sábado, 10 de agosto de 2019

El PUEBLO DIRIGENTE DE EDGARDO RODRIGUEZ JULIA


¿El pueblo dirigente?

“La tendencia cuando tenemos problemas es a buscarnos más problemas”. Eso me decía uno de mis profesores universitarios, alguien que era más sabio que intelectual. Yo, que nunca he llegado a lo primero y me siento incómodo con lo segundo, puedo asegurarles que después de la euforia viene la resaca.
Para que la indignación social no sea variante de la hipocresía, aquella debe llevarnos a un estado de introspección, porque esos jóvenes del infame chat recibieron posiblemente la mejor educación que puede ofrecer esta sociedad; a pesar de eso, mostraron una insensibilidad superior, tanto con sus correligionarios como con sus adversarios políticos. La generación de mi padre “pasaba el macho”, mi generación “gufeaba”, estos “millenials”, en un regodeo y autocomplacencia patológica, se ocuparon de ofender a todos los que no estuvieran de acuerdo con ellos, una especie de maldad y necedad colectiva mediante las consabidas redes sociales, en las que se enredaron los pies, muy justicieramente, hasta destruirse. Esta fue la gota que colmó la copa de la corrupción sobre la cual gobernaban.
La clase dirigente puertorriqueña, que viene en crisis desde hace décadas, ha desembocado en una situación -todavía no ha concluido- en que podríamos pasar del desorden al caos. Tal era la crisis que un candidato plástico, sólo adornado con un apellido y desempeño profesional logrado no a base de méritos sino de influencias -cátedra en la Escuela de Medicina, publicación de un libro en la Editorial Universitaria-, sin ningún historial de trabajo o experiencia gubernamental, se convirtió en gobernador con un cuarenta y dos por ciento de los votos a su favor. Fue una invitación al desastre. Con los votos de su partido y los votos divididos de los candidatos independientes y de los partidos tradicionales, Ricardo Rosselló subió al poder. Todavía recuerdo el editorial de un rotativo de la capital elogiando la elección del joven doctor en medicina, y que prometía una nueva era, atípica respecto de la clase dirigente “togada” del país. Ni era doctor en medicina ni resultó ser -según el chat- una buena persona. Después de la anunciada y consumada renuncia de Rosselló, terminamos con la togada Wanda Vázquez como promesa de pocos días, el abogado corporativo Pedro Pierluisi nombrado Secretario de Estado y Gobernador constitucional en suspenso, y el autócrata a la Maduro de Rivera Schatz -él mismo pretendiente a la gobernación- como la ficha del tranque.
Quien sea que finalmente asuma la gobernación, la piña estará todavía más agria. Ya nadie se atreverá a decir, como lo repitió el candidato Rosselló, que la deuda fiscal se puede pagar. Pero si Puerto Rico no paga su deuda y no recupera su crédito en los mercados financieros, justo por la crisis paralela en su economía el país se hará más dependiente de los fondos federales. Sobrevivirá en los próximos años con los llamados fondos de recuperación FEMA. Frente a la Junta de Supervisión Fiscal, Rosselló adoptó unasentimiento estratégico y una confrontación táctica sobre el tema de las pensiones, el bono de Navidad, el financiamiento de los municipios y el presupuesto. Los mandó para buen sitio, como también vociferan todos los políticos y dirigentes boricuas - menos Pedro Pierluisi-, desde Rivera Schatz hasta René Calle Trece.
No fue viable una negociación alguna con la Junta mediante la ley Promesa; aparentemente lo único transado —la deuda de Cofina— fue necesaria, aunque defectuosa según algunos expertos. Quien suba a la gobernación tendrá que empezar la negociación de la deuda casi en cero. Fueron dos años perdidos con Rosselló; adelantamos poco. No sabemos si se creará un nuevo organismo para negociar la deuda. Lo que sea, tendremos que negociar so pena de permanecer en la bancarrota por una generación. La solicitud de Jennifer González de un síndico fiscal para supervisar los fondos federales podría ser una astuta maniobra para garantizarle a una prospectiva administración PNP gobierno propio, en todo lo que no tenga que ver con los fondos federales. Lo peor que podría ocurrir sería esa sindicatura más la Junta de Supervisión Fiscal -que tampoco funcionará como no funcionó la actual- y con una membresía republicana punitiva a la Trump.
Para el 2020 la ecuación es más complicada aún que la actual, lo cual nos puede llevar a otra pesadilla, la gobernación por “default”, por confiscación, para un autócrata nato como Tomás Rivera Schatz. Si el PNP consolida su base, el PIP, Victoria Ciudadana, Carmen Yulín, el nuevo espacio que se le concederá a René y los reguetoneros, conducirán a lo mismo, y peor. Eso sería la disyuntiva trágica, el dilema sin solución: tratando de zafarnos de las lacras del bipartidismo, las fuerzas liberales y de izquierda terminarán dándole el poder a un partido grande, de una compulsión ideológica acorralada, como lo es el estadoísmo, aunque nada moribunda. La juventud que se volcó en las calles la semana del veintiuno de julio en esto será decisiva.
Pedro Pierluisi declaró el 31 de julio: “Hoy quiero dar un paso al frente por el bienestar de mi patria”. Esto equivale al pueblo corrigiendo al PNP. Con el voto masivo del pueblo en las calles, Pierluisi ganó una gobernación que su propio partido, mediante primarias, le negó como opción. Ahora entran en conflicto en el PNP el populismo resentido a la Rivera Schatz y el estadoísmo sangre azul de Guaynabo City. Apuesto a la demagogia triunfante. Acaba de empezar la campaña 2020: desde la gobernación propiamente, o como presidente de un Senado que es su territorio de prebendas, Tomás Rivera Schatz, y con el concurso suicida de una oposición ventajera, será el “hombre fuerte” de este país.
En la crisis de gobierno, y la gran celebración de pueblo por la renuncia de Ricardo Rosselló, hubo muchos desplazamientos de la atención que nos alegraron la vida, como escuchar a Romero Barceló llamar arrogante a Ricky, René y los reguetoneros convertidos en defensores del honor de la mujer puertorriqueña.
El perreo “combativo” y el muy particular y “viral” de una chamaquita que podría ser mi nieta, frente a la Catedral, también fue un momento revelador. ¿Hemos cambiado? Cuando Madonna de Brooklyn se pasó la bandera puertorriqueña por ahí se incitó la indignación de todo un pueblo; esta vez la monoestrellada terminó en el mismo sitio, en forma de bikini y la muchacha seguramente siendo hija de Bayamón. Todo el mundo aplaudió excepto Roberto González, que ha pedido una Rogativa de expiación por ese pecado nacional.
En la euforia de la celebración, un hombre comentó frente a La Fortaleza, con voz aflautada: “Este pueblo es tan lindo, es que este pueblo es tan lindo”. Quizás por eso el cuarenta y dos por ciento votó por el fraudulento de Ricky Rosselló, seleccionado por el PNP y auspiciado por menos de la mitad del electorado.

domingo, 4 de agosto de 2019

EL DIVORCIO DE BENJAMIN TORRES GOTAY EN EL NUEVO DIA 4 DE AGOSTO DE 2019

LAS COSAS POR SU NOMBRE

Por Benjamín Torres Gotay
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El divorcio

Una de las escenas más emblemáticas de las democracias es ese momento radiante, esperanzador, en que un nuevo gobernante jura al cargo ganado en las urnas. Pasa casi siempre de día. El nuevo gobernante viste sus mejores galas. Sus familiares y demás acompañantes, también.
En algunos sitios, después de la juramentación, el nuevo gobernante desfila por las calles a pie o en carro descapotado, saludando, cual reina de belleza o deportista que ganó un campeonato, al pueblo. En Puerto Rico, en otros tiempos felices, hoy tan distantes, pasaba a veces que el gobernante juraba en el Capitolio y caminaba saludando hasta La Fortaleza, donde lo recibían con las puertas abiertas y a veces algo de confeti.
Terminaba la jornada con el elegido saludando desde el balcón, junto a sus familiares, con ademanes de caudillo del siglo XX. En el Puerto Rico de este ardiente verano de 2019, las cosas cambiaron bastante.
El anterior gobernador Ricardo Rosselló no pudo concluir su término y renunció expulsado por el clamor de un pueblo harto de la incompetencia y de la corrupción. Su sucesor Pedro Pierluisi, designado a dedo por el mismo al que el pueblo botó, asume el cargo basándose en una muy dudosa teoría legal que sin duda alguna va a ser impugnada, según se dice, con posibilidades de éxito.
Jura su cargo ante unos pocos familiares, en secreto, en una residencia privada. Llegó poco después a La Fortaleza en una guagua de cristales ahumados, sin hacer notar su presencia a la multitud que a esa hora celebraba allí la salida de Rosselló.
A ningún escritor de ficción se le hubiera ocurrido una mejor manera que esa de ilustrar de modo más crudo el desplome total de la institucionalidad en Puerto Rico.
Durante la última semana, tuvimos un gobernador virtualmente fugitivo, al que no se le veía en público desde una conferencia de prensa que dio el 16 de julio, pero que siguió disparando nombramientos y medidas casi hasta el último instante. Durante ese tiempo, estuvieron ocurriendo negociaciones secretas, alejadas del ojo público, de las que salió la propuesta de ofrecerle la secretaría de Estado a Pierluisi, con el propósito de que se convirtiera en gobernador una vez se hiciera oficial la renuncia de Rosselló.
El anuncio de la designación de Pierluisi se hizo oficial apenas 72 horas antes de la renuncia, lo cual dejó a la Asamblea Legislativa con muy poco tiempo para llevar a cabo una ponderación adecuada del asunto. La Cámara de Representantes llevó a cabo un apresurado proceso el viernes. Escuchó al designado por la mañana y le votó a favor por la tarde.
El Senado, cuyo presidente, Thomas Rivera Schatz, codicia en secreto la silla que dejó vacante Rosselló, dejó el examen de la designación para el lunes. Eso le permitió a Pierluisi agarrarse de una ley de 1952, enmendada en 2005, para juramentar. Las enmiendas se hicieron para que un secretario de Estado pudiera asumir la gobernación sin haber sido confirmado en caso deausencia o incapacidad súbita del gobernador electo.
La Constitución dice que solo un secretario de Estado que haya sido confirmado por ambas cámaras legislativas puede sustituir de manera permanente a un gobernador. Pero de un tiempo a esta parte, la Constitución es como un sombrero que la gente saca o guarda según le convenga.
Han quedado retratadas en este drama las diferencias abismales que existen en esta crítica coyuntura histórica entre el país y sus instituciones. Este verano demostró que existe en la sociedad puertorriqueña una añoranza voraz de cosas diferentes, que no ha encontrado la menor sintonía con las clases política y económica vinculadas a esas instituciones.
El país se salió este verano del carril dócil por el que siempre había transcurrido su vida colectiva, y afirmó esa voluntad de cambio saliendo a la calle por cientos de miles hasta lograr la histórica gesta de que un gobernante entendiera que no tenía cómo concluir su término y renunciara.
Ante ese río salido de su cauce, la institucionalidad, en vez de entender el mensaje, está defendiéndose. Por eso las reuniones en cuartos oscuros, el ajedrez político y las intrigas que terminaron con la accidentada ascensión de Pedro Pierluisi a la gobernación el viernes en la tarde.
Pierluisi es solo un accidente aquí. Él mismo dijo que, si el Senado no lo ratifica como gobernador, vuelve tranquilamente a su profesión legal. Eso puede pasar tan pronto como el lunes por la tarde, que es cuando el Senado actuará. Desde el lunes también van a llover pleitos judiciales por la manera en que asumió el cargo.
Mas lo importante aquí es la manera en que la experiencia de los últimos días demostró el divorcio que hay entre el país alegre, combativo, solidario, creativo, amoroso, desprendido, entusiasmado, que salió a las calles desde el 10 de julio, y la institucionalidad decrépita que no ha entendido nada de lo acontecido en Borinquen en el verano de 2019 y sigue mirando hacia atrás, no dándose cuenta de que algo importante cambió.
El país está imaginando con el corazón una nueva sociedad; el poder no quiere desprenderse de las malas mañas de antaño. El país que salió a la calle nos ha convertido en objeto de admiración ante el mundo, que reconoce la singularidad de la gesta que tuvimos deshaciéndonos de un gobernador que ya no servía; la institucionalidad demasiado a menudo nos ha cubierto de vergüenza y quiere seguir haciéndolo.
La gente quiere cosas que ahora no tiene, como referéndum revocatorio, limitación de términos, quizás un vicegobernador electo. El poder se hace el sordo y no hay andando ningún proceso oficial que reconozca lo que pasó aquí este verano.
La gente sigue en la calle con la calentura alcanzada durante las protestas contra Rosselló. La institucionalidad añora la calma y la normalidad, pero la manera atropellada y legalmente dudosa en que Pierluisi ascendió garantiza al menos unos días más de inestabilidad, si no más.
Hay dos fuerzas aquí halando en direcciones contrarias. Una, la del pueblo, recién se descubrió a sí misma y se cree hoy capaz de todo. La otra, el poder, tiene un millón de victorias de su lado. ¿Podrá parir una más?