Ya me advirtieron los amigos cubanos —con algo de vergüenza ajena— que Fidel había vuelto a las peroratas de su juventud. Era un viejo dicharachero con un temario algo desorganizado e impredecible —desde el béisbol de siempre hasta los jóvenes poetas cubanos—, que olvidaba datos, cifras, y tenía largos compases de espera en que la mesa quedaba como suspendida, en una mezcla de terror cortesano y respeto paterno filial. Noté ese algo provinciano y pueblerino de Fidel, quien fue un fenómeno de la cubanía más insular a la vez que una figura internacional. 
Fui el principal interlocutor de Fidel aquella noche, y solo por petición de un viejo comunista venezolano, Domingo Miliani. Fidel me despachó diciéndome, ya para despedirnos, que no había aprendido nada de nuestra conversación. Mi mujer le ripostó que eso era comprensible dada su mala costumbre de no dejar hablar a la gente, ¿retrato de familia con Fidel?…
Lo mismo que a Muñoz Marín, conocí a Fidel viejo y casi afásico. No me tocaron los discursos brillantes —en el caso de Fidel lo oía cuando jovencito por radio de onda corta—, sino los balbuceos y los lapsos mentales. A ambos los conocí en la cruel decrepitud, ya derrotados por el tiempo, algo fracasados en el noble intento por rescatar a sus respectivos países de la pobreza, las desigualdades sociales y la perenne humillación colonial. Fidel no pudo acabar con la caña de azúcar. Muñoz Marín sí. Ambos tuvieron grandes logros en la educación y la salud. Fidel se quedó corto en la alimentación durante el llamado “periodo especial”. Aunque sí rescató a Cuba del neocolonialismo, bien que la colocó, por años, bajo el protectorado del imperio soviético, a la vez situándonos al borde de la extinción nuclear en 1962. Esosí, logró para Cuba esa dignidad y ese respeto siempre postergados de frente al Gringo Viejo. Aunque siempre le temblaran las rodillas frente al Americano, Muñoz Marín pretendió borrarse como caudillo y no lo logró. Alcanzó para su pueblo una mejor vida, eso sí. A Fidel, en lo que es otro ejemplo de nuestra malograda cultura política, todavía se le consultaba todo, según Raúl.
Hoy está muerto, ya cumplí los setenta y sus cenizas llegaron al Lares de su patria, Santiago de Cuba, donde empezó todo. Se completa así el arco de una auténtica tragedia antillana que cautivó al mundo.

viernes, 2 de diciembre de 2016

SOBRE LA MUERTE DE FIDEL

Sobre la muerte de Fidel

GEORGE
Me ha enviado George este texto que yo juzgo conveniente que todos los atrieros conozcan. Es la opinión de un cubano que vivió muchos años en el interior y que al salir no se ha identificado con la oposición de Miami. Hace poco nos encontramos personalmente y George pudo contarme con detalle sus vivencias, que coinciden en gran parte con las de otros atrieros cubanos cuyas opiniones deben poder leerse aquí en estos días, cuando en casi todos los medios del mundo ponen su foco en Cuba y en la desaparición física de su mayor líder. AD
“Según una vieja norma ética cristiana, a la hora de juzgar sea mejor juzgar la conducta y defender la proposición del sujeto, la persona” un poco en la línea de los ejercicios de Ignacio (anotación 22). Fidel Castro no tiene por qué ser excepción.
Lo políticamente correcto en esta parte del mundo donde resido (Florida) es condenar sin tregua ambos. Yo no quiero hacerlo, aunque me arriesgo a recibir el fuego graneado de quienes prefieren ser políticamente correctos y quedar bien con Dios y con el Diablo.
Una cosa cierta, de la que parte mi análisis es que realmente no dispongo de evidencia concreta de lo bueno o lo malo que haya hecho Fidel Castro o de lo bueno o lo malo que haya sido hecho bajo su directa responsabilidad. Así, dejo en paz al hombre y me limito a la obra.
57 años de poder son muchos años y es difícil pretender que uno conozca todo lo que ocurrió en ese período. No obstante, como cualquier otro gobernante moderno, latinoamericano y dictatorial, a veces tiránico, es bastante seguro afirmar que a menudo hizo lo que quiso porque lo juzgó necesario, acertada o erradamente. Eso explica sus injusticias y desacierto, pero no los justifica. Lo mismo puede decirse de lo bueno que haya logrado. Sin duda lo creyó necesario y consecuentemente lo llevó a cabo.
Conozco un ejemplo representativo de la estupidez que en su arrogancia de saber todo ordenó que se cometiera en mi presencia. Estando yo en el Campamento de la Escuela al Campo (año 1968) llamado Santa Ifigenia por el lugar al sureste de la provincia de la Habana, el nombre de un antiguo latifundio, le escuché recibir una llamada telefónica en la que sin indagar mucho mandó arrancar con buldóceres una plantación de mamey rojo (pouteria sapota) y reemplazarla por otra de gandules (cajanus cajan).
Según él la plantación de estas leguminosas enriquecería de ciertos minerales la tierra. El problema es que una plantación de mamey rojo tarde de diez a 15 años en producir suficientemente y esta era una plantación ya en plena producción. Él pensaba y lo dijo que plantar cacahuetes permitiría mejorar el terreno para plantar después gandules una leguminosa muy alimenticia que es un plato favorito en Puerto Rico. Su decisión fue improductiva. Nadie la pudo objetar y la plantación de mamey colorado desapareció en plena y abundante floración, prometiendo una abundante cosecha del delicioso fruto.
Si alguien me preguntara qué reprochar a Fidel Castro fuera su proceder autocrático y posiblemente esa fue su mayor falta y su mayor poder.
Como todos los autócratas fue antidemocrático y por lo tanto dictatorial si no tiránico. Muy pronto demostró su política (no inventada por él) de no dejar enemigos vivos en la retaguardia. Y por cuenta de su autocratismo gobernó aislado de la realidad del cubano de a pie por el círculo que nunca dejó de rodearle que obviamente le traducía la realidad. Imagino que, a menudo protegiéndose de incurrir en su ira, que fue bien conocida.
La Cuba que llegó a gobernar y a menudo desgobernar Castro distaba mucho en 1949 de ser la taza de oro que las viejas generaciones de cubanos exiliados pretenden. Por eso es de justicia reconocer que, en los campos de la salud, la reivindicación de los derechos de la mujer, y en hacer que la educación hasta el nivel de la preparatoria que era obligatoria avanzó primero en cantidad de escuelas y en calidad y se mantuvo al menos en cuanto al número de escuelas abiertas. Mucho campesino estaba condenado en 1959 a echar la vida en el surco de tierra como labrador en condiciones cercanas a la esclavitud y el castrismo les abrió puertas a realidades más prometedoras. Muchas mujeres tenían poco o muy difícil acceso al liderazgo público y el castrismo le abrió la posibilidad casi infinita.
La cultura fue masificada y puesta al alcance de todos. Un espectáculo de ópera o ballet o de música sinfónica o culta costaba un peso cubano y a menudo podían verse artistas de máxima valía internacional y eso era exclusivo de la clase media alta que lo apreciara antes de 1959. La impresión de literatura, las competiciones para promover autores nuevos se multiplicaron rápidamente y esa era una oportunidad muy escasa y exclusivo fenómeno antes de 1959. Las escuelas de arte y de deportes a niveles técnicos altos proliferaron rápidamente como nunca antes. Los hospitales de urgencia y maternidad en medio del campo fue una novedad muy pronto. La división de las facultades de Ciencias Médicas en facultades provinciales de calidad muy rápidamente convirtió los hospitales provinciales civiles de antes en hospitales docentes de ahora y eliminaron las deficientes “Casas de Socorro” provinciales.
La divulgación cultural y el fomento del arte popular nunca había alcanzado en Cuba las alturas que alcanzaron en los últimos 57 años. Las artes y su desarrollo y fomento fueron una prioridad exitosa en el gobierno castrista, igual que los deportes.
Como en todo proceso gubernativo autocrático o dictatorial, el suyo tuvo un lado tenebroso y muy tenebroso que no hace falta que pase el tiempo y se calmen las pasiones para condenar. No sé si el disfrutó ordenando muertes y creando leyes que favorecieran los juicios sumarísimos e irregulares que aislaron en las cárceles a quien opinó o actuó en su contra o quien habiéndole apoyado se arriesgó más tarde a disentir.
Pienso que reprimir las iglesias, sobre todo la católica, acrisoló la calidad de la religiosidad. También pienso que favorecer el folklore afrocubano y sus creencias animistas fuera una movida comparable a la que los ocupantes norteamericanos hicieron al introducir masivamente los predicadores protestantes y evangélicos para erradicar el “papismo”, sin consentimiento popular al ganar la guerra del 1898. Pura maniobra política.
Llegó al gobierno sin un centavo y murió con una fortuna muy considerable dispersa por la banca del mundo y en forma de muchos bienes raíces de gran valor. ¿Cómo obró esa magia? Robando y beneficiándose indebidamente después de haber despojado a miles de sus propiedades por cometer el mismo crimen o intentarlo a fin de conservar las riquezas heredadas. Obviamente a la elite de la cumbre del gobierno no le fue aplicada la Ley de Delitos Contra la Economía Popular que a tantos infelices en un intento de sobrevivir la carestía o brutal escasez les llevó a la cárcel y hasta el paredón de fusilamiento.
¿Cuántos de los hijos de sus compinches y ”compinchas” pudieron salir al exterior a estudiar o tratarse médicamente y cuántos cubanos de a pie hubieran podido hacer lo mismo? La desproporción es enorme en contra de los segundos.
Así, el análisis pudiera continuar ocupando muchas páginas más.
Cómo concluir: Es bueno que se haya muerto este dictador al que la demencia le había hecho olvidar la inevitabilidad de a muerte. Que haya muerto, sin embargo, no asegura que las cosas serán mejores a partir de ahora. Si como imagino 57 años de miseria y represión son traumáticos y dañinos, ojalá que ese daño no sea el obstáculo principal para que Cuba salga adelante como mejor convenga a los cubanos de la Isla.
Que Fidel Castro ha sido un hombre notable, brillante políticamente, de los que no se encuentran más baratos por docenas, nadie lo puede negar, lo mismo por su crueldad y su arrogante iracundia como por su inteligencia y brillantez al sobrevivir a enemigo tan poderosos como los EE UU y a la misma Unión Soviética o a la República Popular China, con las que también tuvo épocas de discrepancias profundas y fuertes, tratando de mantener su soberanía absoluta. El hecho de que España, Francia, México, Suecia y Canadá lo apoyaran incondicionalmente todo el tiempo de su gobierno/desgobierno es una evidencia de su excepcionalidad y de la dificultad de condenarlo absolutamente sin distinciones y discernimientos.
Mis sufrimientos personales y los de mi familia si bien deseo y de hecho los perdono, me impiden regresar a Cuba. Las heridas fueron grandes y, desde mi perspectiva de víctimas, inolvidables. Por eso si las perdono, no me reconciliaré con la Cuba que de un modo u otro me negó la protección que el Estado me debía.