martes, 14 de mayo de 2019

MARIA de Salvador Santos

M a r í a (I)

Pinceles para el Evangelio, 10

  • 1. Exclusiva en privilegios

        Como si el hecho de ser mujer no bastara para otorgarle la máxima consideración, a la madre del Galileo le han asignado durante siglos privilegios exclusivos, títulos, honores, dogmas, apelativos, presencias y milagros de toda índole. Se la tiene por inmaculada, de extrema pureza, virgen, inmortal, asunta directamente al plano sobrenatural…
A ella se le dedican toda clase de actos religiosos: misas, cánticos, rosarios, novenas, triduos, oraciones. Bajo su amparo se han desarrollado órdenes religiosas, cofradías, patronatos, fundaciones. Con su fantaseada imagen se han fabricado medallas, escapularios, prendas bordadas, estandartes, colgaduras para balcones, capotes de toreros…
El mundo del arte se ha cebado en su figura. La han rejuvenecido, maquillado, embellecido, depilado; le han pintado ojos labios, mejillas; hasta le han hecho la manicura y la pedicura. Y la han vestido con trajes de princesa de colores pastel, con mantos y velos bordados en oro; la han recargado de anillos, pulseras, collares, broches, diademas de perlas y coronas de alto postín. Esculturas representándola llenan infinidad de lugares. Las hay de todos los tamaños, simulando todas las razas. Las pasean en romerías y procesiones por el campo, por el mar, por caminos rurales y calles de pueblos y ciudades… ¡El no va más!
Han idealizado de tal manera a este personaje que ni el mismo Galileo la reconocería.

  • 2. El riesgo de averiguar su verdadero perfil

        Tratar de salir de estas religiosas e intocables coordenadas en busca de su verdadero perfil supone avanzar contra una potentísima corriente. No resulta fácil y sí, muy arriesgado. Las masas, sustentadas en ancianas tradiciones, se echan encima de quien lo intenta. Sin embargo, merece la pena correr el riesgo y acometer la tarea de retirar títulos, honores, privilegios, dogmas, pinturas y vestidos si queremos dar con la mujer real cuyo nombre sí que no admite dudas. Se llamaba: MARÍA.

  • 3. Su nombre es MARÍA

        El nombre ‘María’ procede del hebreo MiryamSu significado se desconoce a pesar del más de medio centenar de hipótesis etimológicas planteadas. En el AT solo una mujer llevó este nombre, la hermana de Moisés y Aarón:
“Ella (Yoquebed, hija de Leví) le dio a Amrán tres hijos: Aarón, Moisés y María, su hermana” (Núm 26,60).
        Aunque nombrada en último lugar por la consideración de inferioridad de la mujer respecto al hombre en la mentalidad judía, el libro del Éxodo la presenta superando en algunos años la edad de Moisés (Ex 2,4-10). Los datos sobre ella son escasos. Al parecer sus ganas locas por hacerse notar la empujaron a querer igualar a su hermano. Así que le dio por presentarse como profetisa y primera voz del coro, pandereta en mano (Ex 15,20-21). No le cayó nada bien el casamiento de Moisés con una extranjera y, junto a Aarón, despotricaron contra él poniéndolo como chupa de dómine. Como a ella le sobrevino una lepra que la dejó algo descolorida (a Aarón, no), los autores del Pentateuco dedujeron que Dios la había castigado por haber puesto de vuelta y media a su hermano (Núm 12,2ss).Tal vez su mal recuerdo provocó que en el AT no figurara ninguna otra mujer con su mismo nombre.
Una vez en desuso la lengua hebrea e imponerse el arameo, el nombre de Miryam pasó a MaryamLa cercanía al arameo ‘mara’ (‘señor’), llevó a considerar el significado de Maryam como señora’ y esa pudo ser la razón por la que en ese periodo se hizo tan común el nombre de María.

  • 4. Las siete Marías del NT

        En el NT encontramos a siete mujeres con tal denominación: la madre de Jesús; María la Magdalena; María de Betania, hermana de Marta y Lázaro; María, la madre de Marcos, en cuya casa se reunía una comunidad en Jerusalén (Hech 12,12); María, la de Clopás (Jn 19,25); María, madre de Santiago el menor y de José; y una tal María, seguidora del proyecto del Galileo y distinguida por su servicio para la comunidad (Rom 16,6).

  • 5. Nazaret, donde vivía María, la madre de Jesús

        María, la madre de Jesús, pasó su vida en Nazaret, una minúscula aldea situada sobre una colina al sur de Galilea. Casi a medio camino entre el Mediterráneo y el mar de Galilea, Nazaret, aunque poblada desde tiempos de los patriarcas, pasó siglos desapercibida y nunca fue nombrada en el AT. Desde Nazaret podía verse a pocos kilómetros la capital de esta región, Séforis, incendiada por los romanos tras una revuelta a la muerte de Herodes en el año 4 antes de nuestra era. María, de pequeña, pudo observar desde la aldea cómo el ejército romano tomó por asalto la ciudad y la destruyó por completo.
Las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en la zona confirman que Nazaret contaba con alrededor de cien habitantes. Si calculamos una media baja de cinco miembros por familia, resulta que la aldea estaba constituida por unas veinte casas. Solo la familia de Jesús, formada al menos por ocho miembros, representaba un considerable porcentaje del total de habitantes de Nazaret. La población no disponía de otros servicios que las cuevas de sus alrededores.
El hecho de que los evangelios mencionen a Jesús enseñando en la sinagoga de Nazaret (Mc 6,1b-6; Mt 15,53-58; Lc 4,16-30) no supone que en la aldea hubiera un edificio religioso dedicado fundamentalmente a la enseñanza. El término ‘sinagoga’ (del verbo griego συνáγω: ‘sinago’ = ‘reunir’, ‘congregar’) designa a la asamblea del pueblo, que en sitios tan pequeños solía reunirse en uno de los lugares más amplios de la localidad, uno de los patios, por ejemplo. Por extensión, el término se usó más tarde también para denominar al edificio donde se celebraban estas reuniones.

  • 6. En la región de Galilea (gentil y violenta)

        La región de Galilea donde se asentaba esta pequeña población era menospreciada por la mezcolanza de sus pobladores. A partir de finales del siglo VIII antes de nuestra era, el reino del norte, Israel, fue conquistado por el imperio Asirio (II Re 15,29). Para no dejar rastro de los furores nacionalistas de sus habitantes, el rey asirio Tiglat Piléser III instauró una política de deportaciones y repoblación de las tierras conquistadas con gentes traídas de otras zonas ocupadas. De ahí que se hablara de: Galilea de los paganos:
“En otro tiempo humilló el país de Zabulón y el país de Neftalí; ahora ensalzará el camino del mar, al otro lado del Jordán, la Galilea de los gentiles” (Is 8,23b).
        La mezcolanza de población en algunas ciudades de Galilea dio origen a que sus moradores fueran tenidos en menos por los habitantes de la provincia del sur, Judea. Los galileos, además, habían generado virulentas revueltas desde décadas anteriores al nacimiento de María con graves consecuencias para los rebeldes y poblaciones donde estos se atrincheraban. Ello condujo a que los oriundos de esa región norteña fueran considerados personas que llevaban la violencia en la sangre:
“Y siendo ambas tan grandes (Galilea-norte y Galilea-sur) y rodeadas de tantas gentes extranjeras, siempre resistieron a todas las guerras y peligros; porque por naturaleza son los galileos gente de guerra” (Flavio Josefo. Guerra de los judíos III,2).
         Vistos desde la religiosidad oficial, Dios no contaba con los galileos a la hora de buscar emisarios encargados de transmitir sus mensajes:
“¿Es que también tú eres de Galilea? Estudia y verás que de Galilea no salen profetas” (Jn 7,52).
        El Mesías esperado no podría venir de Galilea, un lugar sin condiciones para albergar a tan importante personaje:
“¿Es que el Mesías va a venir de Galilea? ¿No dice aquél pasaje que el Mesías vendrá del linaje de David, y de Belén, el pueblo de David?” (Jn 7,41-42).
        Los galileos eran también despreciados por su acento y su incorrecta manera de hablar:
“Tú también eres de ellos, seguro; se te nota en el habla” (Mt 26,73).
        Galilea era lo último. Y para los habitantes de un pueblo cercano a Nazaret llamado Caná, la aldea de María era tenida como lo peor de lo peor:
“Felipe fue a buscar a Natanael y le dijo:
–Al descrito por Moisés en la Ley, y por los Profetas, lo hemos encontrado: es Jesús, hijo de José, el de Nazaret.Natanael replicó:
¿De Nazaret puede salir algo bueno?”
 (Jn 1, 45-46).
        María había tenido la desgracia de nacer y vivir en lo más bajo, una aldea vulgar, birriosa y casi desconocida de ese despreciado distrito denominado Galilea.

  • 7. Condición femenina de María

        Y ¿qué decir de su condición femenina? En la cultura subyacente al Antiguo y Nuevo Testamento la mujer tenía una posición de manifiesta inferioridad respecto al hombre. El hombre estaba situado en la teoría y en la práctica varios escalones por encima. La mujer, supeditada a él. Este criterio general marcando diferente nivel entre uno y otra se trasladó a los orígenes para hacerlo derivar de la propia naturaleza. Las escuelas de autores del AT, todos hombres por cierto, achacaron sin escrúpulos esta desigualdad nada más y nada menos que a una decisión divina. No les tembló el pulso al escribir que la mujer fue ideada y creada para cubrir una necesidad del hombre:
El Señor Dios se dijo:
-No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle el auxiliar que le corresponde” (Gén 2,18).
Como los animales no alcanzaban el nivel humano (Gén 2,19-20), a los escritores del libro del Génesis se les ocurrió que la mejor fórmula para obtener un ser cercano al hombre consistía en que Dios hiciera a la mujer de las costillas del hombre. Al haber salido de él, este la reconocería y la admitiría como su adecuada pareja. A él le corresponderá ponerle nombre como manera sutil de demostrar quién ostenta la superioridad y a quién le ha caído encima estar a su servicio:
“El hombre exclamó:
¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será Hembra, porque la han sacado del Hombre” (Gén 2,23).

  • 8. Inferioridad de la mujer por decreto divino

        A los autores del AT hasta les pareció insuficiente esa posición de inferioridad de la mujer respecto al hombre. Y la convirtieron en inamovible siguiendo el método acostumbrado: Dios castigó a la mujer para siempre con esa condición subalterna. Este astuto procedimiento de establecer como sagrada una realidad impuesta a conveniencia del hombre impedía cualquier intento de remover dicha realidad. La mujer estaba de este modo bien amarrada y amordazada por los siglos de los siglos. Si la inferioridad de la mujer procede del mismo Dios, ¿cómo discutirla?, ¿quién se atrevería a modificarla?:
“…tendrás ansia de tu marido y él te dominará” (Gén 3,16).
        Por si no bastaba, el último precepto del Decálogo, la Ley Constitucional judía, consideró a la mujer como una propiedad del hombre:
“No codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás los bienes de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey ni su asno, ni nada que sea de él” (Éx 20,17).
        Para quienes tienen el AT como conjunto de libros inspirados por Dios resulta impensable una lectura a la inversa: “No codiciarás los bienes de tu prójima, no codiciarás al hombre de tu prójima, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey…”. Ni siquiera hoy las religiones amparadas bajo el nombre de ‘cristianas’, a pesar de sus arreglitos practicados al Decálogo, han visto la necesidad de modificar este último artículo para declarar la igualdad entre hombre y mujer.
        En la cultura del AT y NT el hombre es el dueño y señor de la casa, de las personas y de todos los bienes contenidos en ella. La mujer vive a su servicio, a lo que él mande. La mujer está obligada por todas las prohibiciones de la ley, pero ella no puede reclamar sus derechos; su marido o su padre lo harán por ella. No tiene derecho a recibir la herencia. Su testimonio no vale en un juicio. Esposa e hijas lavan la cara, manos y pies del padre, cosa no permitida a ningún judío varón, ni siquiera siendo esclavo.
        La mujer cumple su objetivo en la vida con la maternidad. Se la valora por el número de hijos; no, de hijas. Los hijos aseguran el futuro de la rama familiar; las hijas se alejan al entrar a formar parte de otros núcleos familiares. La mujer actúa como vasija para el hombre. Cumple su función admitiendo que el hombre desahogue con ella sus apetitos sexuales. Está para eso. Su propio disfrute del sexo no se contempla. A ella le toca corresponder al hombre con la fertilidad. La esterilidad es una maldición siempre achacable a la mujer.
        Nacer niño era un privilegio. Nacer niña, un infortunio. El niño tenía múltiples posibilidades; la niña estaba limitada en su futuro. Ser niño suponía poder aprender a leer, actividad desaprobada para las niñas. Tener un hijo dejaba impura a la madre durante cuarenta días (Lev 12,2-4). Si concebía una hija, la impureza pasaba a ochenta (Lev 12,5-6) Al padre de las niñas recién nacidas le estaba incluso permitido abandonarlas a su suerte fuera de los muros de la ciudad. Si tenían la suerte de no ser destrozadas durante la noche por las alimañas, podían ser recogidas bien temprano por alguna caravana de comerciantes para venderlas pasados unos años como futuras prostitutas.

  • 9.María pertenecía al género sometido

        En este contexto vio la luz la que fue madre del Galileo. Tendrá la mala fortuna de pertenecer al género sometido. Le pondrán un nombre de lo más común, María. Hará su vida en un sitio casi ignorado, en una aldea insignificante, de lo último que se despacha en aldeas. Se ignora todo sobre sus padres y cómo fueron sus primeros años. Los únicos datos al respecto recogidos por la tradición fueron inventados varios cientos de años más tarde.
        Los nombres de las mujeres se escriben normalmente asociados a los del hombre del que son dependientes: padre, marido o hijos. Sin embargo, cuando en el NT se nombra a María, su nombre no aparece referenciado al de un hombre, ni siquiera al de Jesús. Nunca se dice: María la de José o la de Jesús.
        Unirse y tener hijos era la opción obligada por prescripción divina (“y les dijo Dios: Creced, multiplicaos…”; Gén 1,28). Quedar soltero era una rareza que marcaba a quién permanecía en esa situación. Ni en hebreo ni en griego hay un término que sirva para designar la unión en matrimonio. En el AT y en el NT se habla de un pacto. Tal pacto se situaba al margen del ámbito religioso. Ni siquiera se trataba de un asunto público. Era un hecho privado. El pacto se realizaba entre las dos familias. Los padres del novio buscaban novia para su hijo. Los padres del varón acordaban con los de la novia un precio para esta. Una vez pagado, el novio se convertía en dueño de la novia, aunque esta siguiera bajo el techo de su padre durante un año. Tan firme era dicho pacto que si la novia quedaba embarazada de otro en ese período se consideraba adulterio y la novia era castigada a pena de muerte por apedreamiento. Transcurrido este tiempo, la novia era llevada a casa del novio y allí se celebraba la fiesta de la boda y se consumaba el pacto.
        La edad mínima para hacer dicho pacto era de doce años para la novia y trece para el novio. Normalmente el trato entre padres se hacía antes de que la novia cumpliera los doce años y medio, pues desde esa edad se requería su consentimiento. En caso del novio, la edad normal para celebrar el desposorio estaba en torno a los dieciocho años.
        A partir de estos datos resulta fácil deducir que Jesús vio la luz según lo acostumbrado. No nació de una mujer, ¡sino de una niña! María rondaría entonces los catorce años. Se impone descartar ya la imagen de una mujer hecha y derecha junto a un cuarentón con cara de hombre poco espabilado y un bebé entre ambos. Esa representación queda muy bien para los belenes, teatrillos o películas de tinte religioso, pero nada tiene que ver con la realidad.