jueves, 14 de junio de 2018

LA IGLESIA CATOLICA Y EL MARXISMO

Análisis
08/06/2018 
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Foto: educatina.com
En anteriores artículos me referí, específicamente, a la teoría de Marx. Voy a continuar con el tema, motivado por la conmemoración en el presente año, del bicentenario del nacimiento de este pensador. Pero lo haré desde otro ángulo: el marxismo puesto al frente de la doctrina social católica.

Al despegar la década de 1970, las universidades públicas ecuatorianas, como las de otros países latinoamericanos, eran centros donde había prendido el marxismo, convertido en motor de la agitación estudiantil contra el sistema. En los primeros años en cada facultad se impartía, como materia obligatoria, “Materialismo Histórico y Materialismo Dialéctico” y se usaban los manuales de la antigua URSS como el de Otto V. Kuusinen o el de V. Afanasiev, y otros libros de similar contenido, sumamente baratos.

Por tanto, había mucho de “marxismo oficial” y dogmatismo, además de que una pobre asimilación teórica conducía inevitablemente a interpretaciones que nada tenían que ver con el marxismo. Entre la multiplicidad de grupos “marxistas”, predominaban las confrontaciones por la verdad doctrinaria y la correcta estrategia revolucionaria entre “chinos” y “cabezones” (rusos).

En el país se carecía de amplias investigaciones sobre la realidad nacional, exceptuando algunos ensayos destacados, entre los que sobresalía El Proceso de Dominación Política en Ecuador (1972), del célebre sociólogo Agustín Cueva, cuya influencia perdura hasta el presente. La ciencia social ecuatoriana despegó a fines de los años 70 e inicios de los 80 y estuvo atravesada por la influencia del marxismo, como ocurría, por entonces, en toda Latinoamérica.

En la Universidad Católica (UC) de Quito (todavía no tenía el título de Pontificia), la única privada, jesuita y con alto prestigio -aunque aún era un bastión del conservadorismo tradicional y un centro de formación de cuadros de la derecha política-existía otra cátedra: “Marxismo y Cristianismo”, cuyo profesor más destacado era el jesuita Eduardo Rubianes, filósofo.

A diferencia de lo que acontecía en las universidades públicas, esta materia se proponía refutar al marxismo y, desde luego, privilegiar el pensamiento católico de la iglesia. Y Rubianes dominaba el marxismo (su libro Marxismo. Hombre si, Dios no [1968] lo demuestra), de modo que lo exponía con solvencia.

El punto de partida de la doctrina social católica era, obviamente, la Biblia. Pero su interpretación históricamente ha sido muy variable, de modo que los papas han impuesto la versión oficial. En todo caso, para la historia contemporánea interesan dos documentos: la Encíclica Rerum Novarum de León XIII (1878-1903) y la Quadragesimo Anno de Pío XI (1922-1939).

La Rerum Novarum (1891) es el documento pionero de la iglesia católica en tratar las realidades creadas por el capitalismo. En él se ataca al liberalismo tanto como al socialismo: al primero, por ser aliado del capital, atentar contra el clero y la fe, y conducir a las desgracias de los trabajadores; al segundo, por atentar contra la propiedad privada, pretender la utópica igualdad humana, fomentar la lucha de clases y divulgar el ateísmo.

En lo propositivo, la Encíclica alienta la intervención del Estado para la realización de la justicia y el bien común, ensalza la caridad cristiana, aboga por la armonía entre clases sociales, y clama por la protección a los obreros, reconociendo el descanso, el justo salario, las asociaciones obreras, pero no las huelgas.

La Quadragesimo Anno (1931) recogió el enfoque obrerista de la Rerum Novarum, pero dio un paso adelante: no solo enfocó el tema laboral, sino la cuestión social general, la justicia social. Sustenta varios principios: el “bien común” como fin supremo del Estado, defensa del derecho a la propiedad, justa relación entre capital y trabajo, redención del proletariado, justo salario, cristianización de la vida. La Encíclica reconoce los cambios en cuatro décadas, señala que la libertad del capitalismo se ha convertido en una verdadera dictadura económica de los ricos y poderosos; pero niega la solución socialista.

Sobre el renovado pensamiento de la iglesia, derivado de las Encíclicas citadas, se expandió en el mundo la “acción social católica”, destinada tanto a enfrentar el avance del “comunismo” como a ofrecer a los trabajadores una guía alternativa para sus reivindicaciones y derechos.

La doctrina social católica se difundió en Ecuador entre la joven intelectualidad conservadora de la década de 1930, aunque bajo el recelo de las jerarquías eclesiásticas, temerosas de las confusiones que podían darse con el pensamiento marxista, impulsado por los partidos Socialista (1926) y Comunista (1931).

Mientras los marxistas organizaron sus sindicatos, los jóvenes católicos hicieron lo mismo entre artesanos, de modo que en 1938 lograron fundar la Confederación Ecuatoriana de Obreros Católicos (CEDOC); en 1945 se logró constituir la Confederación de Trabajadores del Ecuador (CTE), patrocinada por el Partido Comunista. Ambas fueron las primeras centrales sindicales surgidas en el país.

Desde aquella época de incipiente obrerismo, el salto decisivo llegó en 1962 con el Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII (1958-1963) y continuado por Pablo VI (1963-1978). De allí surgió la renovación católica que, incluso, reconoció la libertad religiosa y el valor del ecumenismo, además de la crítica al capitalismo y al comunismo. Pero en América Latina el cambio trascendental llegó con la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (CELAM) realizada en Medellín (agosto, 1968), que significó una verdadera revolución en el pensamiento católico.

En efecto, como puede seguirse en los documentos de Medellín, por primera vez en la historia se realizó un análisis global de las realidades latinoamericanas, que coincide con cualquiera de los análisis que en la misma época hacían los marxistas. En los documentos incluso se utilizan categorías del marxismo y se reconoce la “tensión entre clases sociales” (lucha de clases), en una situación de dominio de oligarquías, burguesías, imperialismo y neocolonialismo.

Si bien se rechaza el comunismo, se condena al capitalismo por atentar contra la dignidad humana, se habla del compromiso cristiano por la transformación de las realidades latinoamericanas, y se proclama la liberación del ser humano en la misma tierra, y no en el cielo. A tal punto se comprende la situación, que llega a advertirse: “Es innegable que el Continente se encuentra, en muchas partes, en actitud revolucionaria, que exige transformaciones globales, audaces, urgentes y profundamente renovadoras”; y también se argumenta:

 “La falta de desarrollo técnico, las clases oligárquicas obcecadas, los grandes capitalismo extranjeros, obstaculizan las transformaciones necesarias y ofrecen una resistencia activa a todo lo que pueda atentar contra sus intereses y crean, por consiguiente, una situación de violencia. Pero la alternativa no está entre el statu quo y el cambio está más bien entre un cambio violento y un cambio pacífico”. En otras palabras, se reconocía la posibilidad de la lucha armada, en una década signada por la Revolución Cubana de 1959.

Desde Medellín nacieron la iglesia popular, los cristianos de base, la teología de la liberación, los curas revolucionarios, los marxistas católicos, los socialistas católicos. Aparecerían las rupturas con las jerarquías eclesiásticas conservadoras, tradicionalistas y reaccionarias. El compromiso cristiano estaba con los pobres y no con los ricos, con los proletarios y no con la burguesía, con el país, con América Latina y no con el imperialismo. De allí partió el reconocimiento al marxismo como método de estudio y  guía para la acción social católica.

En adelante, también la iglesia de la liberación latinoamericana cayó bajo sospecha, fue combatida por “comunista” y los sacerdotes y católicos “rojos”, como se los calificaba, igualmente sufrieron muerte, tortura y desaparición bajo las dictaduras militares fascistas del Cono Sur, iniciadas con Pinochet en Chile en 1973, lanzadas a liquidar el “marxismo” mediante el exterminio de sus seguidores o simpatizantes.

La doctrina social católica se convirtió en eje para el compromiso de amplios sectores cristianos con las luchas populares, por la reivindicación proletaria, contra el capitalismo y a favor del socialismo. En Ecuador, incluso, se organizaron movimientos revolucionarios que combinaron los principios católicos y el marxismo, como fue la Izquierda Cristiana, un fenómeno igualmente prodigado en toda Nuestra América Latina.

Así es que el marxismo latinoamericano no solo puede ser visto y comprendido a través de los movimientos, partidos, grupos o individualidades definidos por la teoría de Karl Marx, sino también por el marxismo “extra-partidista”, que en la historia de la región no se ha reducido a la militancia, sino que se halla entre quienes, incluso sin ser marxistas, comparten la misma visión sobre la necesidad de construir una nueva sociedad, a base de minar las raíces sobre las que se asienta el régimen capitalista.
 

domingo, 10 de junio de 2018

In nomine Domini: Lo que va de la Iglesia de Chile a la de España de José Manuel Vidal

Un modelo que descansa en tres pivotes: copar la cúpula de la Conferencia, remodelar por completo el mapa episcopal y acallar a las voces díscolas
(José Manuel Vidal).- Levantada en lo alto para escarnio del mundo, la jerarquía de la Iglesia chilena pena las consecuencias de un sistema clerical caciquil, implantado en los años 80 desde Roma y activado en Chile por el entonces Nuncio, Angelo Sodano. El objetivo: pasar de una Iglesia profética y comprometida con el pueblo a otra centrada en la doctrina y aliada de Pinochet.
Para conseguirlo, había que cambiar el perfil y el rostro del episcopado chileno, apartando a los obispos de la época del cardenal Silva Henríquez, y sustituirlos por otros sumisos, dóciles, grises y seguros doctrinalmente.
Una revolución que el Nuncio Sodano llevó a cabo en menos de diez años, hasta conseguir un episcopado de funcionarios de lo sagrado, elitistas, separados de la vida y del pueblo, que, en pocos años, transformaron el rostro de la Iglesia chilena, que pasó a convertirse en roca fuerte, aliada del poder, ajena a las penas y alegrías de la sociedad y víctima de su propia prepotencia. Porque el clericalismo jerárquico condujo inevitablemente a una tríada abusiva: abuso de poder, de conciencia y sexual. Y todo, justificado, avalado y bendecido 'in nomine Domini'.
De aquellos polvos vienen estos lodos. Y la Iglesia chilena está en estado de shock: gime por las esquinas, llora desconsoladamente, se pegunta cómo es posible tanta suciedad en su clero y tanta complicidad y encubrimiento en su episcopado, mientras se desangra en una imparable hemorragia. Y con la sangre pierde a borbotones su escasa credibilidad, se resiste a aceptar la realidad por dolorosa y le cuesta cubrirse la cabeza de ceniza y vestirse de saco y sayal.
Sólo con la intervención directa del Papa Francisco ha sido capaz de pararse, hacer examen de conciencia, arrepentirse de sus pecados, pedir perdón a Dios y al pueblo, proponerse seriamente un cambio e estilo, de rumbo y de personas y, por último, cumplir la penitencia del descrédito social, de la humillación, del desprecio popular. Y, en el ámbito de los abusos sexuales del clero, pasar de denostar a las víctimas y llamarlas 'traidoras' a no tener más remedio que resarcirlas moral y económicamente.
Desgraciadamente, este modelo eclesiástico, basado en un funcionariado elitista centrado en el abuso (de poder, de conciencia y sexual) no es exclusivo de Chile. Es la plasmación, con mayor o menor virulencia según los países, del llamado 'modelo polaco', involutivo y autorreferencial, que Juan Pablo II exportó a todo el orbe católico. Un modelo de cristiandad, que tuvo miedo a las potencialidades del Concilio Vaticano II y lo congeló durante más de 30 años. El modelo de los perdedores del Concilio, basado en una Iglesia del no, aliada de los poderosos y de pensamiento único.
El modelo se activó en todo el mundo a través del control de las élites eclesiásticas por parte de la Curia romana. Con dos palancas fundamentales: el nombramiento de obispos y la condena de los teólogos, tachados de disidentes. Cientos de teólogos progresistas y conciliares pasaron por las horcas caudinas de Doctrina de la Fe, mientras la Congregación de Obispos imponía, a través de los Nuncios, el nombramiento de un sólo tipo de obispos: grises, controlables y seguros doctrinalmente.
Este mismo mecanismo se activó en todos los grandes países católicos del mundo. Desde Italia a Irlanda, pasando por Francia, Alemania, Portugal o España, asi como en todo el continente africano, asiático y americano. Con mayor incidencia y radicalidad en los países que, como España, se habían subido con mayor entusiasmo al carro de la aplicación del Concilio.
Por eso, el caso chileno tiene muchas semejanzas con el caso español. En ambos países la involución la activaron sendos Nuncios. En Santiago de Chile, Angelo Sodano, que, diez años después, sería nombrado nada menos que Secretario de Estado del Vaticano y auténtico Papa en la sombra del pontificado de Wojtyla.
Tafliaferri, Sodano y Felipez González
En España, el Nuncio encargado de poner en marcha el plan de reconversión eclesial, fue Mario Tagliaferri (el 'cortahierros'). Y lo aplicó a conciencia, apoyándose en dos adalides consumados. Primero, el cardenal Suquía y, después, su "ahijado", el cardenal Rouco Varela. En esencia, la involución consiste en "congelar" el Concilio, su espíritu y sus propuestas.
Una estrategia que se va imponiendo en la Iglesia española poco a poco, con un plan perfectamente diseñado, que, para "meter en cintura" a la Iglesia postconciliar española, descansa en tres pivotes: copar la cúpula de la Conferencia, remodelar por completo el mapa episcopal y acallar a las voces díscolas, encarnadas sobre todo por teólogos, revistas y movimientos juveniles.
Tras conquistar la CEE con el cardenal Suquía, Tagliaferri se dedica a nombrar obispos a clérigos mediocres, que brillan esencialmente por su seguridad doctrinal y por su absoluta docilidad y sumisión a las consignas de Roma. Con un total de sesenta cambios en las sedes episcopales. Los últimos de Tarancón (Díaz Merchán, Úbeda, Torija, Yanes, Conget, Echarren, Osés...) quedaron "congelados" en sus respectivas diócesis. Y comenzaron a llover los obispos "seguros"
Tras las mitras, le llegó el turno a los teólogos (condenados por decenas), a las revistas de teología y pastoral (también laminadas, véase el caso de 'Misión abierta' de los claretianos) y, en general, al movimiento juvenil católico. Encarnado en los movimientos especializados y en la pastoral juvenil parroquial y congregacional, pronto se dio cuenta de que estaba siendo marginado, cuando no abiertamente condenado. Ya no se llevaba la militancia ni el compromiso. Se estaba pasando del modelo juvenil comprometido de "levadura en la masa" a otro mucho más espiritualista, encerrado en sí mismo, sin encarnación, que daba la espalda a los signos de los tiempos y se nucleaba esencialmente en torno a los nuevos movimientos neoconservadores.
Aznar y Tagliaferri
El 'modelo polaco' se impuso y se fue perfeccionando en us funcionamiento, con la llegada a la cúpula de la Curia romana del cardenal Sodano y a la archidiócesis de Madrid, del cardenal Rouco. Miembro distinguido de la cordada de 'Don Angelo', Rouco Varela se convirtió en el vicepapa español y la Iglesia española, en su cortijo. De hecho, nombró a la gran mayoría de los obispos actuales e impuso un férreo control de personas, instituciones y actividades. No se movía un papel ni se trasladaba a una persona, sin que el 'cardenal' lo supiese. Control absoluto que llevó a un poder omnímodo y abusivo, que se plasmó en la condena de decenas de teólogos progresistas españoles, que fueron sistemáticamente ninguneados y marginados.
Un sistema de poder, el dirigido por Rouco, que se basaba en la obediencia ciega, en el cumplimiento de las órdenes que venían de Madrid. Sólo los 'fieles' miembros de la cordada accedían a puestos de honor, prebendas y cargo. Nadie podía ser, por ejemplo, ponente en un congreso, profesor de un seminario y, no digamos, catedrático de una Universidad eclesiástica, sin el 'nihil obstat' del entonces cardenal e Madrid, que hasta eligía personalmente a los tertulianos de los programas religioso de la cadena Cope.
El sistema del 'in nomine Domini' o, en el caso español, in 'nomine Rouco' se plasmó, asimismo, en el ámbito de las conciencias. Por eso, se amenazaba constantemente a la gente con el sambenito del pecado y se trataba de imponer (a los fieles e, incluso, a la sociedad en general) una moral familiar y sexual tan estricta y pesada, que sólo podía recibir el rechazo de la gente.
Rouco Varela plantea, a partir de 1994, una presencia beligerante de los católicos en la vida pública. El modelo eclesial-pastoral por él consagrado es el de la exhibición de músculo en plazas (Colón, Cuatro Vientos con la JMJ) y calles (manifestación contra el matrimonio gay, a la que acudió el cardenal de Madrid, capitaneando a una treintena de obispos, en un gesto nunca visto en la Iglesia española y que, seguramente, no se volverá a ver) y grandes concentraciones. Es la fe en forma de espectáculo masivo.
Tagliaferri y Suquía
Pasados más de 30 años, la apuesta neoconservadora de la Iglesia se demostró perdedora: las iglesias se vaciaban y la secularización y descristianización avanzaba más que nunca. Cisma silencioso, sangría constante de fieles hacia la indiferencia religiosa, que los nuevo movimientos (Kikos, Comunión y Liberación, Focolares, Legionarios de Cristo u Opus Dei) no consiguieron frenar. Su modelo de Iglesia involutivo, doctrinario, rígido y basado en seguridades no dio resultados. Más aún, también dio los frutos amargos de la pederastia y los abusos sexuales, ante los que Rouco impuso la habitual y sistémica cultura del silencio, del encubrimiento y de la demonización de las víctimas.
En la última obra publicada sobre el tema en nuestro país, titulada 'Lobos con piel de pastor' (San Pablo), el periodista Juan Ignacio Cortés explica: "Sabemos de al menos alrededor un centenar de víctimas en España, aunque muchos temen que sean muchas más". Y, a su juicio, la reacción de la jerarquía española está siendo igual a la de la chilena antes del tirón de orejas papal. "La jerarquía española no ha hecho nada para pedir perdón a las víctimas, escucharlas, reconocerlas, reparar en lo posible el daño causado y prestarles asistencia. Ni siquiera existe una persona de contacto en la Conferencia episcopal para coordinar las actuaciones e la Iglesia al respecto".
¿Dadas las similitudes entre la Iglesia chilena y la española, cabría, pues, una intervención papal, como la puesta en marcha en el país del Cono Sur?Perfectamente. Y el Papa podría estar planteándoselo, sobre todo si el escarmiento chileno no surte efecto también aquí y si la Conferencia episcopal no toma medidas concretas y reales de apoyo a las víctimas, dando la espalda definitivamente a la época del encubrimiento.
Tolerancia cero real y no sólo teórica, con protocoles centrados en la atención a las víctimas y en la reparación real y efectiva. O la jerarquía española limpia su casa o el Papa Francisco les obliga a hacerlo. ¡Y no le tiembla el pulso al barrendero de Dios!
Rouco y Rajoy