lunes, 1 de febrero de 2016

UN MITO MONUMENTAL

Un mito monumental
Anibal Colón Rosado
Los copos de nieve caen blandamente sobre el Parque Central.
Una empresa cinematográfica filma algún documental en la
albura aún inviolada. Las aves, particularmente los patos, se
entretienen en las orillas del estanque congelado que se
encuentra a la altura de la Calle 60, en los alrededores del
Wollman Rink. En las cercanías de la V Avenida, las estatuas
del Che Guevara y dos personajes asiáticos resisten con
estoicismo la tormenta invernal. En abierto contraste con la
filosofía del revolucionario argentino, se levanta el monumento
al Maine, en el Merchants’ Gate. Se trata de un conjunto
escultórico, con fecha de 1913, en honor a los 266 marinos que
murieron en la voladura del acorazado norteamericano Maine en
la bahía de La Habana, el 15 de febrero de 1898.
Según la versión de la guía oficial, los hechos sucedieron bajo
circunstancias inciertas. Sin embargo, las investigaciones van
demostrando que la explosión se originó en el interior del
buque. La tragedia del acorazado precipitó la Guerra Hispano-
Norteamericana, como respuesta, en parte, a las presiones de
William Randolph Hearst, magnate de la prensa y patrocinador
del monumento conmemorativo. Los editoriales jingoísticos de
este hombre de armas tomar insistían en que los Estados
Unidos de América rompieran hostilidades con España, a fin de
vengar el hundimiento del barco militar.
Como resultado del conflicto bélico, afirma la crónica, la
república norteamericana “se convirtió en una fuerza política
dominante en América Latina”. La obra escultórica, esculpida
en mármol rosado de Tenesí, representa a la Paz “con una figura
femenina que levanta los brazos en gesto de bendición”, por
encima de la Valentía y la Fortaleza. La Victoria se encarna en
la imagen de un joven sobre la proa; y la Justicia, en otra figura
femenina, en el lugar “donde un guerrero se yergue como su
paladín”; mientras la Historia “registra el noble destino de la
muerte heroica”. Completan la escena sendas plasmaciones de
los océanos Atlántico y Pacífico, símbolos del dominio marítimo
de la potencia norteña; y Columbia triunfante sobre una concha
tirada por hipocampos.
En suma, estamos ante un montaje triunfalista fundado sobre
el culto mítico a la violencia militar. Hoy la leyenda tergiversada
del Maine pertenece a las mentiras que enseñaban algunos
maestros, a la vez que crecen las sospechas en torno al
presunto patriotismo de Hearst. ¿Respondía dicho chauvinismo
a intereses menos idealistas y más burdos?
La nieve inmaculada corona las cabezas marmóreas. Los
personajes permanecen inmóviles, cual estafermos, bajo el frío
de Nueva York y el velo de las níveas lentejuelas. No pueden
protestar, pero miran con ojos de ironía hacia el Portón de los
Mercaderes, como si milicia y mercado fueran cogidos de las
manos. Los peatones nerviosos y el río de taxis amarillos pasan
indiferentes ante la caricatura de la historia. Y yo, escribiendo
sobre un folleto turístico, mientras las hojuelas de agua
cristalizada se deslizan junto a la tinta de los apuntes.

Anibal Colon de La Vega

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