sábado, 29 de diciembre de 2018

DESNUDO FRONTAL POR LUIS RAFAEL SANCHEZ

DESNUDO FRONTAL

Por Luis Rafael Sánchez
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Apuntes de un espía

UNO
El espionaje se tiene por oficio de canallas. Fugitivo de la propia vida, cosa de dedicarse por completo a espiar la vida ajena, el canalla de turno retoma la cotidianidad tras firmar la delación resultante del espionaje.
Que no deja rastros. Pues el espía hace del disimulo una industria, llámese encubierto o informante, delator o infiltrado, soplón o chota. Inclusive sapo como se lo humilla en las teleseries que delatan la aparición de una clase en ascenso social irrefrenable: la clase sicaria.
Jamás se cuantificarán las vidas que despedazó el espionaje político en Puerto Rico. Donde la “mordaza” y el “carpeteo” se legalizaron con el propósito de criminar al independentismo, justo cuando alcanzaba la fuerza de un movimiento numeroso y cohesivo. La criminación produjo un fruto tóxico: el colonialismo hoy se ondea como el dogma unidor del país.
DOS
“El escritor es un espía de sí mismo o de otros y tras su delación la existencia ya no vuelve a ser la misma”. Lo postula el italiano Claudio Magris en el ensayo “El secreto y no” que publica la editorial Anagrama.
En efecto, la obra literaria implica una delación. Pero una delación que crea vida y belleza, asombro y conocimiento.
Miguel de Cervantes delata el alma de Don Quijote de la Mancha con una exactitud que desemboca en cariño. Un cariño contagioso. El lector acaba encariñándose con Don Quijote de la Mancha, al margen de su apariencia estrafalaria y propensión al disparate. Mi cariño de lector lo duplica el credo con que el ingenioso hidalgo enlaza las hazañas: “Amar es tener a quien esperar”. Sí, la espera esperanzada por Dulcinea resume la gran lección amatoria de Don Quijote de la Mancha, el amante que no cesa.
TRES
Olvida Claudio Magris que el lector también es un espía. Uno que apunta sus observaciones en los márgenes de las obras. Dicho espía lee para entretenerse e instruirse. Que el entretenimiento no se puede ausentar de la instrucción ni la instrucción puede cerrar filas con el aburrimiento.
El espía gustoso que soy confirma lo acabado de opinar mientras repasa “Comida de peces”, del puertorriqueño Manolo Núñez Negrón y mientras lee, por vez primera, “Este es el futuro que estabas esperando”, del dominicano Frank Báez. Y cuando relee, por vez milésima, “París era una fiesta”, del norteamericano Ernest Hemingway.
Son libros intensos. Entretienen e instruyen, a pesar de reglamentarlos géneros distintos: el cuento, la poesía, el ensayo. Véanse los por qué de la aseveración.
CUATRO
Sabrosamente provocador discurre el conciso volumen de cuentos “Comida de peces”. La provocación arranca con una dedicatoria inusual: Para la gata de Lola. Será esa la única aparición de Núñez Negrón a lo largo de su obra. Pues de narrarla se encargan personajes diversos, de alguna forma integrantes de la clase en ascenso social irrefrenable: la clase sicaria.
Creíbles “suenan” las voces de los seis personajes, creíbles por diferentes. A la par revelan el especial talento del autor para caracterizarlos por vía de un lenguaje que armoniza lo refinado y lo indecente, lo bello y lo cafre.
Sabrosamente escéptico se comporta el autor del poemario “Este es el futuro que estabas esperando” cuando rechaza la palabra y el lenguaje como elementos comunicantes y prefiere el “grito que rompe el tímpano de Dios”. Un grito anfitrión de muchos gritos. Entre ellos el grito bajo la ducha de Marion Crane cuando la apuñala el “psycho” de Norman Bates, por cortesía de la imaginación peliculística de Alfred Hitchcock.
Con felices poemas anti-líricos, con estupendos sopapos irónicos a su propia poética, Frank Báez escribe un cántico novedoso y bien sonante.
Sabrosamente elegiaco se trasluce “París era una fiesta,” libro en el cual Hemingway homenajea la capital del país que revoluciona la historia al abrir fuego en defensa de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Además, homenajea al bonche de amigos fiesteros que se dio cita en la París de los años veinte del siglo pasado. De paso se autohomenajea con sutileza: las autobiografías contienen un grano de egolatría.
El grano no desazona “París era una fiesta.” Aparte de que algún desliz hay que excusarle a un narrador regio, testigo crucial de su época.
CINCO
Leer es una fiesta. Una fiesta que entretiene e instruye y desencadena un voluptuoso placer genial, sensual.
No pleitearé con el tango que inmortalizó la manchega hermosa, Sarita Montiel. Pero, leer es mucho más genial y mucho más sensual que fumar. Para leer no es necesario situarse tras los cristales de alegres ventanales. Para leer basta con abrir un libro y espiar sin prisas el soberano mundo allí oculto.
Superior al que practica el canalla de oficio, inferior al que crea vida y belleza, asombro y conocimiento, leer constituye un espionaje de veras honroso.


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