viernes, 21 de noviembre de 2014

¿UN SINODO PARA ESO?

¿Un Sínodo para eso?

Arregi
Es un honor para ATRIO que Arregi siga enviándonos, quincenalmente ahora, sus artículos. Ninguno dejaremos de publicarlo y le agradecemos todos, incluso cuando, como en el de hoy, su valoración de un sínodos con una encuesta inicial y dos etapas no coincida con lo que aquí otros hemos expresado. Por eso mismo es más valioso aún este artículo de hoy.¡Gracias, José! AD.
Hace un mes finalizó en Roma la primera fase del Sínodo católico sobre la familia, que abrió un año de reflexión eclesial hasta octubre del 2015. Entonces tendrá lugar el Sínodo General propiamente dicho. Seguimos, pues, en sínodo, palabra griega que significa “camino en compañía”. Eso es ser Iglesia: ser compañeros de camino, seguir a Jesús juntos y libres. Eso es la vida: un viaje compartido.
“Que cada uno hable con libertad, y escuche con humildad”, dijo el papa Francisco en la víspera de la inauguración. Así sea. Así quiero hacer, pues lo que vale para los obispos ha de valer para todos los que somos Iglesia, compañeros de viaje.
Fueron 253 partícipes, la mayoría obispos, venidos de todo el mundo, alojados en Roma durante más de dos semanas. ¿Era necesario? ¿No bastaban el correo electrónico, la videoconferencia o las reuniones online? Tantos obispos célibes hablando de la familia, perorando sobre cuestiones que la inmensa mayoría de la gente, incluidos católicos y curas de siempre, resolvieron hace tiempo… ¿Merecía la pena?
De ningún modo diré que la familia sea un asunto menor. Ella nos engendra y moldea. Merecería la pena reunir en el Vaticano no solo a 200 obispos, sino a miles de hombres y mujeres de todos los pueblos y culturas, y gastar lo que fuera para poner remedio a las grandes heridas que la aquejan: el paro y la pobreza, la falta de vivienda, la violencia y la desigualdad de género, el miedo al futuro, el fracaso del amor…
Pero no fueron ésos los temas que más interesaron a los padres sinodales. Ni se oyeron apenas voces para reclamar una seria reflexión eclesial sobre los profundos cambios culturales que están afectando a las estructurales tradicionales de la familia. Ningún apunte crítico sobre la cuestión del “género”, es decir, la construcción social de roles del varón y de la mujer. Ninguna alusión a la desvinculación entre relación sexual y procreación, hecho nuevo y transcendental en la historia de la humanidad. Ninguna referencia al gravísimo problema demográfico, y sí duros juicios condenatorios de la “mentalidad antinatalista”. Ningún atisbo de reconocimiento de la santidad y del valor sacramental del amor homosexual. Ninguna insinuación de un posible replanteamiento de la doctrina tradicional de la indisolubilidad del matrimonio. Ninguna sugerencia sobre la necesidad de revisar la doctrina de la Humanae Vitaede Pablo VI (1968), que prohíbe bajo pecado mortal toda medida o método anticonceptivo que no sea la continencia sexual (condenan todo lo que no sea “natural”, pero toman pastillas “no naturales” para la gripe o el colesterol). Y  ni rastro de autocrítica en  nada.
A pesar de todo, muchos han saludado esta primera fase sinodal y el documento emanado de ella como el preludio de una explosión primaveral, como el inicio imparable de una profunda transformación doctrinal. ¡Ojalá lo sea, y esté yo equivocado, y se me conceda la gracia de verlo! Pero hoy no lo veo.
Preveo, sí, que el papa Francisco, tras el Sínodo General del año próximo, dé tres tímidos pasos, a saber: 1) Invitación a acoger con misericordia a los homosexuales (como si fueran enfermos o pecadores); 2) Posibilidad de que algunos divorciados con nueva pareja puedan comulgar, a condición –humillante condición– de que se confiesen culpables de su fracaso matrimonial y se comprometan a no reincidir (Jesús no humilló a nadie de esta manera); 3) Agilización y abaratamiento del proceso de nulidad matrimonial (un artificio para no reconocer algo muy simple: que dondequiera que  haya amor hay sacramento de Dios, y que solo hay sacramento mientras hay amor). Eso será todo. ¿Hacía falta tanta alforja para ese viaje? Ésos son problemas de obispos, no de la gente. La gente sufre por otros motivos. Escuchen a la gente, escuchen a la vida.
La Vida sigue pujando en el pequeño corazón latiente de los hombres y mujeres de hoy, creyentes o no. El Espíritu y el Amor habitan en los matrimonios que los obispos llaman “irregulares”, en los diferentes tipos de familias con sus alegrías y angustias de cada día, en las personas que fracasaron en su amor y rehacen su vida con otra pareja. Ellos no fueron ni serán llamados al Sínodo, pero la Vida los guía.
(Publicado el 16-11-2014 en DEIA y los Diarios del Grupo Noticias)

miércoles, 29 de octubre de 2014

RELIGION Y SEXUALIDAD

Religión y sexualidad

Arregi“¿Sexualidad y religión forman buena pareja?”. Así se anunciaba un debate en el que participé el pasado mes de agosto en Larzac, bellísimo altiplano de Occitania (Francia), donde pastan miles de ovejas y se fabrica queso Roquefort.
Podría decirse, siguiendo con el símil, que sexualidad y religión se llevaron bien al principio, durante mucho tiempo, hasta que la segunda quiso someter a la primera. La sexualidad se sentía habitada por el Misterio Sagrado: la presencia del otro, el placer del encuentro, el milagro de la nueva vida que nace. Pero también se sentía rodeada de amenazas: no hay relación sin conflictos ni hay vida sin muerte.
El conflicto y la muerte son el precio de ese maravilloso invento de la Vida –maravillosa aventura– que es la sexualidad en orden a crear nuevas formas y especies de vida cada vez más complejas; las células que se multiplican reproduciéndose a sí mismas son inmortales, pero nunca pasan de ser perpetua repetición de lo mismo. Y la Vida busca novedad y evolución, pero también desea la difícil armonía de las partes, y no quiere ser devorada por la muerte. Así pues, como la vida misma, la sexualidad está rodeada de misterio y de peligros. Y ambos la llevaron a acercarse a la religión.
¿Y la religión? La religión fue “al principio” una fuente de aliento, más que un sistema religioso. Un ámbito sagrado de comunión, un horizonte de confianza, un camino amplio y libre para acceder a los bienes más excelsos que la Vida intuía en el fondo de su aventura sexual: la dicha de la relación y la plenitud de la vida sin fin. Cuando digo “al principio”, no me refiero a un tiempo, sino a la hondura de la Vida.
La religión fue infiel a sí misma: se olvidó de ser atención, cuidado, aliento, y se volvió sistema. Las religiones se volvieron fortalezas de poder patriarcal, guardianas del orden, autoritarias y celosas. Quisieron controlar la sexualidad y someterla a sus creencias y supersticiones, a sus normas y tabúes, y reducirla a simple función de la reproducción, mirando con recelo, cuando no condenando, todo placer sexual que no se orientara a la reproducción. “Entonces”, la sexualidad rompió con la religión y la expulsó de su casa –su templo de carne–. Y así es en nuestros días. Todavía hoy, cuando la sexualidad se ha liberado incluso de la función reproductiva, las religiones se empeñan por todos los medios en seguir ejerciendo el control sobre ella, pero ya no lo consiguen más que en reductos marginales de un mundo pasado. La sexualidad ha roto con los sistemas religiosos, porque los sistemas religiosos han roto con la vida.
En el debate de Larzac se proyectó primero el film israelí Kadosh. Narra la tragedia de dos hermanas del barrio judío ultraortodoxo de Jerusalén. La mayor, Rivka, está casada con Meir, y no tienen hijos; el rabino decide que la Torah obliga a Meir a repudiar a su esposa, dando por sentado que la esterilidad es cosa de la mujer y que una mujer estéril es un cántaro rajado, inútil. La pequeña, Milka, está enamorada de Jakob, pero es obligada a casarse con Joseph, un joven rabino. Dos mujeres rotas. Solo podrá sobrevivir la que se rebele contra ese orden religioso fundamentalista, asfixiante.
“Me ahogo”, dice Milka. Deja la familia, sale de Jerusalén. Al fondo se divisa la conocida vista panorámica: la explanada del antiguo templo judío, la Cúpula Dorada y la mezquita Al-Aksa, las torres de las basílicas cristianas. ¿Qué es, pues, realmente Kadosh, santo? Es aquello que permite respirar. Es el amor, con transgresión incluida.
¿Pero cómo es que las religiones han acabado queriendo someter la sexualidad hasta asfixiarla, declarándola impura? “Al principio” no fue así, sobre todo en las grandes religiones monoteístas. ¿No leemos en la Biblia judía el Cantar de los Cantares, tan bello y desinhibido y tan poco “religioso”? ¿No ha reconocido el cristianismo en el amor carnal un sacramento de “Dios”? ¿No han exaltado los poetas musulmanes el erotismo más refinado en los tonos más líricos?
Pero no basta con apelar a los orígenes o a los textos sagrados, pues en los orígenes de todas las grandes religiones y en sus textos sagrados están presentes también el machismo, la homofobia y la repulsa del sexo. Las religiones deben eliminar esos y otros residuos de un mundo pasado, aunque “esté escritos” en sus textos sagrados. Solo así podrán volver a su verdadero “origen”, inspirarse en la Vida e inspirar vida.
(Publicado el 19-10-2014 en DEIA y los Diarios del Grupo Noticias)

martes, 28 de octubre de 2014

CRISIS FUFI SANTORI


De El Nuevo Día

Fufi Santori

27 de octubre de 2014

CRISIS

Cada cierto tiempo la sociedad 'americana’ se estremece con homicidios infantiles. En el más reciente, un 'teenager' en una escuela de Seattle, Washington mató a una de sus compañeras  e hirió a otros cuatro antes de quitarse la vida (una de las heridas murió en el hospital).  El pistolero lo hizo con un arma propiedad de su padre.
Niños matando niños. Esta modalidad criminal  parece ser exclusividad de los Estados Unidos de América. ¿Cómo explicarlo?
La violencia que se genera en esa nación surge de una agresividad que se procura, se desarrolla y se glorifica como indispensable en una personalidad ganadora. O sea, exitosa. Por eso,  en ese mare magnum de vida competitiva en la que al prójimo se vence en vez de ayudarse, se promueve el individualismo salvaje, ese que  no permite afectos ni consideraciones que pongan en riesgo el triunfo o sea, la consecución de una meta.
“Winning is everything" es un  aforismo que les llega del deporte y los embriaga al punto de insensibilizarlos en cuanto a los verdaderos valores de la experiencia deportiva que, además de salubristas deben darle prioridad al compartir sobre el competir.
Esa meta que define el triunfo y el éxito en una sociedad capitalista casi siempre es la acumulación de capital; dinero que una vez adquirido se multiplica según lo disponen las reglas del sistema de libre empresa sentando así las bases para desigualdades económicas que definen las clases sociales acentuándose  las diferencias en haberes entre el rico y el pobre o el patrono y el empleado quien, depende de su salario para sobrevivir siendo muy improbable  que pueda lograr hacerse de un capital que lo libere de la esclavitud salarial (wage slavery).
Fue dramático y trágico el despido de un centenar de empleados de Univisión que, de la noche a la mañana se quedaron sin los ingresos que por años recibían para cumplir con sus obligaciones económicas y así mantener a sus familias con cierta calidad de vida decente. Lamentablemente  en  las estrategias corporativas  hay muy poco  espacio para los afectos y todo gira en torno a la acumulación de riqueza para justificar la existencia de la empresa. Al no tener inherencia en las decisiones de cómo se distribuyen las  ganancias de la corporación, el obrero no puede asegurarse una justa participación de la riqueza que él, con su trabajo, ayudó a crear.
Y NO HAY PEOR DICTADURA QUE LA DEL MERCADO
Además, es inherente a la filosofía del capitalista la creencia de que es la empresa la que mantiene al asalariado y no la mano de obra de éste el que enriquece a la empresa.
El caso de Estados Unidos es el de mayor relevancia mundial dado su inconmensurable riqueza complementada por la fuerza militar más poderosa del planeta, combinación que lleva a su gobierno  a influir sobre la vida y economías del resto del mundo y hasta determinar quiénes son los buenos y quienes son los malos en el universo humano. Su sistema democrático de gobierno, tantas  veces vulnerado por la codicia, la corrupción y el prejuicio racial constituye un velo que oculta el tantas veces invisible poder de las oligarquías económico- militares al servicio de los dueños del capital, los ricos, que con sus propósitos  escandalosamente egoístas, propician una desigualdad abismal entre los que tienen y los que no tienen en una proporción que ubica el 60% de la riqueza del país en manos de un  2% de la población.
Ese todos contra todos del libre mercado que glorifica la competencia es un semillero de conflictos que  lleva a la humanidad muy aprisa por el camino de la autodestrucción.   
Solamente  una vacuna de  generosidad (sin adulterar) podría librarnos de ese  ébola sociológico.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

EL FUTURO DEL EVANGELIO JOSE MARIA CASTILLO

El futuro del Evangelio

17.09.14 | 12:12. Archivado en Iglesia católica
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La estimación comúnmente aceptada entre los expertos sitúa los orígenes del ser humano en torno a los cien mil años (Ernst Mayr, Bioastronomy News, 7, 3 (1995). De esos cien mil años, unos siete mil nos son suficientemente conocidos, ya que es en el tercer milenio (a. C.) donde se sitúa el “nacimiento de la civilización”, cuando en Oriente Medio (Mesopotamia) aparecieron la agricultura, la metalurgia y la escritura (Jean Bottéro, Mésopotamie, Paris, 1987, 8). Nacieron así lasprimeras “ciudades-estado”, con su organización, sus jerarquías y las consiguientes desigualdades sociales. Y fue entonces cuando dieron la cara dos grandes fenómenos culturales que han crecido sin cesar hasta el día de hoy: la evolución de la tecnología y la evolución social. Pero ahora caemos en la cuenta de que estos dos grandes fenómenos, que han marcado la historia de la humanidad, han crecido en sentido opuesto: la evolución tecnológica como progreso imparable, la evolución social como degradación inhumana que ahonda cada día más y más las desigualdades, las humillaciones y el sufrimiento de los mortales. (María Daraki, Las tres negaciones de Yahvé, Madrid, 2007, 8).
¿Qué papel ha desempeñado el Evangelio en esta apasionante y amenazante historia de la humanidad? Por los datos más fiables que nos proporcionan los cuatro evangelios, sabemos que Jesús tenía muy claro el peligro que representan, en la historia de los mortales, el dinero de los ricos y el poder de los grandes. De ahí que “servir al dinero” y “servir a Dios” son dos cosas incompatibles (Mt 6, 24). Como “mantener riquezas” y “seguir a Jesús” son igualmente incompatibles (Mc 10, 17-31). Y en cuanto al asunto del poder de los grandes de este mundo, Jesús fue tajante: lo que hacen es “dominar” y “tiranizar” (Mt 20, 25). Por eso, el mismo Jesús cortó en seco las apetencias de poder y mando que ya asomaron en los primeros apóstoles (Mt 20, 26; Lc 22, 25-26). Y el ejemplo supremo lo dio el propio Jesús cuando, al despedirse de sus discípulos, hizo con ellos el oficio de un esclavo (Jn 13, 1-15).
Más aún, las tres grandes preocupaciones de Jesús, un hombre profundamente religioso (por su relación con el Padre y su frecuente oración), no fueron de orden religioso, sino preocupaciones laicas, comunes a todos los humanos: la salud de los enfermos (relatos de curaciones), compartir mesa y mantel con toda clase de personas (relatos de comidas), y las mejores relaciones humanas de todos con todos (sermón del monte, (Mt 5-7), o de la llanura, Lc 6, 12-49). Pero sabemos que Jesús realizó todo esto de tal manera, que entró en conflicto con los dirigentes de la religión (José M. Castillo, La laicidad del Evangelio, Bilbao 2014, 121-137). Hasta el extremo de tener que aceptar “la función más baja que una sociedad puede adjudicar: la de delincuente ejecutado” (Gerd Theissen, El movimiento de Jesús. Historia de una revolución de valores, Salamanca, 2005, 53).
¿En qué ha quedado todo esto? En un programa heroico y raro, para pocas personas. ¿Y para la Iglesia? Es imposible contarlo en un breve artículo. Pero el hecho es que, con el paso de los tiempos, en la Iglesia terminó por imponerse más la Religión (con sus jerarquías, sus poderes, sus rituales, sus dogmas...) que el Evangelio (con las convicciones tan claras que Jesús transmitió). Como igualmente es un hecho que la cultura de Occidente, tan marcada por la Iglesia, ha sido una cultura de guerras y violencias, colonizaciones y poderes, a los que la misma Iglesia se ha tenido que acomodar, a los que la Iglesia “legitima” y de los que la Iglesia recibe, tantas veces, dinero y privilegios. Es cierto que en Occidente se han elaborado los derechos humanos (que, por cierto, no han sido aún suscritos por el Vaticano). Pero no es menos verdad que Occidente representa el ideal del desarrollo tecnológico (con su contrapartida de degradación social), la cuna del capitalismo, y el mantenedor de las más brutales desigualdades entre los pueblos y entre los seres humanos.

¿Se puede decir que el futuro de la Iglesia es el futuro del Evangelio?
 Lo será, en la medida en que la Iglesia se ajuste al Evangelio. Pero, ¡atención!, el Evangelio no es una doctrina, ni es una organización. El Evangelio es un proyecto de vida. De manera que quien viva ese proyecto, ése será el que se entere de lo que es el Evangelio. Y de lo que debe ser, y cómo debe ser, la Iglesia de Jesús. La Iglesia del Jesús de la vida, no de la religión que ha discutido con las demás religiones para ver cuál de ellas es la verdadera; o para buscar a las otras religiones, con el buen deseo de ver si, por fin, nos ponemos de acuerdo.

martes, 26 de agosto de 2014

Escucha, Israel

Escucha, Israel

ArregiLa tregua no basta. La sangre inocente de los niños, las mujeres, los civiles de Gaza, y hasta la sangre desesperada de sus milicianos clama contra ti desde el fondo de las ruinas, desde el fondo del drama. Tú, Abel de tantos crímenes a lo largo de la historia, te has convertido en Caín para tus hermanos palestinos. Se han tornado los papeles. En ellos te grita la sangre de Abel. Y su grito no cesará hasta que no te duela su dolor, respetes su dignidad, reconozcas sus derechos y repares sus ruinas.

También de ellos, no solo de ti, hablaba el Infinito Ardiente, cuando dijo a Moisés desde la zarza en llamas: “He visto su dolor, he oído sus gritos, conozco su sufrimiento. Bajaré a liberarlo. Vete a liberarlo”.
No tendrás paz hasta que no les hagas justicia. No serás libre mientras no liberes a tus hermanos palestinos, esclavizados y masacrados por ti, bombardeados por tierra, mar y aire tras haberlos encerrado en esa mísera franja de 40 km de largo por 7 de ancho donde viven hacinados casi dos millones de personas, en ese resto devastado de lo que durante milenios fue su tierra, hoy convertida en cárcel o tumba.
Vuelve a escuchar los oráculos de tus antiguos profetas, faros y vigías de la historia universal. Secunda si no es más la ley del talión: “Ojo por ojo, diente por diente”, una ley humanitaria cuando tus antepasados la formularon, pues quiso poner freno a la venganza desmedida: “Al que te arranque un ojo, no le arranques los dos”. Tú, en cambio, por cada uno de tus soldados muertos has matado a 30 palestinos, niños, mujeres y civiles en su gran mayoría, y aún consideras inadmisible esa proporción.
Jesús de Nazaret, otro de los tuyos, profeta rebelde y compasivo, fue mucho más lejos: “No respondas al mal con mal”. Más todavía: “Ama a tu enemigo. Y al que te pegue en una mejilla ofrécele también la otra”. ¿Estaba loco Jesús? ¿Acaso es aplicable tal principio en política? Tal vez no lo sea. ¿Pero de qué sirve una política no inspirada en la compasión? Mira a qué conduce la venganza. Mira a dónde vamos, a dónde vas.
Tú dices: “Tenemos derecho a existir como pueblo, a tener una tierra y a vivir seguros en ella”. Tienes razón. Rotundamente razón. Has sufrido demasiado durante miles de años. Has sido deportado, exiliado, perseguido. Has sido exterminado. Tu conciencia de pueblo y la historia de los horrores padecidos son tu argumento, y es inapelable.
Pues bien, hoy está en tu mano, más que en ninguna otra, la realización de ese tu derecho a vivir en paz en tu tierra. Pero escucha, Israel: nunca lo lograrás mientras tu política y la de tus aliados nieguen igual derecho a tu pueblo hermano. La tierra que la ONU os otorgó en exclusiva en 1948 era una tierra habitada por otros, y ahí se originó esta trágica confrontación de derechos, que la guerra desigual e interminable entre la violencia prepotente de vuestro Estado vencedor y la violencia desesperada de los vencidos, invencibles por desesperados, ha vuelto cada vez más trágica e insoluble. Pero después de 66 años, es claro como el agua del Hermón que ni la violencia de tu Estado ni la violencia de Hamás son solución; ambos se necesitan más bien para legitimar su objetivo común: la eliminación del enemigo. Avanzáis al infierno por el mismo camino.
¿No habrá, pues, más horizonte que el infierno compartido? De ti depende, Israel, más aun que de los palestinos. Cumple la resolución 242 de la ONU, una y otra vez reiterada, y siempre violada por ti, apoyado por amigos poderosos. Vuelve a las fronteras de 1948, abandona los territorios ocupados en la guerra de 1967, desmantela los asentamientos, accede a compartir la capitalidad de Jerusalén, busca la solución más justa y razonable posible a los 5 millones de refugiados palestinos. Si quieres, puedes.
Mira a los niños de Gaza, huérfanos de todo, que sin embargo juegan en las playas o en las ruinas de sus casas. Ellos no pueden ni saben, pero sus ojos te revelan la única solución justa. Y escucha a tus mejores ciudadanos que se manifiestan en tus calles contra la política criminal e insensata de tu Gobierno. Tampoco ellos pueden, pero conocen el único camino. Ellos y los niños de Gaza te enseñan cómo podrás vivir en paz en tu tierra.
José Arregi
(Publicado en los Diarios del Grupo NOTICIAS el 10-08-2014)

lunes, 9 de junio de 2014

La evolución es el hilo conductor de nuestra comprensión actual del mundo

Tendencias 21
Universidad Comillas

La evolución es el hilo conductor de nuestra comprensión actual del mundo

Abarca no sólo la historia de la vida sino también la del universo entero


Desde Einstein, los físicos han buscado una teoría que unifique la naturaleza. Cierto que su búsqueda se desarrolla al nivel de las fuerzas básicas, de las ecuaciones fundamentales, siguiendo en esto –yo diría que con rigurosa exactitud– a los filósofos presocráticos que trataban de dar con el "arjé". Y, sin embargo, si dejamos de lado las ecuaciones, lo cierto es que ya contamos con esa teoría. Es más, está plenamente consolidada como el hilo conductor de nuestra comprensión actual del mundo. No es otra que la concepción evolutiva, no sólo de la vida sino el universo entero. Por José Luis San Miguel de Pablos.




La evolución es el hilo conductor de nuestra comprensión actual del mundo
Carter Phipps, el autor de Evolucionarios -un libro que es bastante más que un simple bestseller, y que ya ha sido comentado en esta sección-, se limita en su ensayo a desplegar, desde muchas perspectivas distintas, una única verdad: que la asunción de que la Naturaleza es un proceso temporal y ontológicamente continuo -aunque con puntos críticos-, un río que fluye siempre, un devenir perpetuo en el que nada se crea ni se destruye sino que todo se transforma, es el eje de una forma de entender la vida y el cosmos que tiene muchísimo de espiritual, por más que la confirmación y el ajuste fino de esta intuición que se remonta a Heráclito, el Tao y los Upanishads, haya venido de la ciencia moderna.

Es así como Phipps nos prepara para la lectura: “En este libro -dice- exploraremos cuestiones tales como la evolución de la tecnología, la evolución de la cooperación, la evolución de la consciencia, la evolución de las visiones del mundo, la evolución de la información, la evolución de los valores, la evolución de la espiritualidad y la evolución de la religión. Creo que estas son formas muy legítimas e importantes de hablar de evolución, y esenciales en última instancia para entender adecuadamente nuestra vida y nuestro mundo.”

Con lo que, de paso, deja clara su fundamental asunción de que la idea de evolución no se limita a la vida orgánica ni es patrimonio exclusivo de la biología y los biólogos, por mucho que su lanzamiento comomacroparadigma –de hecho, la idea-guía esencial de la Nueva Edad en la que ya estamos– se hiciese desde la biología.

Y el evolucionismo biológico tampoco es patrimonio exclusivo de los neodarwinistas, por muchos méritos que se les reconozcan. El algoritmo mutación aleatoria – selección natural – reproducción favorecida por ésta – reiteración del proceso – especiación se queda corto. ¿Qué hay de la simbiosis? ¿Y de los intercambios genéticos horizontales? ¿Y de la causación descendente, desde los niveles ecosistémico y gaiano?

A Lynn Margulis se le pudo hurtar un merecidísimo Nobel por el “delito” de apoyar la teoría de Gaia, pero su obra y conclusiones ahí están… Y como escribió Peter Corning, al que se cita en el encabezamiento del capítulo cuatro de Evolucionarios, “Cooperación. Un cosmos sociable”: “Las comunidades ecológicas no son circos de gladiadores, en los que rige la más feroz competencia, sino redes de interacciones complejas con intereses interdependientes que requieren del ajuste, tanto a los demás [componentes] como a la dinámica global del ecosistema”.

Teilhard de Chardin es, sin ninguna duda, el personaje más citado en Evolucionarios, y ello por el decisivo papel que jugó en orden a la universalización del concepto de evolución, haciendo ver que concierne incluso a nuestro núcleo esencial: la consciencia o el espíritu. También por haber destruido el tópico de la incompatibilidad de la evolución con el cristianismo, un tópico que curiosamente pervive todavía en las zonas “ultraprotestantes” de la América profunda en las que Carter Phipps pasó su infancia y adolescencia.

Además, Teilhard volvió a poner en primer plano la controversia evolucionista sobre el sentido de la evolución. Más allá de cualesquiera argumentaciones científicas en contra, en base a las cuales ha sido muy criticado, inspiraba a Teilhard una potente intuición –vinculada sin duda a su fe, aunque… creo que la trascendía– a la que, personalmente, concedo un gran valor cognitivo.

Evolución hacia la complejidad

Este controvertido tema de la direccionalidad de la evolución (general, no solo biológica) es el eje coincidente del libro que aquí se comenta y del pensamiento de Teilhard. El asunto dista mucho de estar zanjado, y por cierto no hace ninguna falta apelar al “diseño inteligente” o a alguna clase de programación determinista y lineal para reconocer que, globalmente considerada, la evolución posee un sentido, no tanto “hacia el Hombre” como “hacia una mayor complejidad” que concierne también al lado interno, o prepsíquico, de la materia y el universo.

La máxima aportación científico-filosófica de Teilhard de Chardin es, a mi modo de ver, la Ley de Complejidad-Consciencia, adelantadísima a su tiempo y que solo a medida que avanza el siglo XXI empieza a ser comprendida por algunos (pocos todavía) y se empiezan a entrever sus consecuencias inmensas.

Volvamos a Phipps. El megaparadigma evolutivo coincide con la idea-guía de Heráclito (panta rhei), que es llevada hasta sus últimas consecuencias. Y eso supone admitir una orientación en el “fluir”, aunque sea a través de múltiples y retorcidas sinuosidades, tal como sucede con los verdaderos ríos.

Pero ¿qué pasa con Parménides y con el “Yo soy el que Es” del Sinaí? La respuesta es clara: para Phipps, ser es ser-en-proceso, o dicho en otros términos, sólo en el devenir hay ser. Ni el ser inmutable parmenídeo ni el Ser Supremo personal y eterno de las fes teístas le dicen gran cosa a un evolucionario como Carter Phipps.

El ser emerge en el curso del proceso evolutivo, “revelándose” en múltiples niveles (de complejidad física y psíquica) y bajo innumerables formas, ya que, como manifestaba Phillips Clayton, otro estadounidense que siguió un tortuoso camino espiritual que le llevó del ateísmo al fundamentalismo cristiano y finalmente a una comprensión excepcionalmente profunda de la evolución, “el proceso de complejidad creciente abierto en el mundo natural conduce a formas de existencia cualitativamente nuevas”, siendo así que “en el curso de la evolución advienen a la existencia nuevas modalidades de ser que difieren fundamentalmente de las que les han precedido” (capítulo 15, “Un Dios en evolución”). La evolución es ontogénica. No se limita a retocar lo previamente existente.

Encuentro que tiene especial relevancia para esta sección de Tendencias21 que se llama Tendencias de las Religiones (me encanta este genitivo plural) el capítulo seis de Evolucionarios titulado “Novedad. El problema de Dios”. El mismo contiene la crítica mejor fundamentada que hasta ahora he podido leer, a la teoría del diseño inteligente, una crítica que no se efectúa desde el ateísmo sino desde una decidida apuesta (más que creencia) por la realidad de Dios, si bien se trata de un Dios que no habría gustado mucho a Pascal, ya que no es (o al menos, a mí no me parece que sea) “el de Abraham, de Isaac y de Jacob”.

Lo que dice Phipps, siguiendo al teólogo americano actual Haught, es que los defensores del “diseño” tienen una idea de Dios pequeña y envejecida, la de un Dios egóticamente controlador que, una vez hubo creado el universo, quiso dejarlo todo “atado y bien atado”. Pero ¿qué Dios es el que responde mejor a la religiosidad evolucionaría? (porque de la lectura y relectura del libro yo he sacado la conclusión de que lo que realmente se expone a lo largo de sus más de quinientas páginas es una religiosidad nueva). Me parece que es el Dios spinoziano, ese Dios idéntico a la potencia creadora y transformadora intrínseca de la Naturaleza, no sólo de ésta sino de todas las posibles. Y en esta manera de acercarse a lo sagrado Phipps no está solo.

Le acompaña Stuart Kauffman, citado por él, que en Investigaciones y en Reinventing the Sacred plantea que detrás de esa Cuarta Ley de la Termodinámica que propone –una ley que daría cuenta de la orientación cósmica hacia un aumento de la complejidad, a través de las “bifurcaciones lejos del equilibrio” que descubrió Prigogine estudiando las estructuras disipativas– hay algo más que física: una meta-física profunda, con poco o nada que ver con el God in the gap que tanto irrita, y seguramente con razón, a los neoateos. Tal vez lo que subyace a esa posible Ley es la sacralidad intrínseca de la Naturaleza, el eje central del misticismo de Baruch Spinoza, y también por cierto de la trimilenaria tradición hindú.

Otros temas de interés

Evolucionarios plantea otros temas de gran interés, uno de los cuales se refiere a la posible función de la tecnología del Homo sapiens en el proceso evolutivo general. ¿Es nuestra tecnología un peculiar camino bifurcativo de la evolución biológica, en vías de devenir transbiológica? Y lo humano, transhumano… Es lo que creen actualmente los transhumanistas, a los que Phipps dedica un capítulo extenso. Se trata de un movimiento, sobre todo americano, que tiene sus moderados y sus talibanes.

Entre los segundos, aquellos que afirman que “la carne es sucia”, con lo que no se refieren al sexo (aunque no deja de llamar la atención la coincidencia con formulaciones de muy diferente procedencia, que no hace falta explicitar) sino a lo orgánico en general, cuerpo naturalmente incluido. Con lo que sueñan es con cambiar suhardware biológico actual por otro tecnológico, o al menos con que tal cosa pueda realizarse en un futuro cercano. Todos apuestan por el salto hiper-mutante que promete una tecnología que en teoría permite dirigir nuestra propia evolución, que dejaría de ser biológica y “ciega” para pasar a ser autoevolución consciente.

Los transhumanistas moderados defienden simplemente que la biotecnología, la microcibernética y todas las demás tecnologías susceptibles de integrarse en nuestra íntima estructura biológica poseen un inmenso potencial de transformación de la naturaleza humana, y que esa transformación es de hecho un proceso evolutivo –aunque el instrumento de tal proceso sea el hombre mismo– ya abierto e imparable, capaz en principio de originar “algo” que ya no podrá llamarse humano.

Este argumentario inquietante es difícil de cuestionar, desde el momento que el principio evolucionario nos hace ver que todo es mudable y nada en el mundo es eterno; pero por lo que se refiere al otro sector del transhumanismo, el que representan los radicales, creo que no hacen sino rendir culto a una desmesurada voluntad de poder, muy característica de la mentalidad occidental y con fuerte arraigo especialmente en los Estados Unidos, que por algo es la cuna de los superhéroes de cómic.

No es, pues, de extrañar que Carter Phipps haga notar que la mayor debilidad de los transhumanistas -en general- tiene que ver con la escasa atención que prestan al aspecto consciencia, seguramente a causa de su absorbente fascinación por lo tecnológico.
La cita de Schelling que encabeza el ya mencionado capítulo 15 (“Un Dios en evolución”) no tiene desperdicio:

“¿Tiene la creación alguna meta final? ¿Y por qué, de ser así, no la alcanzado de una vez? Estas preguntas no pueden tener más que una respuesta: porque Dios es Vida y no sólo Ser”.

El origen de lo humano

Este capítulo de contenido teológico, justifica, más que ninguna otra parte del libro, mi opinión de que estamos ante un ensayo básicamente religioso o, si se quiere, filosófico-religioso. Puede llegar a irritar a los creyentes tradicionales (como sin duda habrá sido el caso de muchos paisanos del autor, en Kansas City), pero creo que merece la pena meditarlo con calma.

A la teología del Ser Supremo Personal contrapone la metafísica de Alfred North Whitehead, una concepción de la realidad radicalmente dinámica al par que pan-psíquica, en la que sólo hay Vida y proceso, y en la que los seres son “acontecimientos”: remolinos del Gran Río (¿la Divinidad inmanente que los chinos denominan Tao?) que se forman y que, al deshacerse, originan otros remolinos, estando todos ellos entrelazados. Su inspirador cercano más claro fue Bergson, como en el caso de Teilhard.

Pero este no es un artículo dedicado exclusivamente a comentar Evolucionarios, sino que, partiendo del amplio abanico de “aperturas” contenido en ese interesantísimo ensayo, lo que ahora se propone es penetrar por alguna de ellas para explorar un poco más lejos de lo que lo hace el libro de Phipps.

La apertura elegida es –en honor a Darwin y también a Teilhard– el origen de lo humano; pero no vamos a centrarnos en la evolución físico-anatómica de los homínidos, ni tampoco en la de la “inteligencia”, sobre todo si esta se entiende de forma unidimensional, sino en el surgimiento evolutivo de la dimensión moral, un tema mucho menos tratado, aunque Darwin ya lo sugiriese.

Es de este tema del que trata otro ensayo que acaba de ser publicado y que viene a ser el complemento perfecto de Evolucionarios. Su autor es el holandés Frans de Waal, su título original The Bonobo and the Atheist. In Search of Humanism among the Primates, y se ha traducido al castellano con el de El bonobo y los Diez Mandamientos. El filósofo Hans Jonas dijo algo que deberían meditar todos los que aceptan la evolución:

“El evolucionismo ha minado la construcción intelectual de Descartes mucho más eficazmente de lo que lo ha hecho ninguna crítica metafísica. La indignación estrepitosa que se alzó inicialmente en contra del atentado a la dignidad del hombre que suponía una doctrina que defendía que su origen estaba en el reino animal, fue incapaz de ver que en virtud de ese mismo principio la totalidad del reino animal recibía algo que hasta entonces se consideraba ligado exclusivamente a la dignidad del hombre. Porque si el hombre está emparentado con los animales, éstos están a su vez emparentados con el hombre, y ellos también -siguiendo una cierta gradación- son portadores de esa interioridad o subjetividad de la que el hombre, evolutivamente más avanzado, llega a tener plena conciencia”. (Evolución y Libertad).

Esta cita viene de perlas para introducir la tesis central de El bonobo… Que si aceptamos que hay dos maneras de entender y de vivir la ética: como normatividad y como impulso que surge del corazón -lo que se conoce como ética de la compasión-, la primera tiene indiscutiblemente un origen humano, pero no así la segunda que, como espontaneidad emocional-instintiva, es anterior a la aparición del Homo sapiens y está presente ya en no pocos animales superiores –no sólo primates como parecería dar a entender el título del libro– que son, en múltiples ocasiones, tan empáticamente altruistas (y en este sentido “buenos”) como en otras despiadadamente agresivos (y en este sentido “malos”).

Sucede, por otra parte, que en los mamíferos superiores distintos del hombre existen en este y otros aspectos -al igual que sucede en el género humano- grandes diferencias entre individuos, aparte de las existentes entre especies muy próximas entre sí, como es el caso de los chimpancés verdaderos y los bonobos.

El título de la edición española del libro que ahora comentamos se justifica precisamente por el mayor grado de empatía (o “protobondad”) instintiva que se observa en esta especie de primates africanos en comparación con los chimpancés, entre los que, no obstante, se dan también frecuentes casos de altruismo, aparte de haber numerosos individuos (más hembras, pero también bastantes machos) que no responden, para nada, al cliché agresivo de la especie.

Protocódigos éticos

Interesa dar cuenta de la línea argumental que sigue de Waals para defenderse de la acusación de antropomorfismo que puede hacérsele y que desde luego algunos le hacen: dejado felizmente atrás el ritornello del “no tienen alma” que tantas veces sirvió para justificar lo injustificable, es imposible distinguir los comportamientos compasivos protagonizados por grandes simios –de los que el ensayo proporciona abundantes ejemplos– de aquellos cuyos actores son seres humanos.

La presencia o ausencia de lenguaje articulado no sirve como criterio, como tampoco lo es la existencia entre nosotros de códigos morales explícitos, de los que los monos carecen. Primero, porque un impulso compasivo es de esencia no verbal, aunque pueda verbalizarse (en el momento o a posteriori), y porque es eso, un impulso espontáneo, algo que uno siente, y no aplicación de ningún código.

Y segundo, porque de Waals y otros etólogos han detectado auténticos pre o protocódigos éticos, no sólo entre los primates sino también en otros mamíferos sociales, como los elefantes y los lobos, pautas de comportamiento a las que deben adaptarse los individuos (pero no es automático que lo hagan), claramente orientadas a mantener y reforzar la cohesión de la sociedad animal, que racionalmente hemos de considerar como antecesoras de la normatividad moral específicamente humana.

De Waals se apoya, entre otras cosas, en la neurología para establecer una diferencia radical entre el altruismo automatizado de los insectos sociales, y el vivencialmente empático o compasivo de los mamíferos, primates o no primates: el cerebro límbico, patrimonio de los mamíferos, hace de ellos seres emocionales, y por tanto afectivos.

Nada tiene que ver, pues, el suyo con el altruismo programado de una termita o de una abeja, que viene a ser como una célula en el seno de un superorganismo; y ha sido la confusión entre estas dos clases de altruismo que se dan en la naturaleza, el “robótico” y el compasivo, lo que ha podido inspirar crueles totalitarismos decolmena, y ha llevado a desvalorizar –al querer reducirlo al otro– el genuino altruismo compasivo, que nació ya en el mundo de los mamíferos mucho antes de la aparición del hombre.

Por lo demás, la amplia casuística que ilustra este ensayo no es gratuita sino que sirve para que el lector entre en contacto con una realidad comportamental concreta de base afectiva que es imposible que le deje indiferente, porque no está ante una proyección antropomórfica sino frente a un paralelismo real y constatable entre hominoideos que hunde sus raíces en un largo proceso evolutivo anterior, el de los mamíferos, el cual hizo nacer un instinto básico, no reconocido durante mucho tiempo, que está en el origen nada menos que de la bondad humana.

Una revolución que afecta a la religión

Aprovecho la ocasión para hacer notar que, en el debate en curso sobre los derechos de los animales, muchos textos resultan excesivamente eruditos y fríos, como si sus autores tuviesen vergüenza de manifestar abiertamente compasión hacia unos seres otros, pero sensibles no sólo frente al dolor sino también emocional y afectivamente, y además comunicables -con nosotros- en muchísimos casos.

Sin embargo, cuando está en juego el sufrimiento del otro, lo normal –lo humana y “mamíferamente” normal– es la com-pasión que, como su propio nombre indica, implica pasión en alguna medida.

Una medida, la justa, presente en El Bonobo y los Diez Mandamientos, y también -sea dicho de paso- en la recientísima obra de Jesús Mosterín El triunfo de la compasión, que trata este tema y es altamente recomendable.

De lo que no cabe la menor duda es de que la plena asimilación por la sociedad de la idea de evolución supone (o supondrá, ya que todavía está lejos de haberse producido) una revolución profundísima. No sólo intelectual y filosófica, sino también en lo que se refiere a la concepción de nosotros mismos y de nuestra relación con los demás animales y con la naturaleza, una revolución que puede -y muchos pensamos que debe- llamarse espiritual.

Una revolución que es imposible que deje incólume a la religión. Lo de la nueva era no tiene copyright New Age; también es, por ejemplo, cosa de Robin G. Collinwood quien, en Idea de Naturaleza, resume en LA IDEA DE EVOLUCIÓN toda la “concepción moderna del mundo” que, hacia mediados del siglo pasado, estaba empezando apenas a sustituir a la idea-guía anterior, la mecanicista. Creo que desde entonces algo hemos avanzado.

viernes, 6 de junio de 2014

Nuestros presupuestos equivocados nos pueden destruir Leonardo Boff

Nuestros presupuestos equivocados nos pueden destruir

BoffInnegablemente estamos viviendo una crisis de los fundamentos que sustentan nuestra forma de habitar y organizar el planeta Tierra y de tratar los bienes y servicios de la naturaleza. En la perspectiva actual están totalmente equivocados, son peligrosos y amenazadores del sistema-vida y del sistema-Tierra. Tenemos que ir más lejos.
Dos de los padres fundadores de nuestro modo de ver el mundo, René Descartes (1596-1650) y Francis Bacon (1561-1626) son sus principales formuladores. Veían la materia como algo totalmente pasivo e inerte. La mente existía exclusivamente en los seres humanos. Estos podían sentir y pensar mientras que los demás animales y seres actuaban como máquinas, desposeídas de cualquier subjetividad y propósito.
Lógicamente, esta comprensión creó la ocasión para que se tratase a la Tierra, a la naturaleza y a los seres vivos como cosas de las cuales podíamos disponer a nuestro gusto. En la base del proceso industrialista salvaje está esta comprensión que persiste aún hoy, incluso dentro de las universidades llamadas progresistas, pero rehenes del viejo paradigma.
Las cosas, sin embargo, no es que sean así. Todo cambió cuando A. Einstein mostró que la materia es un campo densísimo de interacciones, y más aún, que ella en realidad no existe en el sentido común de la palabra: es energía altamente condensada. Basta un centímetro cúbico de materia, como le oí decir en 1967 en su último semestre de clases en la Universidad de Munich a Werner Heisenberg, uno de los fundadores de la física de las partículas subatómicas, la mecánica cuántica, que si ese poco de materia fuese transformado en pura energía podría desestabilizar todo nuestro sistema solar.
En 1924 Edwin Hubble (1889-1953) con su telescopio en el Monte Wilson en el sur de California, descubrió que no solamente existía nuestra galaxia, la Vía Láctea, sino cientos de ellas (hoy cien mil millones). Notó, curiosamente, que se están expandiendo y alejándose unas de otras a velocidades inimaginables. Tal verificación llevó a los científicos a suponer que el universo observable había sido mucho menor, un puntito ínfimo que después se inflacionó y explotó, dando origen al universo en expansión. Un eco ínfimo de esa explosión puede ser identificado todavía, lo cual permite datar el evento como algo ocurrido hace 13.700 millones de años.
Una de las mayores contribuciones que están desmantelando la antigua mirada sobre la Tierra y la naturaleza proceden del premio Nobel de química el ruso-belga Ilya Prigogine (1917-2003). El dejó atrás la concepción de materia como inerte y pasiva y demostró experimentalmente que elementos químicos colocados bajo determinadas condiciones pueden organizarse a sí mismos bajo modelos complejos que requieren la coordinación de billones de moléculas. Estas no necesitan instrucciones ni los seres humanos entran en su organización. Ni siquiera existen códigos genéticos que guíen sus acciones. La dinámica de su autoorganización es intrínseca, como la del universo, y articula todas las interacciones.
El universo está penetrado de un dinamismo autocreativo y autoorganizativo que estructura las galaxias, las estrellas y los planetas. De vez en cuando a partir de la Energía de Fondo se producen afloraciones de nuevas complejidades que hacen aparecer, por ejemplo, la vida y la vida consciente y humana.
Toda esa dinámica cósmica tiene tiempos propios: tiempo de las galaxias, de las estrellas, de la Tierra, de los distintos ecosistemas con sus representantes, cada uno también con su propio tiempo, de las flores, de las mariposas, etc. Los organismos vivos especialmente tienen sus tiempos biológicos propios, uno para los microorganismos, otro para los bosques y las selvas, otro para los animales, otro para los océanos, otro para cada ser humano.
¿Qué hemos hecho nosotros modernamente para gestar la crisis actual?
Inventamos el tiempo mecánico y siempre igual de los relojes. El dirige la vida y todo el proceso productivo, no tomando en cuenta los demás tiempos. Somete el tiempo de la naturaleza al tiempo tecnológico. Un árbol, por ejemplo, necesita 40 años para crecer y una motosierra lo derriba en dos minutos. No cultivamos ningún respeto hacia los tiempos de cada cosa. Así no les damos tiempo de rehacerse de nuestras devastaciones: contaminamos los aires, envenenamos los suelos y quimicalizamos casi todos nuestros alimentos. La maquina vale más que el ser humano.
Al no concedernos un sábado, bíblicamente hablando, para que la Tierra descanse, la extenuamos, la mutilamos y dejamos que enferme casi mortalmente, destruyendo las condiciones de nuestra propia subsistencia.
En este momento estamos viviendo un tiempo en el que la propia Tierra está tomando conciencia de su enfermedad. El calentamiento global indica que ella va a entrar en otro tiempo. Si seguimos maltratándola y no la ayudamos a estabilizarse en ese otro tiempo, podemos contar las décadas que faltan para la tribulación de la desolación. Por causa de nuestros equívocos no concientizados y formulados hace siglos que no hemos corregido y obstinadamente reafirmamos.
Con Mark Hathaway escribí El Tao de la Liberación,premiado en Estados Unidos con medalla de oro en nueva ciencia y cosmología.
Traducción de MJ Gavito Milano

sábado, 31 de mayo de 2014


REFLEXIONES EN TORNO A LA VIDA DEL CARDENAL LUIS APONTE MARTINEZ Y SU RECIENTE FALLECIMIENTO EN PUERTO RICO

El Cardenal con el Papa Juan Pablo II

El fallecimiento del cardenal Luis Aponte Martínez representa una pérdida singular para Puerto Rico y para la historia de nuestro catolicismo. Eso lo sabemos todos. Pero hay más que decir. Con su muerte se reviven como un interesante despertar de nuestra conciencia católica y también de nuestra conciencia cultural puertorriqueña momentos, giros y gemidos de una transformación política y religiosa que comenzaba con su episcopado, alcanzaba un clímax con su ascenso a la posición de cardenal o príncipe de la Iglesia y que se completaba con su deceso. 

Don Luis Cardenal y Don Luis Muñoz, dos caras de la misma moneda


Don Luis Muñoz Marín
Don Luis Muñoz Marín representó para Puerto Rico y su cultura la apertura a la modernidad y la secularidad democrática del nuevo imperio americano. Si con él resuena la imagen del hombre intelectual de letras que se torna jíbaro para ganarse a un pueblo, el Cardenal Luis Aponte Martínez despunta paradójicamente como el auténtico jíbaro pobre que se torna príncipe del estado Vaticano para transformar y robustecer la imagen golpeada pueblerina de nuestra cultura católica puertorriqueñista. Tanto don Luis como el Cardenal se formaron en Estados Unidos. Ambos apreciaban la cultura americana, no tanto para encarnarla sino para respetarla y aprovecharla. Ambos llevaban en sus historiografías particulares consignas políticas y religiosas. Si bien don Luis iba rumbo a crear como proyecto sociopolítico un estado libre asociado con Estados Unidos de América, don Luis el Cardenal llevaba in péctore el acometido de elevar el catolicismo nuevamente al corazón del papado y a la vez alejarlo del fuerte influjo de las corrientes modernistas y muy particularmente del protestantismo americano fundamentalista y anticatólico. 

El cardenal y el nuevo rostro de una jerarquía puertorriqueña

Instalación del nuevo arzobispo
Luis Aponte Martínez
Entremos brevemente en algunos acontecimientos críticos del recorrido histórico del cardenal sin perder de vista la presencia de don Luis Muñoz el político en el trasfondo de esta gesta. Su nombramiento inicia un esfuerzo muy particular dirigido hacia el fortalecimiento de la identidad cultural comenzando por la transformación de la jerarquía isleña. Tomó siglo y medio para que se renombrara a un obispo nativo. Recordemos que los padres del cardenal eran lajeños de pura cepa, de origen humilde y de catolicismo acendrado. Su padre era vendedor de leche en su pueblo, su madre costurera. Ambos prolíficos. Procrearon dieciocho hijos. Sabemos que el nombramiento de un obispo puertorriqueño no fue iniciativa de la curia romana o del clero local.

El Partido Acción Cristiana y los obispos americanos

Monseñor Jaime P. Davis

Monseñor MacManus
La popularidad del Gobernador de Puerto Rico, Don Luis Muñoz Marín con un programa político puertorriqueñista por un lado, pero a la vez secularista, logró ganar  las elecciones del sesenta contra las fuerzas de PAC, un partido creado por líderes católicos con el apoyo de los obispos americanos. Este partido (el PPD) apoyaba la esterilización de la mujer puertorriqueña y se declaraba contra el uso de la escuelas públicas para la enseñanza de la religión. La derrota del PAC se interpretó en Roma como una convocatoria para la creación de una jerarquía nativa. No son pocas las voces que señalan al mismo don Luis Muñoz quien inclinara en forma decisiva el péndulo en Roma en pro del nombramiento de obispos nativos. Tras su victoria, Muñoz pidió a Roma que cesara de nombrar a obispos americanos para que fueran reemplazados por obispos nativos que respondieran a los intereses socioculturales del pueblo puertorriqueño. (María Mercedes Alonso: Muñoz Marín Vs. The Bishops, An Approach to Church and State (1998) , Publicaciones puertorriqueñas). 

La iglesia y el estado comparten rumbos de la americanización 
Pero Don Luis Muñoz reclama la presencia de obispos puertorriqueños

Esta victoria del Partido Popular por encima de la voluntad de los obispos marca definitivamente el comienzo de un período nuevo para el catolicismo puertorriqueño. La americanización y la consecuente secularización del estado (vs. la Iglesia) puesta en marcha en Puerto Rico desde principios del siglo con el nuevo régimen ya había prendido en el alma del puertorriqueño.  Las escuelas católicas dirigidas por obispos, monjas y sacerdotes americanos ya habían formado a una buena parte del nuevo liderato americanizador de la isla. A todo esto se le añade la avasalladora presencia del protestantismo que iba creciendo a pasos agigantados. La decisión de Roma de nombrar a Aponte Martínez al episcopado y luego ascenderlo a la más alta posición parecía una acción encaminada a mitigar de alguna manera el daño ocasionado por la creación de este partido católico (PAC). 

Don Luis el Cardenal, la reforma del Concilio Vaticano II y la crisis del posconcilio

El Concilio Ecuménico Vaticano II en sesión
Al Cardenal le tocó dirigir la jerarquía y al pueblo católico desde el arzobispado de San Juan a partir del 1964 culminando en el 1990 con su renuncia, después del transcurso de unos treinta y cinco años de servicio. Durante este período la Iglesia Católica, la de Puerto Rico y la de todo el mundo católico, debió enfrentar una crisis mayor, la interna. El Concilio Vaticano II que culminó en el 1965 se celebró para transformar la Iglesia desde adentro: su liturgia, su pastoral y su doctrina. Se trataba de un aggiornamento, o una puesta al día de toda la misión pastoral de la Iglesia cara a las necesidades del pueblo católico y del mundo. La iglesia predicaba una apertura y en cierta medida un regreso renovado al evangelio. Su compromiso fue la de escuchar los signos de los tiempos para dar continuidad a cambios que guiaran a su jerarquía y a sus líderes a iluminar con los evangelios y con la vida propia la manera de vivir más auténtica del cristiano y de personas de buena voluntad. Con ese compromiso se puso en marcha la reforma de la Iglesia. 

La reforma del Concilio - una nueva conciencia para la  evangelización


El catolicismo pareció, ante los ojos de todo el contingente numeroso de sacerdotes, monjas y laicos preocupados, un gigante que despertaba súbitamente de su somnolencia. La imagen del Papa Juan XXIII con su apacible compostura, enorme sencillez y su mensaje caracterizado por la grave consigna de conciliación ecuménica y de misionera atención a los pobres, especialmente dirigido a la población tercermundista revestían un cariz dramáticamente transformador de la faz de la iglesia. 
Si bien en los concilios anteriores de la iglesia (Trento y Vaticano I) predominó la intención de poner orden y definir ortodoxias en el interior de la institución frente a los errores del modernismo, el Vaticano II evitó lanzar anatemas. Antes bien parecía confiar plenamente en que el soplo del Espíritu Santo habría de instalarse en la sociedad secular mediado por una Iglesia que encarnara al Jesús de los pobres y oprimidos.

La primera respuesta del llamado conciliar - libertad, apertura, reorganización y encuentro de pensamientos
corresponsabilidad

Como era de esperarse, hubo obispos, sacerdotes, académicos, teólogos y laicos que no tardaron en expresarse abiertamente y de organizarse libremente. De esta apertura nacieron movimientos de diversa índole. Aparecieron grandes pensadores, grandes ideas y magníficas tendencias innovadoras. También hicieron acto de presencia sacerdotes, laicos y obispos de auténtica entrega y arrojo personal. 

Reorganización de las diócesis, órdenes y congregaciones religiosas

Durante los treinta y cinco años que comprendió la misión pastoral del Cardenal, la Iglesia puertorriqueña fue partícipe durante sus primeros diez años de este nuevo espíritu de apertura anunciado por el Concilio. Tanto las ordenes religiosas femeninas como los frailes acogieron la reformas sin demora. Para nombrar sólo a una de estas comunidades religiosas las Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús revisaron su constituciones fundacionales para atender la nueva pastoral de la Iglesia. La comunidad se transformó. De ser una dedicada a la educación universitaria se refundó para atender como misionera a comunidades pobres de sectores rurales de Puerto Rico y de otras regiones de Latinoamérica; de realizar su vida religiosa cotidiana en instituciones conventuales a la de insertarse en comunidades pobres y hacer vida compartida en ellas. 

Las Hermanas del Buen Pastor y las Hermanas de Jesús Mediador siguieron esa misma ruta. Las Hermanas School Sisters of Notre Dame fueron también movidas en esa dirección. De los religiosos de órdenes masculinas se dio también algo similar. Los sacerdotes dominicos, por ejemplo, ofrecieron sus servicios pastorales en diversas parroquias a lo largo y lo ancho de la isla. Igualmente los trinitarios, pasionistas, mercedarios, capuchinos, franciscanos, salesianos, jesuítas, redentoristas, carmelitas, etc. La lista es larga. Al inicio del posconcilio el ambiente que se respiraba era de optimismo. Se comenzaron a sentir reformas no solo fundacionales de las órdenes religiosas sino que también la misma estructura jerárquica fue reorganizada de manera que los obispos de cada región eclesiástica formaran sus conferencias episcopales particulares. Esta estructura se amplió para convocar conferencias episcopales pertenecientes a regiones contiguas y culturalmente semejantes (cuya existencia parte del 1955). Los Obispos latinoamericanos formaron el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) para reunir a todas las conferencias episcopales de Latinoamérica y el Caribe. Los sacerdotes de cada diócesis también formaban consejos presbiterales y sus obispos organizaron vicarías de pastoral en cada diócesis. 

La crisis desde la cúpula hacia abajo

No obstante, como toda institución que sienta la necesidad de desprenderse de tradiciones, costumbres y creencias arraigadas; como toda comunidad culturalmente configurada por siglos de institucionalidad que se vea ante la urgencia de cambios profundos  - ante la necesidad de discernir entre lo auténtico y lo perecedero  - la resistencia al cambio era de esperarse. Casi podía anticiparse una crisis desde la misma cúpula del gobierno de la Iglesia. Parecería ser que los herederos y responsables del rumbo que tomara la nueva pastoral del Concilio Vaticano II era la curia romana. Fue lamentablemente la curia y otros representantes del gobierno de la Iglesia, desde arriba, las que arribaron al entendimiento de que la reforma se había salido de su cauce. 


 Citamos las palabras del Ratzinger en el 1985 sobre este tema: 
"Esperaban una nueva unidad católica y ha sobrevenido una división tal que, se ha pasado de la autocrítica a la autodestrucción. Se esperaba un nuevo entusiasmo, y se ha terminado con demasiada frecuencia en el hastío y el desaliento. Esperábamos un salto hacia adelante, y nos hemos encontrado ante un proceso progresivo de decadencia que se ha desarrollado en buena medida bajo el signo de un presunto ‘espíritu del concilio’, provocando de este modo su descrédito" (Joseph Ratzinger-Vittorio Messori, Informe sobre la fe, Madrid, 1985, pág. 35).

Estas expresiones del cardenal Ratzinger junto a la proscripción de escritos de algunos teólogos con interpretaciones disidentes del pensar de la curia romana fue abriendo la brecha para delinear dos visiones, la conservadora (y restauracionista) y la innovadora de la trayectoria del Concilio. Aquellos laicos, obispos y sacerdotes ubicados en una línea teológica o pastoral apartada de unos estándares conservadores debían desistir y abandonar sus acometidos. Lo que inicialmente parecía una importante actividad reflexiva y dialogante de polos que se iban separando, se puso de manifiesto ya a partir de la década de los años setenta, una sutil ruptura, entre aquella  dirigida desde Roma y la generada por teólogos, obispos y laicos inmersos en comunidades de base y comprometidos desde una teología de la liberación en Latinoamérica.

La crisis en Puerto Rico, un gélido aire de sujeción y llamado a la obediencia

Nos vienen ahora a la memoria con la muerte del Cardenal Aponte eventos de la década de los años setenta en Puerto Rico que encendieron gran entusiasmo entre un numeroso grupo de sacerdotes, religiosas y laicos jóvenes. De las grandes ilusiones y de la esperada apertura prometida por el posconcilio esta década sufrió los embates de rápidas y sucesivas etapas de depuración. De la promesa de acercamientos fraternales y dialógicos entre el episcopado, el clero, los laicos y pueblo de Dios de la cual habría de producirse una verdadera y fructífera reforma se pasó a un sutil enfrentamiento entre elementos de la jerarquía y el clero. Los calificados de disidentes entendieron aunque anonadados que no había nada más que hacer. Se empezó a sentir un gélido aire de sujeción o congelación, un emergente llamado a la obediencia, al silencio y finalmente un llamado a la claudicación de innovaciones y libertades.  

Luis Cardenal Aponte y los obispos de Puerto Rico 

Monseñor Casiano
Monseñor Torres Oliver
Monseñor Grovas
Antes de pasar a mencionar a los miembros del clero que fueron objeto de la acciones correctivas o que cesaron de realizar funciones ministeriales como consecuencia de líneas pastorales específicas de parte de la jerarquía debemos mencionar a los obispos que protagonizaron estas acciones durante este periodo posconciliar. Recordemos que el Cardenal Aponte fue cabeza de la conferencia episcopal de Puerto Rico. A él se añadieron otros tantos obispos que habrían de ser cabezas de las cuatro diócesis restantes. Monseñor Fremiot Torres Oliver se ubicó en Ponce, Monseñor Grovas a Caguas y Monseñor Ulises Casiano a Mayagüez. Monseñor Alfredo Méndez, obispo nombrado para la diócesis de Arecibo no era puertorriqueño, aunque sus padres eran hispanos. 

 El Padre Salvador Freixedo asesor de la JOC y la crisis posconciliar puertorriqueña

El Padre Freixedo, reconocido jesuíta español fundador del Movimiento de la Juventud Obrera Cristiana en Puerto Rico,  publicó su libro en el 1968 intitulado “Mi Iglesia Duerme”. Esta obra hacía alusión directa a la ausencia de actividad y planificación pastoral cónsona con el espíritu del Concilio desde que el mismo completara sus labores en el 1965. En el libro el Padre Freixedo expresa con lamento lo siguiente:

“Hace bastantes años, gracias a la JOC (Juventud Obrera Cristiana), y gracias a aquel carismático hombre, hijo de un minero, llamado José Cardijn, pude comprender un poco mejor lo que era la verdadera Iglesia; pude entrever todo aquel espíritu que luego floreció abiertamente en el Concilio Vaticano II. Y hace quince años que estoy tratando, con todas mis fuerzas, de extender y dar a conocer este mismo espíritu entre mis hermanos. Sin embargo, después de todo este tiempo, tengo la amarga impresión de que he estado hablándole a una pared; de que he estado predicando en el desierto. Todas estas ideas encuentran una sorda resistencia, a veces francamente abierta. Al cabo de años de tratar inútilmente de penetrar las existentes estructuras y viendo cómo lo poco que se sigue edificando se edifica sobre los mismos carcomidos cimientos, uno comienza a sentir el cansancio, un desánimo profundo que lance a uno en el corazón, al ver que la Iglesia va dejando de ser la luz del mundo y la sal de la tierra. Y de seguir así, en nuestra sociedad al menos, dentro de unos años la Iglesia será pisada por los hombres «como una sal que perdió su sabor» “(Mi Iglesia Duerme, (1968) p. 6).

Era de esperarse que el contenido de “Mi Iglesia Duerme” no iba a ser bien recibido. Presenta el autor un agudo cuestionamiento de la negativa de la alta jerarquía de la Iglesia de atender pastoralmente con hábil discernimiento del evangelio los asuntos apremiantes que pudieran iluminar el correr sociocultural de la población. Estuvo además ausente el diálogo conciliatorio entre elementos diversos de su clero y laicado. 

El Padre Freixedo expuso con plena candidez los errores y pecados cometidos por papas y jerarcas de la Iglesia. De la lectura del libro el católico puertorriqueño medianamente culto recibía párrafo tras párrafo, golpe a golpe una clara definición de los principales mitos que aluden al grado de sacralidad de la autoridad, mitos sobre la santidad inherente de las autoridades eclesiásticas, sobre la autenticidad de sus jerarcas y sobre la alegada infalibilidad de los escritos de los papas y otras autoridades de la Iglesia. 

La publicación de este libro marca el final de la actividad pastoral del Padre Freixedo en Puerto Rico. Su dimisión en el 1970 parece haber iniciado, sin que se evidenciara una relación de causa y efecto, una cadena de defecciones, renuncias y bajas entre miembros del clero y de la abundante población de religiosas que no parece tener parangón en Puerto Rico. 

El Obispo Antulio Parrilla Bonilla, Obispo Auxiliar de Caguas y la crisis posconciliar

Otro Jesuíta que también corriera la misma suerte de Freixedo lo fue Antulio Parrilla Bonilla, Obispo Auxiliar de Caguas, desde el 1966.  Parrilla compartió junto a Freixedo su dedicación a las luchas obreras. Fue también asesor espiritual de la JOC. Pero su más fehaciente testimonio fue el de su actividad en pro de la independencia para Puerto Rico. Para Parrilla la cuestión política, el derecho de los pueblos a su libre determinación e independencia no era un asunto sobre la cuál la Iglesia Católica debía permanecer callada. Con sus múltiples escritos y su presencia activa en el interior de los movimientos independentistas en Puerto Rico, Monseñor Parrilla fue portavoz de este sentir cristiano. Si bien Parrilla continuó siendo parte de la orden de los jesuitas y permaneció en Puerto Rico toda su vida, su actividad pastoral como Obispo fue anulada. 

La JOC y la crisis posconciliar

Con Freixedo y Parrilla se inició la marcha irreversible hacia  la desaparición del movimiento de la Juventud Obrera Cristiana y otros movimientos de lucha social, como eran los movimientos socialistas cristianos y los de la teología de la liberación. No obstante, la JOC no quedó desprovista de asesoría espiritual. Habiendo partido de sus filas Freixedo y Parrilla permanecieron junto al movimiento las Hermanas del Buen Pastor y otros dos sacerdotes diocesanos. 

No obstante su brevedad en el interior de este movimiento, un trabajador incansable muy querido por los miembros del movimiento, lo fue el Padre Quintana. El padre, mientras se desempeñaba como asesor religioso de la JOC, trabajaba con el sindicalismo puertorriqueño y americano, fue cofundador de los sindicatos de Obras públicas y de la Autoridad de Carreteras, fundó junto con Pedro Adorno, líder nacional de la JOC, el sindicato “Misión Sindical”. Finalmente se desplazó de la JOC y del movimiento obrero a la cátedra en la Universidad Interamericana, actividad que se extendió hasta su jubilación. El Padre Carlos Ramírez, de ser asesor espiritual de la JOC y luego párroco en la diócesis de Caguas se reintegró a las filas del laicado en la década de los años ochenta, prosiguió estudios doctorales en psicología para finalmente ocupar Cátedra en la Universidad de Puerto Rico a lo largo de veintisiete años. 

Estos movimientos continuaron su progreso al margen de la Iglesia jerárquica, no tanto como entidades, sino como agentes presenciales entre elementos moderados del mundo obrero y de la izquierda política en Puerto Rico y Latinoamérica.   

Padre Fernando Rodríguez Vicario de Pastoral de la Aquidiócesis y la crisis posconciliar

Otro sacerdote que desiste de continuar su misión sacerdotal para desplazarse en otro campo, lo fue el Primer Vicario General de Pastoral de la Arquidiócesis de San Juan durante la década de los años setenta. Este fue el Padre Fernando Rodríguez. Su obra fue intitulada “Con su Permiso Monseñor” (testimonio de vida sacerdotal), (2001). Nos dice el libro en su faz: “A pesar de haber impulsado con gran energía y devoción la renovación pastoral en Puerto Rico, - lo que muchos han caracterizado como un contribución silenciosa, pero inmensamente significativa para la Iglesia puertorriqueña -, la Jerarquía católica eventualmente le impide ejercer su ministerio sacerdotal en Puerto Rico.” 

A propósito de la dimisión del Padre Fernando y habiendo prologado el aludido libro, nos dice Juan Beck un ex sacerdote dominico profesor del Seminario Evangélico de Puerto Rico:  “Por fuerte que parezca decir esto, lo trágico del caso de Fernando no es el sufrimiento que le causó el poder de la Iglesia, ni siquiera fue su infarto. Lo que es verdaderamente espeluznante es que su caso no es aislado. En Puerto Rico casi una generación de sacerdotes, religiosos y religiosas - la generación post conciliar - sufrieron el trauma de una jerarquía aparentemente insensible e impositiva. Un buen número de los miembros de esa generación decidió divorciarse de la vida sacerdotal y/o religiosa que había profesado. 

El Padre Fernando Rodríguez tras haber participado como asesor del arzobispo y como miembro de su propia congregación de misioneros trinitarios de Puerto Rico en Medellín y Puebla se une al perfil de sacerdotes que proyectaban incursionar en un ministerio especializado. Versaba sobre una experiencia pastoral de inmersión en comunidades pobres similar al realizado por las Hermanas del Sagrado Corazón en comunidades pobres como por ejemplo la de Patillas o de los residenciales pobres de San Juan.  Al Padre Fernando Rodríguez se unió José Luis Reyes, algunas religiosas voluntarias y el Padre Armando Rovira en la barriada La Perla en San Juan junto a todo un equipo de seglares que posteriormente extendieron su ministerio a otros pueblos de la isla.

Particularidades de la labor realizada por Parrilla, Freixedo y Rodríguez 

Monseñor Parrilla, Freixedo y Fernando Rodríguez representan un rumbo, un sentir posconciliar cada uno de manera muy particular. Si bien Parrilla representaba el nacionalismo político de Albizu Campos a su vez vinculada al pensamiento del director del Piloto el Padre Martín Bertsen, Freixedo representaba la lucha contra la injusticia social y el abuso al obrero puertorriqueño. 

El Padre Fernando Rodríguez representó el esfuerzo de un sacerdote religioso y misionero comprometido con la pastoral posconciliar del nivel nacional y finalmente creador de comunidades de base. 

Los tres triunfaron porque dejaron huellas y senderos que han tenido repercusiones para el correr de nuestra historia. Los tres lograron su acometido. Debemos recordar que la vida pública de Jesús fue de corta duración. No aguantaba más. La lucha de estos tres sacerdote no aguantaba más. Duró lo que tenía que durar. El Cardenal Aponte Martínez, Monseñor Fremiot Torres Oliver y Monseñor Rafael Grovas Felix fueron telón de fondo o muralla de contención. Su enorme presencia de poder y su continencia inmutable sirvió para generar fricción y calor. A la larga sus posturas le dieron lucidez y valor a la lucha de estos tres sacerdotes. 

Sacerdotes del posconcilio en crisis y sus desplazamientos al laicado

Junto a estas tres figuras importantes del catolicismo puertorriqueño de la década de los años setenta se suman varios cientos de sacerdotes que fueron uno tras otro desplazándose hacia el laicado. Algunos fueron removidos por la conferencia episcopal, otros fueron marginados y finalmente los restantes simplemente dimitieron por la vía de la autodeterminación. 

Padre Alvaro
Los Padres Dominicos de Comerio, (Cirilo Meiers, Alfonso Daman, William Loperena),  Bayamón, Yauco (1971) y el Padre Alvaro de Boer ubicado en el Barrio Volcán de Bayamón fueron las bajas más importantes de esta década por verse afectadas las pastorales parroquiales y las comunidades iniciadas por ellos. A éstos le siguen los sacerdotes Trinitarios de Coamo (Cristobal Reilly, Harold Stone y Jaime Peifer y las Hermanas trinitarias). Los sacerdotes de estas parroquias recibían su mayor inspiración de las corrientes posconciliares más avanzadas de corte evangélico social. La jerarquía puertorriqueña veía con gran suspicacia la actividad pastoral de estos sacerdotes porque se alimentaban espiritualmente de ciertas pautas de la teología de la liberación, de las comunidades de base y del pensamiento de Paulo Freire. 

Otros sacerdotes como Hilario Rivera, Rafael Torres Oliver, Wilfrid Caragol, Felipe Andrews, William Maldonado de la diócesis de Caguas se desplazaron para realizarse en otros ambientes. Algunos de ellos son todavía sacerdotes activos (Rafael Torres, misionero redentorista ubicado durante diez años en el Niger de Africa y ahora en San Lorenzo), Hilario Rivera (sacerdote diocesano misionero del ámbito mexicano, en Chiapas, durante cinco años, ahora en Orlando, Florida) y Felipe Andrews, (misionero redentorista dedicado a atender pastoralmente en comunidades pobres de la República Dominicana), mientras que el Padre Caragol se desempeña como baluarte dentro del laicado cagüeño y fundador de un núcleo familiar fructífero y productivo. El padre William Maldonado, transformó su espiritualidad como miembro de los religiosos Benedictinos en una muy productiva práctica docente en las escuelas públicas de Puerto Rico durante treinta años. 

sacerdotes casados en reunión familiar
La lista de sacerdotes reintegrados al laicado secular que continúa de alguna manera vinculado al sentir y vida cristiana, en ocasiones más intensamente que lo que hubiera de experimentar como de la oficialidad eclesiástica, es larga. Nos viene a la memoria mencionar algunos de ellos. Luis Román Cordero, (psicólogo clínico y neuropsicólogo desde hace más de treinta años), Antonio García Gil (desarrollador de comunidades pobres en caseríos públicos durante más de veinte años), David Burgos, (jocista), Carmelo Vega (maestro durante treinta años), Vicente Bolo (profesor de la Universidad de Puerto Rico durante treinta años), Alejandro (maestro en las cárceles de Arecibo durante veinte años) , Luis Ortiz (maestro durante más de veinte años), José Luis Santiago, (maestro durante más de veinte años), Rafael Arquez, (sacerdote episcopal durante más de 35 años),  Moncho Ortiz, (maestro y comerciante), Baltasar Rivera (maestro y comerciante),  Agapito Delgado (estudiante de psicología ya estacionado en centros de ayuda psicológica y luchador asiduo y valeroso de su propia rehabilitación personal y social). 

A esta lista de sacerdotes que fue presa de la gran crisis posconciliar podemos añadir a otros cientos más que no aparecen en este escrito pero que siguieron la misma suerte y también se desplazaron para servir en otras profesiones. Muchos de ellos fueron haciendo la transición al laicado de manera calculada, otros la hicieron de manera apresurada. No empece el camino que iba marcando su partida del sacerdocio, la preparación moral y psicológica de una buena parte de ellos le permitió comenzar felizmente otro modus vivendi. 

Algunos de ellos acudieron ingenuamente al Cardenal o al obispo en busca de ayuda, sea esta en calidad de apoyo psicológico o de ayuda económica. No existe memoria de que alguno de ellos recibiera ayuda de la jerarquía. Es lamentable que la estructura eclesiástica no hubiera tomado medidas preventivas o remediativas para proteger la vida y la trayectoria de quienes le sirvieron en ocasiones durante años y que con toda justicia no aguataban más su permanencia en una estructura que detuvo su rumbo de renovación. Puede pensarse que la crisis posconciliar no solo golpeó al clero sino también a los obispos que se vieron sin herramientas legales o psicológicas para manejar estas instancias. 

Las bajas del clero, el derecho canónico y la creación de asociaciones de ayuda

El derecho canónico es escueto y sobrio a la hora de atender el problema de las defecciones del clero. Los procesos de reducción al estado laical requieren del sacerdote que renuncie de sus funciones probar o evidenciar una causa psicológica grave para justificar su partida. La consideración de crisis institucional causada por la naturaleza crisigénica de un concilio general de la Iglesia Católica no tiene velas en este entierro.  

No fueron pocos los sacerdotes que se convocaron entre sí para recibir ayuda mutua y fortalecer la base espiritual de su existencia cristiana. La creación de asociaciones de sacerdotes ocurrió no sólo en Puerto Rico sino en múltiples regiones del mundo católico. El condicionamiento doctrinario de las facultades mentales sumado al  esfuerzo de entregar plenamente sus potencialidades afectivo sexuales a la institución durante años deja huellas indelebles. Una vez que el sacerdote abandona el ejercicio de su ministerio sacerdotal es reo ante los ojos de esa institución y objeto de penalidades espirituales. 

La jerarquía de la Iglesia Católica en Puerto Rico ha manifestado su rechazo a la existencia de estas asociaciones de sacerdotes o ex sacerdotes. Sabemos que los Papas han sido severos frente a estas defecciones del clero por considerarlas en su mayoría violatorias del derecho canónico.  No le dan por ende la bienvenida a sus actividades organizativas. 

Sacerdotes de la crisis posconciliar y conducta delictiva

Pero sabemos que existen otra listas de sacerdotes que pueden clasificarse en categorías diversas en naturaleza de las que acabamos de presentar. Algunos permanecen o permanecieron en el ejercicio de su ministerio no empece ser su estado violatorio de conducta sexual. Sabemos que esta lista no es corta y representó y representa para la Iglesia y la oficialidad eclesiástica un sutil encubrimiento.  Este encubrimiento ha sido costoso para muchas jerarquías y comunidades católicas y es probable que haya sido costoso para algunas diócesis puertorriqueñas. 

Es también cierto que algunos de estos individuos se encuentran ubicados en el “closet”. Han sabido pasar desapercibidos inclusive de la misma jerarquía (que en ocasiones no es muy vigilante a la hora de examinar dichas conductas) y del público. 

Si bien este tema particular de la crisis posconciliar requiere de una larga discusión, de la experiencia de un buen número de sacerdotes y profesionales que ha atendido a esta población de sacerdotes directa o indirectamente surgen las siguientes preguntas:

¿Será esta población una contagiada por una especie de virus sociogénico que se propaga a algunos individuos con ciertas disposiciones psicológicas y que a su vez  comparten una sola cultura celibataria, una misma formación académica y religiosa, que imprime en sus miembros carácter sagrado, de pertenencia selecta, y de grado sacramentalmente más elevado? 

No podemos olvidar que estos individuos fueron formados de manera tal que su sexualidad requería absoluta represión. La gran mayoría de estos individuos, además, comenzó su formación cuando apenas eran niños. Son quizá contadas las comunidades del mundo cuyos miembros reúnan estas cualidades. No podemos descartar el hecho de que una buena parte de las conductas aberrantes proviene del interior de núcleos humanos que difícilmente puedan llamarse naturales. Esta parece ser una de ellas.

¿A DONDE VA LA IGLESIA?

Las redes cibernéticas

Con la muerte del Cardenal Aponte Martínez comienza probablemente una etapa en la vida de la Iglesia Católica cuyas primicias podemos anticipar. Las existencia de redes cibernéticas, en primer lugar,  ha abierto un canal casi infinito de comunicación que trasciende el nivel puramente geográfico de encuentros y de intercambios de información. El número de redes cibernéticas católicas y cristianas va en aumento. El diálogo entre sus participantes es cada día mayor. La participación de cristianos en los medios visuales como YOU TUBE es ya común a los usuarios del internet. Los buscadores de información como GOOGLE permiten, a quien tenga acceso, a todo un repertorio de lecturas sobre teología y vida cristiana que no tiene parangón. Vemos como la teología y el conocimiento ya no tienen fronteras. 

La teología y la fe no son el dominio de la iglesia católica o protestante. El intento de la Iglesia Católica de prohibir la lectura de libros de cuestionable legitimidad doctrinal es probablemente fallido. Frente a ese trasfondo globalizador, las ideas, las creencias, los inventos científicos, las obras de arte, la música y la tecnología dejan de tener fronteras claramente definidas. Ya sabemos que las riquezas materiales controladas por una gran minoría de individuos recorren el mundo y traspasan las fronteras geográficas de las naciones en cuestión de minutos. Las riquezas son transnacionales. El conocimiento que viene a ser nuestra mayor riqueza es también global. 

Medard Kehl y el futuro de la Iglesia

Frente a esta Iglesia que parece resistirse al cambio por temor de dejar a sus miembros (el pueblo de Dios) en estado de indefenso anonimato y a sus jerarcas desprovistos de autoridad visible el reconocido teólogo católico Medard Kehl se hace la siguiente pregunta:

¿No tendrá hoy que morir en la Iglesia mucho de su "ser sociológico" para que pueda surgir lo nuevo; para que el Espíritu divino pueda encarnar una figura de Iglesia que reaccione con mucha mayor sensibilidad ante los "signos de los tiempos"? ¿Estamos dispuestos a dejar morir, a desprendernos de mucho de lo que en la Iglesia es puramente temporal, por muy familiar que nos resulte? (Kehl, ¿A dónde va la Iglesia?, (1997), pág. 14).

Arbuckle y la necesidad de una refundación 

Otro importante teólogo de la Iglesia contemporánea persigue una linea de pensamiento similar a Kehl. Gerald Arbuckle, teólogo y antropólogo cultural sostiene la necesidad de una reforma de la Iglesia por la vía de la refundación. 

Este autor hace un importante diagnóstico del posconcilio y de la situación actual de la Iglesia Católica. Propone que para que la iglesia se ponga a la altura de la novedad del Evangelio y de los desafíos del tiempo es necesario que se sitúe en medio de los problemas contemporáneos. Nos dice Arbuckle:

“Tenemos una desesperada necesidad de nuevas organizaciones, estructuras y métodos de evangelización de un mundo en cambio constante... Por eso yo hablo del proceso de refundar la Iglesia, es decir, de encontrar e implementar nuevas formas de llevar al mundo la Buena Noticia de la Fe/justicia (Gerald Arbuckle, Refundar la Iglesia.” Disidencia y liderazgo, Santander, 1998, pág. 18).

Concluye Arbuckle con las siguientes palabras: “La realidad, sin embargo, es que no puede haber ningún cambio constructivo, ni siquiera en la Iglesia, a no ser que exista alguna forma de disidencia. Me refiero a poner alternativas, porque un sistema que no esté examinando alternativas continuamente no es probable que evolucione creativamente... Si la Iglesia ha de volver a ser joven de nuevo, según el deseo de Cristo y del Vaticano II, necesitamos disidentes esperanzados en todos los niveles eclesiales... Necesitamos personas con una visión nueva de la nueva Iglesia... que no tienen reparos en admitir la fórmula general para cualquier innovación: disposición a cuestionar el status quo, imaginación pragmática, ideas, iniciativa, valor y unos cuantos amigos que ayuden a concretar el proyecto” (Arbuckle, Refundar la Iglesia, 21).

CONCLUSION

exequias del Cardenal
Cardenal Luis Aponte Martínez abandonó este mundo. Los obispos que le sobrevivieron y los fieles más consagrados de la Iglesia hicieron bien al encomendar su alma junto a tantos que seguíamos su larga trayectoria. Su partida representa como a modo de convite, al compás de una lenta y cansada marcha fúnebre, la partida de todo un viejo estilo de gobierno y de Iglesia. Su figura presencial corpórea y yerta sobre el féretro , vestido con toda la gala de un príncipe es símbolo vivo de la Iglesia que fue y se resiste a sufrir una transformación. No obstante nuestro cristianismo fue el mejor que pudimos realizar.  Y fueron miles los laicos, sacerdotes y obispos quienes demostraron y demuestran con sus vidas cambios importantes en la Iglesia y en la sociedad. La Iglesia Católica habrá de renovarse gracias a esa semilla que ha caído y cae en terreno fértil. Cuando eso suceda le daremos la más calurosa de la bienvenidas porque hemos sido y seremos parte de ella.