sábado, 31 de mayo de 2014


REFLEXIONES EN TORNO A LA VIDA DEL CARDENAL LUIS APONTE MARTINEZ Y SU RECIENTE FALLECIMIENTO EN PUERTO RICO

El Cardenal con el Papa Juan Pablo II

El fallecimiento del cardenal Luis Aponte Martínez representa una pérdida singular para Puerto Rico y para la historia de nuestro catolicismo. Eso lo sabemos todos. Pero hay más que decir. Con su muerte se reviven como un interesante despertar de nuestra conciencia católica y también de nuestra conciencia cultural puertorriqueña momentos, giros y gemidos de una transformación política y religiosa que comenzaba con su episcopado, alcanzaba un clímax con su ascenso a la posición de cardenal o príncipe de la Iglesia y que se completaba con su deceso. 

Don Luis Cardenal y Don Luis Muñoz, dos caras de la misma moneda


Don Luis Muñoz Marín
Don Luis Muñoz Marín representó para Puerto Rico y su cultura la apertura a la modernidad y la secularidad democrática del nuevo imperio americano. Si con él resuena la imagen del hombre intelectual de letras que se torna jíbaro para ganarse a un pueblo, el Cardenal Luis Aponte Martínez despunta paradójicamente como el auténtico jíbaro pobre que se torna príncipe del estado Vaticano para transformar y robustecer la imagen golpeada pueblerina de nuestra cultura católica puertorriqueñista. Tanto don Luis como el Cardenal se formaron en Estados Unidos. Ambos apreciaban la cultura americana, no tanto para encarnarla sino para respetarla y aprovecharla. Ambos llevaban en sus historiografías particulares consignas políticas y religiosas. Si bien don Luis iba rumbo a crear como proyecto sociopolítico un estado libre asociado con Estados Unidos de América, don Luis el Cardenal llevaba in péctore el acometido de elevar el catolicismo nuevamente al corazón del papado y a la vez alejarlo del fuerte influjo de las corrientes modernistas y muy particularmente del protestantismo americano fundamentalista y anticatólico. 

El cardenal y el nuevo rostro de una jerarquía puertorriqueña

Instalación del nuevo arzobispo
Luis Aponte Martínez
Entremos brevemente en algunos acontecimientos críticos del recorrido histórico del cardenal sin perder de vista la presencia de don Luis Muñoz el político en el trasfondo de esta gesta. Su nombramiento inicia un esfuerzo muy particular dirigido hacia el fortalecimiento de la identidad cultural comenzando por la transformación de la jerarquía isleña. Tomó siglo y medio para que se renombrara a un obispo nativo. Recordemos que los padres del cardenal eran lajeños de pura cepa, de origen humilde y de catolicismo acendrado. Su padre era vendedor de leche en su pueblo, su madre costurera. Ambos prolíficos. Procrearon dieciocho hijos. Sabemos que el nombramiento de un obispo puertorriqueño no fue iniciativa de la curia romana o del clero local.

El Partido Acción Cristiana y los obispos americanos

Monseñor Jaime P. Davis

Monseñor MacManus
La popularidad del Gobernador de Puerto Rico, Don Luis Muñoz Marín con un programa político puertorriqueñista por un lado, pero a la vez secularista, logró ganar  las elecciones del sesenta contra las fuerzas de PAC, un partido creado por líderes católicos con el apoyo de los obispos americanos. Este partido (el PPD) apoyaba la esterilización de la mujer puertorriqueña y se declaraba contra el uso de la escuelas públicas para la enseñanza de la religión. La derrota del PAC se interpretó en Roma como una convocatoria para la creación de una jerarquía nativa. No son pocas las voces que señalan al mismo don Luis Muñoz quien inclinara en forma decisiva el péndulo en Roma en pro del nombramiento de obispos nativos. Tras su victoria, Muñoz pidió a Roma que cesara de nombrar a obispos americanos para que fueran reemplazados por obispos nativos que respondieran a los intereses socioculturales del pueblo puertorriqueño. (María Mercedes Alonso: Muñoz Marín Vs. The Bishops, An Approach to Church and State (1998) , Publicaciones puertorriqueñas). 

La iglesia y el estado comparten rumbos de la americanización 
Pero Don Luis Muñoz reclama la presencia de obispos puertorriqueños

Esta victoria del Partido Popular por encima de la voluntad de los obispos marca definitivamente el comienzo de un período nuevo para el catolicismo puertorriqueño. La americanización y la consecuente secularización del estado (vs. la Iglesia) puesta en marcha en Puerto Rico desde principios del siglo con el nuevo régimen ya había prendido en el alma del puertorriqueño.  Las escuelas católicas dirigidas por obispos, monjas y sacerdotes americanos ya habían formado a una buena parte del nuevo liderato americanizador de la isla. A todo esto se le añade la avasalladora presencia del protestantismo que iba creciendo a pasos agigantados. La decisión de Roma de nombrar a Aponte Martínez al episcopado y luego ascenderlo a la más alta posición parecía una acción encaminada a mitigar de alguna manera el daño ocasionado por la creación de este partido católico (PAC). 

Don Luis el Cardenal, la reforma del Concilio Vaticano II y la crisis del posconcilio

El Concilio Ecuménico Vaticano II en sesión
Al Cardenal le tocó dirigir la jerarquía y al pueblo católico desde el arzobispado de San Juan a partir del 1964 culminando en el 1990 con su renuncia, después del transcurso de unos treinta y cinco años de servicio. Durante este período la Iglesia Católica, la de Puerto Rico y la de todo el mundo católico, debió enfrentar una crisis mayor, la interna. El Concilio Vaticano II que culminó en el 1965 se celebró para transformar la Iglesia desde adentro: su liturgia, su pastoral y su doctrina. Se trataba de un aggiornamento, o una puesta al día de toda la misión pastoral de la Iglesia cara a las necesidades del pueblo católico y del mundo. La iglesia predicaba una apertura y en cierta medida un regreso renovado al evangelio. Su compromiso fue la de escuchar los signos de los tiempos para dar continuidad a cambios que guiaran a su jerarquía y a sus líderes a iluminar con los evangelios y con la vida propia la manera de vivir más auténtica del cristiano y de personas de buena voluntad. Con ese compromiso se puso en marcha la reforma de la Iglesia. 

La reforma del Concilio - una nueva conciencia para la  evangelización


El catolicismo pareció, ante los ojos de todo el contingente numeroso de sacerdotes, monjas y laicos preocupados, un gigante que despertaba súbitamente de su somnolencia. La imagen del Papa Juan XXIII con su apacible compostura, enorme sencillez y su mensaje caracterizado por la grave consigna de conciliación ecuménica y de misionera atención a los pobres, especialmente dirigido a la población tercermundista revestían un cariz dramáticamente transformador de la faz de la iglesia. 
Si bien en los concilios anteriores de la iglesia (Trento y Vaticano I) predominó la intención de poner orden y definir ortodoxias en el interior de la institución frente a los errores del modernismo, el Vaticano II evitó lanzar anatemas. Antes bien parecía confiar plenamente en que el soplo del Espíritu Santo habría de instalarse en la sociedad secular mediado por una Iglesia que encarnara al Jesús de los pobres y oprimidos.

La primera respuesta del llamado conciliar - libertad, apertura, reorganización y encuentro de pensamientos
corresponsabilidad

Como era de esperarse, hubo obispos, sacerdotes, académicos, teólogos y laicos que no tardaron en expresarse abiertamente y de organizarse libremente. De esta apertura nacieron movimientos de diversa índole. Aparecieron grandes pensadores, grandes ideas y magníficas tendencias innovadoras. También hicieron acto de presencia sacerdotes, laicos y obispos de auténtica entrega y arrojo personal. 

Reorganización de las diócesis, órdenes y congregaciones religiosas

Durante los treinta y cinco años que comprendió la misión pastoral del Cardenal, la Iglesia puertorriqueña fue partícipe durante sus primeros diez años de este nuevo espíritu de apertura anunciado por el Concilio. Tanto las ordenes religiosas femeninas como los frailes acogieron la reformas sin demora. Para nombrar sólo a una de estas comunidades religiosas las Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús revisaron su constituciones fundacionales para atender la nueva pastoral de la Iglesia. La comunidad se transformó. De ser una dedicada a la educación universitaria se refundó para atender como misionera a comunidades pobres de sectores rurales de Puerto Rico y de otras regiones de Latinoamérica; de realizar su vida religiosa cotidiana en instituciones conventuales a la de insertarse en comunidades pobres y hacer vida compartida en ellas. 

Las Hermanas del Buen Pastor y las Hermanas de Jesús Mediador siguieron esa misma ruta. Las Hermanas School Sisters of Notre Dame fueron también movidas en esa dirección. De los religiosos de órdenes masculinas se dio también algo similar. Los sacerdotes dominicos, por ejemplo, ofrecieron sus servicios pastorales en diversas parroquias a lo largo y lo ancho de la isla. Igualmente los trinitarios, pasionistas, mercedarios, capuchinos, franciscanos, salesianos, jesuítas, redentoristas, carmelitas, etc. La lista es larga. Al inicio del posconcilio el ambiente que se respiraba era de optimismo. Se comenzaron a sentir reformas no solo fundacionales de las órdenes religiosas sino que también la misma estructura jerárquica fue reorganizada de manera que los obispos de cada región eclesiástica formaran sus conferencias episcopales particulares. Esta estructura se amplió para convocar conferencias episcopales pertenecientes a regiones contiguas y culturalmente semejantes (cuya existencia parte del 1955). Los Obispos latinoamericanos formaron el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) para reunir a todas las conferencias episcopales de Latinoamérica y el Caribe. Los sacerdotes de cada diócesis también formaban consejos presbiterales y sus obispos organizaron vicarías de pastoral en cada diócesis. 

La crisis desde la cúpula hacia abajo

No obstante, como toda institución que sienta la necesidad de desprenderse de tradiciones, costumbres y creencias arraigadas; como toda comunidad culturalmente configurada por siglos de institucionalidad que se vea ante la urgencia de cambios profundos  - ante la necesidad de discernir entre lo auténtico y lo perecedero  - la resistencia al cambio era de esperarse. Casi podía anticiparse una crisis desde la misma cúpula del gobierno de la Iglesia. Parecería ser que los herederos y responsables del rumbo que tomara la nueva pastoral del Concilio Vaticano II era la curia romana. Fue lamentablemente la curia y otros representantes del gobierno de la Iglesia, desde arriba, las que arribaron al entendimiento de que la reforma se había salido de su cauce. 


 Citamos las palabras del Ratzinger en el 1985 sobre este tema: 
"Esperaban una nueva unidad católica y ha sobrevenido una división tal que, se ha pasado de la autocrítica a la autodestrucción. Se esperaba un nuevo entusiasmo, y se ha terminado con demasiada frecuencia en el hastío y el desaliento. Esperábamos un salto hacia adelante, y nos hemos encontrado ante un proceso progresivo de decadencia que se ha desarrollado en buena medida bajo el signo de un presunto ‘espíritu del concilio’, provocando de este modo su descrédito" (Joseph Ratzinger-Vittorio Messori, Informe sobre la fe, Madrid, 1985, pág. 35).

Estas expresiones del cardenal Ratzinger junto a la proscripción de escritos de algunos teólogos con interpretaciones disidentes del pensar de la curia romana fue abriendo la brecha para delinear dos visiones, la conservadora (y restauracionista) y la innovadora de la trayectoria del Concilio. Aquellos laicos, obispos y sacerdotes ubicados en una línea teológica o pastoral apartada de unos estándares conservadores debían desistir y abandonar sus acometidos. Lo que inicialmente parecía una importante actividad reflexiva y dialogante de polos que se iban separando, se puso de manifiesto ya a partir de la década de los años setenta, una sutil ruptura, entre aquella  dirigida desde Roma y la generada por teólogos, obispos y laicos inmersos en comunidades de base y comprometidos desde una teología de la liberación en Latinoamérica.

La crisis en Puerto Rico, un gélido aire de sujeción y llamado a la obediencia

Nos vienen ahora a la memoria con la muerte del Cardenal Aponte eventos de la década de los años setenta en Puerto Rico que encendieron gran entusiasmo entre un numeroso grupo de sacerdotes, religiosas y laicos jóvenes. De las grandes ilusiones y de la esperada apertura prometida por el posconcilio esta década sufrió los embates de rápidas y sucesivas etapas de depuración. De la promesa de acercamientos fraternales y dialógicos entre el episcopado, el clero, los laicos y pueblo de Dios de la cual habría de producirse una verdadera y fructífera reforma se pasó a un sutil enfrentamiento entre elementos de la jerarquía y el clero. Los calificados de disidentes entendieron aunque anonadados que no había nada más que hacer. Se empezó a sentir un gélido aire de sujeción o congelación, un emergente llamado a la obediencia, al silencio y finalmente un llamado a la claudicación de innovaciones y libertades.  

Luis Cardenal Aponte y los obispos de Puerto Rico 

Monseñor Casiano
Monseñor Torres Oliver
Monseñor Grovas
Antes de pasar a mencionar a los miembros del clero que fueron objeto de la acciones correctivas o que cesaron de realizar funciones ministeriales como consecuencia de líneas pastorales específicas de parte de la jerarquía debemos mencionar a los obispos que protagonizaron estas acciones durante este periodo posconciliar. Recordemos que el Cardenal Aponte fue cabeza de la conferencia episcopal de Puerto Rico. A él se añadieron otros tantos obispos que habrían de ser cabezas de las cuatro diócesis restantes. Monseñor Fremiot Torres Oliver se ubicó en Ponce, Monseñor Grovas a Caguas y Monseñor Ulises Casiano a Mayagüez. Monseñor Alfredo Méndez, obispo nombrado para la diócesis de Arecibo no era puertorriqueño, aunque sus padres eran hispanos. 

 El Padre Salvador Freixedo asesor de la JOC y la crisis posconciliar puertorriqueña

El Padre Freixedo, reconocido jesuíta español fundador del Movimiento de la Juventud Obrera Cristiana en Puerto Rico,  publicó su libro en el 1968 intitulado “Mi Iglesia Duerme”. Esta obra hacía alusión directa a la ausencia de actividad y planificación pastoral cónsona con el espíritu del Concilio desde que el mismo completara sus labores en el 1965. En el libro el Padre Freixedo expresa con lamento lo siguiente:

“Hace bastantes años, gracias a la JOC (Juventud Obrera Cristiana), y gracias a aquel carismático hombre, hijo de un minero, llamado José Cardijn, pude comprender un poco mejor lo que era la verdadera Iglesia; pude entrever todo aquel espíritu que luego floreció abiertamente en el Concilio Vaticano II. Y hace quince años que estoy tratando, con todas mis fuerzas, de extender y dar a conocer este mismo espíritu entre mis hermanos. Sin embargo, después de todo este tiempo, tengo la amarga impresión de que he estado hablándole a una pared; de que he estado predicando en el desierto. Todas estas ideas encuentran una sorda resistencia, a veces francamente abierta. Al cabo de años de tratar inútilmente de penetrar las existentes estructuras y viendo cómo lo poco que se sigue edificando se edifica sobre los mismos carcomidos cimientos, uno comienza a sentir el cansancio, un desánimo profundo que lance a uno en el corazón, al ver que la Iglesia va dejando de ser la luz del mundo y la sal de la tierra. Y de seguir así, en nuestra sociedad al menos, dentro de unos años la Iglesia será pisada por los hombres «como una sal que perdió su sabor» “(Mi Iglesia Duerme, (1968) p. 6).

Era de esperarse que el contenido de “Mi Iglesia Duerme” no iba a ser bien recibido. Presenta el autor un agudo cuestionamiento de la negativa de la alta jerarquía de la Iglesia de atender pastoralmente con hábil discernimiento del evangelio los asuntos apremiantes que pudieran iluminar el correr sociocultural de la población. Estuvo además ausente el diálogo conciliatorio entre elementos diversos de su clero y laicado. 

El Padre Freixedo expuso con plena candidez los errores y pecados cometidos por papas y jerarcas de la Iglesia. De la lectura del libro el católico puertorriqueño medianamente culto recibía párrafo tras párrafo, golpe a golpe una clara definición de los principales mitos que aluden al grado de sacralidad de la autoridad, mitos sobre la santidad inherente de las autoridades eclesiásticas, sobre la autenticidad de sus jerarcas y sobre la alegada infalibilidad de los escritos de los papas y otras autoridades de la Iglesia. 

La publicación de este libro marca el final de la actividad pastoral del Padre Freixedo en Puerto Rico. Su dimisión en el 1970 parece haber iniciado, sin que se evidenciara una relación de causa y efecto, una cadena de defecciones, renuncias y bajas entre miembros del clero y de la abundante población de religiosas que no parece tener parangón en Puerto Rico. 

El Obispo Antulio Parrilla Bonilla, Obispo Auxiliar de Caguas y la crisis posconciliar

Otro Jesuíta que también corriera la misma suerte de Freixedo lo fue Antulio Parrilla Bonilla, Obispo Auxiliar de Caguas, desde el 1966.  Parrilla compartió junto a Freixedo su dedicación a las luchas obreras. Fue también asesor espiritual de la JOC. Pero su más fehaciente testimonio fue el de su actividad en pro de la independencia para Puerto Rico. Para Parrilla la cuestión política, el derecho de los pueblos a su libre determinación e independencia no era un asunto sobre la cuál la Iglesia Católica debía permanecer callada. Con sus múltiples escritos y su presencia activa en el interior de los movimientos independentistas en Puerto Rico, Monseñor Parrilla fue portavoz de este sentir cristiano. Si bien Parrilla continuó siendo parte de la orden de los jesuitas y permaneció en Puerto Rico toda su vida, su actividad pastoral como Obispo fue anulada. 

La JOC y la crisis posconciliar

Con Freixedo y Parrilla se inició la marcha irreversible hacia  la desaparición del movimiento de la Juventud Obrera Cristiana y otros movimientos de lucha social, como eran los movimientos socialistas cristianos y los de la teología de la liberación. No obstante, la JOC no quedó desprovista de asesoría espiritual. Habiendo partido de sus filas Freixedo y Parrilla permanecieron junto al movimiento las Hermanas del Buen Pastor y otros dos sacerdotes diocesanos. 

No obstante su brevedad en el interior de este movimiento, un trabajador incansable muy querido por los miembros del movimiento, lo fue el Padre Quintana. El padre, mientras se desempeñaba como asesor religioso de la JOC, trabajaba con el sindicalismo puertorriqueño y americano, fue cofundador de los sindicatos de Obras públicas y de la Autoridad de Carreteras, fundó junto con Pedro Adorno, líder nacional de la JOC, el sindicato “Misión Sindical”. Finalmente se desplazó de la JOC y del movimiento obrero a la cátedra en la Universidad Interamericana, actividad que se extendió hasta su jubilación. El Padre Carlos Ramírez, de ser asesor espiritual de la JOC y luego párroco en la diócesis de Caguas se reintegró a las filas del laicado en la década de los años ochenta, prosiguió estudios doctorales en psicología para finalmente ocupar Cátedra en la Universidad de Puerto Rico a lo largo de veintisiete años. 

Estos movimientos continuaron su progreso al margen de la Iglesia jerárquica, no tanto como entidades, sino como agentes presenciales entre elementos moderados del mundo obrero y de la izquierda política en Puerto Rico y Latinoamérica.   

Padre Fernando Rodríguez Vicario de Pastoral de la Aquidiócesis y la crisis posconciliar

Otro sacerdote que desiste de continuar su misión sacerdotal para desplazarse en otro campo, lo fue el Primer Vicario General de Pastoral de la Arquidiócesis de San Juan durante la década de los años setenta. Este fue el Padre Fernando Rodríguez. Su obra fue intitulada “Con su Permiso Monseñor” (testimonio de vida sacerdotal), (2001). Nos dice el libro en su faz: “A pesar de haber impulsado con gran energía y devoción la renovación pastoral en Puerto Rico, - lo que muchos han caracterizado como un contribución silenciosa, pero inmensamente significativa para la Iglesia puertorriqueña -, la Jerarquía católica eventualmente le impide ejercer su ministerio sacerdotal en Puerto Rico.” 

A propósito de la dimisión del Padre Fernando y habiendo prologado el aludido libro, nos dice Juan Beck un ex sacerdote dominico profesor del Seminario Evangélico de Puerto Rico:  “Por fuerte que parezca decir esto, lo trágico del caso de Fernando no es el sufrimiento que le causó el poder de la Iglesia, ni siquiera fue su infarto. Lo que es verdaderamente espeluznante es que su caso no es aislado. En Puerto Rico casi una generación de sacerdotes, religiosos y religiosas - la generación post conciliar - sufrieron el trauma de una jerarquía aparentemente insensible e impositiva. Un buen número de los miembros de esa generación decidió divorciarse de la vida sacerdotal y/o religiosa que había profesado. 

El Padre Fernando Rodríguez tras haber participado como asesor del arzobispo y como miembro de su propia congregación de misioneros trinitarios de Puerto Rico en Medellín y Puebla se une al perfil de sacerdotes que proyectaban incursionar en un ministerio especializado. Versaba sobre una experiencia pastoral de inmersión en comunidades pobres similar al realizado por las Hermanas del Sagrado Corazón en comunidades pobres como por ejemplo la de Patillas o de los residenciales pobres de San Juan.  Al Padre Fernando Rodríguez se unió José Luis Reyes, algunas religiosas voluntarias y el Padre Armando Rovira en la barriada La Perla en San Juan junto a todo un equipo de seglares que posteriormente extendieron su ministerio a otros pueblos de la isla.

Particularidades de la labor realizada por Parrilla, Freixedo y Rodríguez 

Monseñor Parrilla, Freixedo y Fernando Rodríguez representan un rumbo, un sentir posconciliar cada uno de manera muy particular. Si bien Parrilla representaba el nacionalismo político de Albizu Campos a su vez vinculada al pensamiento del director del Piloto el Padre Martín Bertsen, Freixedo representaba la lucha contra la injusticia social y el abuso al obrero puertorriqueño. 

El Padre Fernando Rodríguez representó el esfuerzo de un sacerdote religioso y misionero comprometido con la pastoral posconciliar del nivel nacional y finalmente creador de comunidades de base. 

Los tres triunfaron porque dejaron huellas y senderos que han tenido repercusiones para el correr de nuestra historia. Los tres lograron su acometido. Debemos recordar que la vida pública de Jesús fue de corta duración. No aguantaba más. La lucha de estos tres sacerdote no aguantaba más. Duró lo que tenía que durar. El Cardenal Aponte Martínez, Monseñor Fremiot Torres Oliver y Monseñor Rafael Grovas Felix fueron telón de fondo o muralla de contención. Su enorme presencia de poder y su continencia inmutable sirvió para generar fricción y calor. A la larga sus posturas le dieron lucidez y valor a la lucha de estos tres sacerdotes. 

Sacerdotes del posconcilio en crisis y sus desplazamientos al laicado

Junto a estas tres figuras importantes del catolicismo puertorriqueño de la década de los años setenta se suman varios cientos de sacerdotes que fueron uno tras otro desplazándose hacia el laicado. Algunos fueron removidos por la conferencia episcopal, otros fueron marginados y finalmente los restantes simplemente dimitieron por la vía de la autodeterminación. 

Padre Alvaro
Los Padres Dominicos de Comerio, (Cirilo Meiers, Alfonso Daman, William Loperena),  Bayamón, Yauco (1971) y el Padre Alvaro de Boer ubicado en el Barrio Volcán de Bayamón fueron las bajas más importantes de esta década por verse afectadas las pastorales parroquiales y las comunidades iniciadas por ellos. A éstos le siguen los sacerdotes Trinitarios de Coamo (Cristobal Reilly, Harold Stone y Jaime Peifer y las Hermanas trinitarias). Los sacerdotes de estas parroquias recibían su mayor inspiración de las corrientes posconciliares más avanzadas de corte evangélico social. La jerarquía puertorriqueña veía con gran suspicacia la actividad pastoral de estos sacerdotes porque se alimentaban espiritualmente de ciertas pautas de la teología de la liberación, de las comunidades de base y del pensamiento de Paulo Freire. 

Otros sacerdotes como Hilario Rivera, Rafael Torres Oliver, Wilfrid Caragol, Felipe Andrews, William Maldonado de la diócesis de Caguas se desplazaron para realizarse en otros ambientes. Algunos de ellos son todavía sacerdotes activos (Rafael Torres, misionero redentorista ubicado durante diez años en el Niger de Africa y ahora en San Lorenzo), Hilario Rivera (sacerdote diocesano misionero del ámbito mexicano, en Chiapas, durante cinco años, ahora en Orlando, Florida) y Felipe Andrews, (misionero redentorista dedicado a atender pastoralmente en comunidades pobres de la República Dominicana), mientras que el Padre Caragol se desempeña como baluarte dentro del laicado cagüeño y fundador de un núcleo familiar fructífero y productivo. El padre William Maldonado, transformó su espiritualidad como miembro de los religiosos Benedictinos en una muy productiva práctica docente en las escuelas públicas de Puerto Rico durante treinta años. 

sacerdotes casados en reunión familiar
La lista de sacerdotes reintegrados al laicado secular que continúa de alguna manera vinculado al sentir y vida cristiana, en ocasiones más intensamente que lo que hubiera de experimentar como de la oficialidad eclesiástica, es larga. Nos viene a la memoria mencionar algunos de ellos. Luis Román Cordero, (psicólogo clínico y neuropsicólogo desde hace más de treinta años), Antonio García Gil (desarrollador de comunidades pobres en caseríos públicos durante más de veinte años), David Burgos, (jocista), Carmelo Vega (maestro durante treinta años), Vicente Bolo (profesor de la Universidad de Puerto Rico durante treinta años), Alejandro (maestro en las cárceles de Arecibo durante veinte años) , Luis Ortiz (maestro durante más de veinte años), José Luis Santiago, (maestro durante más de veinte años), Rafael Arquez, (sacerdote episcopal durante más de 35 años),  Moncho Ortiz, (maestro y comerciante), Baltasar Rivera (maestro y comerciante),  Agapito Delgado (estudiante de psicología ya estacionado en centros de ayuda psicológica y luchador asiduo y valeroso de su propia rehabilitación personal y social). 

A esta lista de sacerdotes que fue presa de la gran crisis posconciliar podemos añadir a otros cientos más que no aparecen en este escrito pero que siguieron la misma suerte y también se desplazaron para servir en otras profesiones. Muchos de ellos fueron haciendo la transición al laicado de manera calculada, otros la hicieron de manera apresurada. No empece el camino que iba marcando su partida del sacerdocio, la preparación moral y psicológica de una buena parte de ellos le permitió comenzar felizmente otro modus vivendi. 

Algunos de ellos acudieron ingenuamente al Cardenal o al obispo en busca de ayuda, sea esta en calidad de apoyo psicológico o de ayuda económica. No existe memoria de que alguno de ellos recibiera ayuda de la jerarquía. Es lamentable que la estructura eclesiástica no hubiera tomado medidas preventivas o remediativas para proteger la vida y la trayectoria de quienes le sirvieron en ocasiones durante años y que con toda justicia no aguataban más su permanencia en una estructura que detuvo su rumbo de renovación. Puede pensarse que la crisis posconciliar no solo golpeó al clero sino también a los obispos que se vieron sin herramientas legales o psicológicas para manejar estas instancias. 

Las bajas del clero, el derecho canónico y la creación de asociaciones de ayuda

El derecho canónico es escueto y sobrio a la hora de atender el problema de las defecciones del clero. Los procesos de reducción al estado laical requieren del sacerdote que renuncie de sus funciones probar o evidenciar una causa psicológica grave para justificar su partida. La consideración de crisis institucional causada por la naturaleza crisigénica de un concilio general de la Iglesia Católica no tiene velas en este entierro.  

No fueron pocos los sacerdotes que se convocaron entre sí para recibir ayuda mutua y fortalecer la base espiritual de su existencia cristiana. La creación de asociaciones de sacerdotes ocurrió no sólo en Puerto Rico sino en múltiples regiones del mundo católico. El condicionamiento doctrinario de las facultades mentales sumado al  esfuerzo de entregar plenamente sus potencialidades afectivo sexuales a la institución durante años deja huellas indelebles. Una vez que el sacerdote abandona el ejercicio de su ministerio sacerdotal es reo ante los ojos de esa institución y objeto de penalidades espirituales. 

La jerarquía de la Iglesia Católica en Puerto Rico ha manifestado su rechazo a la existencia de estas asociaciones de sacerdotes o ex sacerdotes. Sabemos que los Papas han sido severos frente a estas defecciones del clero por considerarlas en su mayoría violatorias del derecho canónico.  No le dan por ende la bienvenida a sus actividades organizativas. 

Sacerdotes de la crisis posconciliar y conducta delictiva

Pero sabemos que existen otra listas de sacerdotes que pueden clasificarse en categorías diversas en naturaleza de las que acabamos de presentar. Algunos permanecen o permanecieron en el ejercicio de su ministerio no empece ser su estado violatorio de conducta sexual. Sabemos que esta lista no es corta y representó y representa para la Iglesia y la oficialidad eclesiástica un sutil encubrimiento.  Este encubrimiento ha sido costoso para muchas jerarquías y comunidades católicas y es probable que haya sido costoso para algunas diócesis puertorriqueñas. 

Es también cierto que algunos de estos individuos se encuentran ubicados en el “closet”. Han sabido pasar desapercibidos inclusive de la misma jerarquía (que en ocasiones no es muy vigilante a la hora de examinar dichas conductas) y del público. 

Si bien este tema particular de la crisis posconciliar requiere de una larga discusión, de la experiencia de un buen número de sacerdotes y profesionales que ha atendido a esta población de sacerdotes directa o indirectamente surgen las siguientes preguntas:

¿Será esta población una contagiada por una especie de virus sociogénico que se propaga a algunos individuos con ciertas disposiciones psicológicas y que a su vez  comparten una sola cultura celibataria, una misma formación académica y religiosa, que imprime en sus miembros carácter sagrado, de pertenencia selecta, y de grado sacramentalmente más elevado? 

No podemos olvidar que estos individuos fueron formados de manera tal que su sexualidad requería absoluta represión. La gran mayoría de estos individuos, además, comenzó su formación cuando apenas eran niños. Son quizá contadas las comunidades del mundo cuyos miembros reúnan estas cualidades. No podemos descartar el hecho de que una buena parte de las conductas aberrantes proviene del interior de núcleos humanos que difícilmente puedan llamarse naturales. Esta parece ser una de ellas.

¿A DONDE VA LA IGLESIA?

Las redes cibernéticas

Con la muerte del Cardenal Aponte Martínez comienza probablemente una etapa en la vida de la Iglesia Católica cuyas primicias podemos anticipar. Las existencia de redes cibernéticas, en primer lugar,  ha abierto un canal casi infinito de comunicación que trasciende el nivel puramente geográfico de encuentros y de intercambios de información. El número de redes cibernéticas católicas y cristianas va en aumento. El diálogo entre sus participantes es cada día mayor. La participación de cristianos en los medios visuales como YOU TUBE es ya común a los usuarios del internet. Los buscadores de información como GOOGLE permiten, a quien tenga acceso, a todo un repertorio de lecturas sobre teología y vida cristiana que no tiene parangón. Vemos como la teología y el conocimiento ya no tienen fronteras. 

La teología y la fe no son el dominio de la iglesia católica o protestante. El intento de la Iglesia Católica de prohibir la lectura de libros de cuestionable legitimidad doctrinal es probablemente fallido. Frente a ese trasfondo globalizador, las ideas, las creencias, los inventos científicos, las obras de arte, la música y la tecnología dejan de tener fronteras claramente definidas. Ya sabemos que las riquezas materiales controladas por una gran minoría de individuos recorren el mundo y traspasan las fronteras geográficas de las naciones en cuestión de minutos. Las riquezas son transnacionales. El conocimiento que viene a ser nuestra mayor riqueza es también global. 

Medard Kehl y el futuro de la Iglesia

Frente a esta Iglesia que parece resistirse al cambio por temor de dejar a sus miembros (el pueblo de Dios) en estado de indefenso anonimato y a sus jerarcas desprovistos de autoridad visible el reconocido teólogo católico Medard Kehl se hace la siguiente pregunta:

¿No tendrá hoy que morir en la Iglesia mucho de su "ser sociológico" para que pueda surgir lo nuevo; para que el Espíritu divino pueda encarnar una figura de Iglesia que reaccione con mucha mayor sensibilidad ante los "signos de los tiempos"? ¿Estamos dispuestos a dejar morir, a desprendernos de mucho de lo que en la Iglesia es puramente temporal, por muy familiar que nos resulte? (Kehl, ¿A dónde va la Iglesia?, (1997), pág. 14).

Arbuckle y la necesidad de una refundación 

Otro importante teólogo de la Iglesia contemporánea persigue una linea de pensamiento similar a Kehl. Gerald Arbuckle, teólogo y antropólogo cultural sostiene la necesidad de una reforma de la Iglesia por la vía de la refundación. 

Este autor hace un importante diagnóstico del posconcilio y de la situación actual de la Iglesia Católica. Propone que para que la iglesia se ponga a la altura de la novedad del Evangelio y de los desafíos del tiempo es necesario que se sitúe en medio de los problemas contemporáneos. Nos dice Arbuckle:

“Tenemos una desesperada necesidad de nuevas organizaciones, estructuras y métodos de evangelización de un mundo en cambio constante... Por eso yo hablo del proceso de refundar la Iglesia, es decir, de encontrar e implementar nuevas formas de llevar al mundo la Buena Noticia de la Fe/justicia (Gerald Arbuckle, Refundar la Iglesia.” Disidencia y liderazgo, Santander, 1998, pág. 18).

Concluye Arbuckle con las siguientes palabras: “La realidad, sin embargo, es que no puede haber ningún cambio constructivo, ni siquiera en la Iglesia, a no ser que exista alguna forma de disidencia. Me refiero a poner alternativas, porque un sistema que no esté examinando alternativas continuamente no es probable que evolucione creativamente... Si la Iglesia ha de volver a ser joven de nuevo, según el deseo de Cristo y del Vaticano II, necesitamos disidentes esperanzados en todos los niveles eclesiales... Necesitamos personas con una visión nueva de la nueva Iglesia... que no tienen reparos en admitir la fórmula general para cualquier innovación: disposición a cuestionar el status quo, imaginación pragmática, ideas, iniciativa, valor y unos cuantos amigos que ayuden a concretar el proyecto” (Arbuckle, Refundar la Iglesia, 21).

CONCLUSION

exequias del Cardenal
Cardenal Luis Aponte Martínez abandonó este mundo. Los obispos que le sobrevivieron y los fieles más consagrados de la Iglesia hicieron bien al encomendar su alma junto a tantos que seguíamos su larga trayectoria. Su partida representa como a modo de convite, al compás de una lenta y cansada marcha fúnebre, la partida de todo un viejo estilo de gobierno y de Iglesia. Su figura presencial corpórea y yerta sobre el féretro , vestido con toda la gala de un príncipe es símbolo vivo de la Iglesia que fue y se resiste a sufrir una transformación. No obstante nuestro cristianismo fue el mejor que pudimos realizar.  Y fueron miles los laicos, sacerdotes y obispos quienes demostraron y demuestran con sus vidas cambios importantes en la Iglesia y en la sociedad. La Iglesia Católica habrá de renovarse gracias a esa semilla que ha caído y cae en terreno fértil. Cuando eso suceda le daremos la más calurosa de la bienvenidas porque hemos sido y seremos parte de ella. 

1 comentario:

  1. Saludos amigo Carlos. Te felicito por el artículo que pudiéramos calificar como "la otra cara de la Iglesia", la cara oscura. Mi sugerencia es que escribas ubn libro con esta otra apasionante historia. Porque la verdad nos hace libres. Tú y yo vivimnos esta historiam y aunque logramos liberarnos, desearíamos que muchos otros lo hiciesen partiendo del conocimiento de la verdad. Un abrazo fraternal. Carlos Rojas Osorio

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