miércoles, 29 de marzo de 2017

DA MIEDO LA RELIGION MAL ENTENDIDA

Da miedo la religión mal entendida


CastilloEl terrorismo religioso, que la humanidad viene soportando desde que en el mundo hay religiones organizadas, se ha hecho más preocupante y peligroso desde que el desarrollo tecnológico ha posibilitado el manejo de medios de comunicación y de destrucción violenta que, hace menos de un siglo, no existían. Y, puesto que las tecnologías de la información y de la muerte avanzan a una velocidad que ya no controlamos, cada día que pasa nos da más miedo el “terrorismo religioso”. Sobre todo, si tenemos en cuenta que, con frecuencia, el hecho religioso se entiende mal. Y se vive al revés de cómo se tendría que vivir.
La religión no es Dios. La religión es el medio para relacionarnos con Dios. El problema está en que Dios, por definición, es “trascendente”. Es decir, Dios no está a nuestro alcance, ya que la “trascendencia” constituye un ámbito de la realidad que no es el nuestro. “A Dios nadie lo ha visto jamás”, dice el Evangelio (Jn 1, 18). El cristianismo ha resuelto este problema viendo en Jesús, el Señor, la revelación de Dios. Otras religiones encuentran distintas “representaciones” de Dios. Pero – insisto – ninguna religión puede asegurar que ve a Dios y sabe lo que Dios quiere en cada momento y en cada situación.
Todo esto supuesto, se comprende el peligro que entraña la religión. Porque las creencias religiosas nos pueden llevar al convencimiento de que lo que a mí me conviene o a mí me interesa, eso es lo que Dios quiere. Y si hago lo que Dios quiere, ese Dios (que puede ser una “representación” mía) me puede “mandar que mate” o que “robe” o que “odie” o “utilice” a otras personas, etc. Y lo que es peor, si mato o robo…, “mi Dios” me dará el premio del paraíso de la gloria y los placeres. Con lo cual, ya tenemos el montaje ideológico perfecto para odiar, robar, matar, no sólo con la conciencia tranquila, sino que la convicción del deber cumplido y el futuro ideal asegurado. Si a semejante tinglado mental le añadimos la fuerza del “deseo”, la pasión, los sentimientos y las ambiciones que son tan frecuentes en la vida, ya podemos echarnos a temblar.
Todo esto viene de lejos. Cuando san Bernardo (s. XII) organizaba las cruzadas, publicó un libro en el que decía que matar al infiel sarraceno no era un “homicidio”, sino un “malicidio”. O sea, se podía matar con buena conciencia. Cuando el papa Nicolás V (s. XV) le mando una bula al rey de Portugal en la que “le hacía donación” de toda Africa, de forma que sus habitantes fueran sus esclavos, puso la primera piedra del esperpento y los horrores del negocio de la esclavitud. Cuando Alejandro VI concedió a los Reyes Católicos la bula para invadir y apoderarse de los territorios y riquezas de América, justificó el colonialismo. La desigualdad, en dignidad y derechos, que las religiones han establecido entre hombres y mujeres, entre homosexuales y heterosexuales, han acarreado humillaciones y sufrimientos indecibles. Los horrores de los terroristas religiosos actuales, que matan matándose ellos mismos, porque así se van derechos al paraíso, convierten en un acto heroico lo que es un acto criminal.
Es evidente que, con la experiencia de estas atrocidades (y tantas otras…), necesitamos gobernantes, policías y jueces que nos protejan. Pero este fenómeno, tan arraigado en la historia y tan fundido (y confundido) en las creencias más hondas de millones de seres humanos, sólo se puede resolver mediante la educación. Y con el replanteamiento del hecho religioso, con su fuerza genial. Y con se peligrosidad aterradora.
Como creyente cristiano, termino recordando que, según el Evangelio, las tres grandes preocupaciones de Jesús fueron: 1) el problema de la salud (relatos de curaciones), 2) el hambre y sus consecuencias (relatos de comidas); 3) las relaciones humanas, centradas en la bondad con todos y siempre. ¿No es esto lo que más necesitamos para que este mundo y esta vida resulten más soportables? Y que cada cual lo viva con religión o sin ella. O en la religión que mejor le lleve a vivir así.

10 comentarios

  • Santiago
    No existe fundamentalismo alguno, si por ello se entiende en estancarse en la lectura de la Escritura. El pensamiento de Cristo está bien expresado y definido desde la primera catequesis oral y escrita, en cuanto a que El es la VERDAD eterna, puesto que es una Persona divina, la segunda, encarnada en Jesús de Nazaret. La proclamación de esta VERDAD es, a la vez eterna en su naturaleza y definitiva en cuanto a su irreformabilidad. Cristo como verdad eterna y las verdades que El mismo nos reveló en orden a nuestra salvación son irreformables en si mismas y por tanto definitivas.
    Y obviamente una cosa es el SENTIDO de la verdad que se trata de expresar en palabras humanas y otra  como la expresamos. No hay duda que el lenguaje cambia y el conocimiento aumenta y que para preservar el sentido de la verdad debemos adaptarnos a la época y buscar nuevas formas que preserven el sentido original para no deformar la verdad. Es por eso, que las interpretaciones de la Escritura no pueden salirse del verdadero contexto y el verdadero sentido y en el mismo espíritu como LA VERDAD fue expresada, so pena de tergiversar totalmente la misma verdad, de la misma manera que es imposible saber realmente la historia de nuestra familia humana si nos salimos del entorno familiar que es la fuente primordial para saber quienes y como fueron en realidad nuestros antepasados.
    La verdad eterna no cambia. Los principios esenciales en que se basan permanecen. Lo que cambia no es la sustancia sino la forma que usamos para preservar el contenido de la verdad, a través del paso del tiempo.
    Un saludo cordial.  Santiago Hernández
  • Juan Enrique
    Hola a todos
    Leí hace un tiempo un artículo de la BBC que muestra de una manera a mi juicio adecuada las relaciones entre la religión y el terrorismo. Viene a decir que “el terrorismo no tiene religión”. Ver aquí.
    Juan Enrique Zegers Arrasate
  • George R Porta
    La liberalidad del uso que a veces se hace del lenguaje es impresionante.
    Por ejemplo una cosa puede ser definida simultáneamente como eterna (según el DRAE que no tiene ni principio ni fin) y definitiva (según el DRAE que decide, resuelve o concluye y todo por no poder admitir cuando se está errado, ni siquiera cuando se está errado por aproximación.
    Esto oscurece la proclamación de la comprensión que se tenga de Jesús y de su mensaje y a menudo es simplemente el resultado de la especulación personal sin mucho más fundamento que el criterio propio ni siquiera suficientemente documentado.
    Posiblemente no haya otra actitud ideológica religiosa o política más cercana al fundamentalismo (del cual el DRAE dice que sea  cualquier «creencia religiosa basada en la interpretación literal de la Biblia, surgida en Norteamérica en coincidencia con la Primera Guerra Mundial; exigenca intransigente de sometimiento a una doctrina o práctica establecida».
    No hay que olvidar la semejanza al ntegrismo (de lo cual el DRAE dice «que sea la actitud de ciertos sectores religiosos, ideológicos o politicos que defienden la intangibilidad de un sistema, especialmente religioso»), si no es una de ambas cosas, o ambas con todo derecho.
  • Santiago
    La Revelación De Dios se hizo por medio de Jesucristo ya que Dios “últimamente nos habla por medio del Hijo”…es por eso que las promesas de Jesús son eternas y definitivas ya que “los cielos y la tierra pasarán, pero Mis palabras no pasarán” como nos dice Marcos discípulo directo de Pedro hablando en la década de los 40 d.C. (Mc 13,13)
    Por otro lado, Jesus manda a sus discípulos a “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura” (Mc 16,15) y “quien a vosotros oye, a Mi me oye, y a quien vosotros desprecia a Mi me desprecia” (Lc 10, 16)
    La cita de Pablo es: “Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estas tres; pero la mayor es el amor” (1 Cor 13, 13) Es decir las 3 virtudes coexisten pero la fe y la esperanza son necesarias solo cuando vivimos temporalmente en la tierra. En la gloria ya no lo son pues solo existe la VISIÓN del amor, ya no esperaremos nada, sino que “veremos cara a cara”. Esta Revelación del amor, como dice San Juan proviene De Dios y por eso Pedro dice que  “hombres como eran hablaron de parte De Dios”. Por eso no es pura invención humana sino mero instrumento de LA PALABRA divina revelada
    saludos cordiales  Santiago Hernández

  • George R Porta
    Las promesas que son eternas nunca se cumplirán. En cambio, las que son definitivas, sí.
    Los evangelios no trasmiten una religión. Jesús nunca dejó de ser judío y la religión cristiana aún sufre divisiones aunque esté basada en los testimonios de loa aeguidores de Jesús de Nazareth a quien él mismo les reprochó la falta de comprensión y de confianza, respectivamente, con respecto a lo que él representaba y lo que él les enseñaba.
    La religión es un constructo humano y como tal ha de pasar. Pablo (1 Co 13) sugiere por esa razón que la fe pasará. La esperanza ha de pasar porque las promesas no son eternas, sino que deberán cumplirse si son definitivas. En cambio el Amor, Pablo pensaba que no pasará a juzgar por las cartas que se le atribuyen y ese es el consuelo ante la miseria de las religiones.
  • Santiago
    CLARO que “da miedo” cuando entendemos mal la religión, cuando no la estudiamos con seriedad y cuando nos apartamos del Evangelio que recoge la tradición escrita…Tampoco podemos dudar que Jesús incluyó en sus preocupaciones, como cita el autor del artículo de arriba, el problema de la salud, la injusticia del hambre y el conflicto de las relaciones humanas etc. etc….Sin embargo, yo diría, que lo fundamental en el Cristo que conocemos por medio de sus discípulos mas cercanos, es de índole mayor…porque si los desvelos básicos de Jesús de Nazaret se relacionaran solamente con el hambre, la salud y las relaciones sociales,  entonces El no hubiera ido mas lejos que lo que ha pasado con algunos líderes mundiales como Mahatma Gandhi etc. que expresaban poco menos que lo mismo, y probablemente su memoria no hubiera persistido tan actual como es Jesús en pleno siglo XXI..
    PERO cuando repasamos a lo que afirman los testigos de la época de Jesús, vemos que Cristo recalcó e insistió mucho mas en:
    1- El PRIMER mandamiento que es amar a Dios sobre todo lo demás,…. y que el SEGUNDO es semejante al primero, y que consiste en amar al prójimo, y que estos 2 mandamientos son un resumen de TODA la Ley de Dios, que Jesús no vino a destruir, sino a completar y a darle su verdadero sentido. (Mateo 22, 36-40; 5,17)
    2- Que debemos atesorar para el cielo, y no en la tierra, puesto que de nada nos sirve “conquistar todo el mundo si perdemos” la vida…eterna, y por tanto nuestra alma (Lucas 12, 33-34) (Marcos 8,36)
    3- Que el Reino de Cristo, aunque incoado en la tierra, realmente “no es de este mundo” sino que lo trasciende, (Juan 18,36) y que su gracia “salta hasta la vida eterna” (Juan 4,14)
    4- Que el que cree en Jesús, aunque muera, vivirá ya que El mismo es “la Resurrección y la Vida” (Juan 11, 25-27)
    No existe duda alguna que Jesús nos quiso mostrar la misericordia del Padre atendiendo a las cosas “temporales”, pero éstas son efímeras, desaparecen con el tiempo que se nos va de la mano rápidamente, sin retorno…PERO las promesas formales de Jesús son “eternas”, y esa trascendencia prometida es la que precisamente distingue la “religión” transmitida por el Evangelio, oral y escrito, de todas las demás religiones que son predicadas y fundadas en la boca de los “seres humanos”…Existe, pues, una gran diferencia…
    Un saludo cordial    Santiago Hernández
  • carlos
    Pienso que el problema de gran parte de las religiones que sobreviven hasta hoy es que son sólo envases de lo que representaron en su momento.
    Han quedado vacías de lo que les daba vida y son cadáveres sostenidos por templos, ritos y seguidores ciegos que son fanatizados o utilizados para beneficios que nada tiene que ver con lo que perseguía cada religión.
    Falta mirar al hombre como tal, humanizarlo y elevarlo a niveles espirituales como lo hacía Jesús.
  • mª pilar
    ¡Cierto… es terrible y sin sentido alguno!
    ¿Cuando caeremos en la cuenta, que el Dios que proclamamos, no puede estar de acuerdo con tanto enfrentamiento, intransigencia, guerras, pensamientos y acciones justicieras en su nombre?
    ¿En que clase de Dios se cree… los que tanto lo vociferan?
    mª pilar
  • José Ignacio Ardid
    Buenos días,
    Hoy, más que nunca, se necesita una depuración de la finalidad de las religiones. En mi opinión, las religiones nunca pueden ser el final, sino que son medios para. En el caso del cristianismo, también se ha olvidado este proyecto de Jesús, incluso poniendo por medio la importancia de la Iglesia y subyugando a ésta la misión de Jesús de Nazaret.
    Creo que, a menudo, cuando uno acude a reuniones con párrocos y en estos medios, sigue oyendo el mismo mensaje de permanencia de la Iglesia como institución, sin profundizar en la importancia de las preocupaciones de Jesús.
    Dietrich Bonhoeffer pensaba que la Iglesia debía de ser para los demás o no era para nada, ni nadie. Algo así se podría decir de las religiones, éstas deberían entender que la salvación es otra manera de hablar de humanización. En sentido contrario, lo que se persigue es la ideologización y el fundamentalismo: dos aspectos que tenemos en nuestras religiones de manera constante.
    Saludos,
  • Antonio Rejas
    Estoy convencido de que Jesús tenía esas tres preocupaciones apuntadas en el artículo. Es posible que tiuviera alguna más, pero de los Evangelios se deduce con claridad las tres indicadas. Son preocupaciones sobre realidades de la época de Jesús y también de la nuestra actual. Hagamos desaparecer los problemas de salud, al menos los causados por los mismos seres humanos, las hambrunas existentes y mejoremos las relaciones internacionales e interpersonales, cualquiera que sea la procedencia de las personas y su estatus social, y habremos conseguido un elevado grado de felicidad para esta sufriente humanidad.

domingo, 12 de marzo de 2017

XENOFOBIA O XENOFILIA



Xenofobia o xenofilia: desafío a los cristianos


“¡Del arpa hebrea
haré vibrar la nota,
con que anunció a Judea
de un Dios de paz la redentora idea!
Enlazados los hombres como hermanos,
romperán las cadenas
que con inicuas manos
ataron a los siervos los tiranos”.
–Lola Rodríguez de Tió, El arpa hebrea (1882)
Un inmigrante arameo
La primera confesión de fe de la Biblia comienza con una historia de peregrinación y migración: “Mi padre fue un arameo errante y descendió a Egipto y residió allí…” (Deuteronomio 26:5). Podríamos preguntarnos: ¿Ese “arameo errante” y sus hijos tenían los “documentos legales” requeridos para residir en Egipto”? ¿Eran acaso “inmigrantes ilegales”? ¿Hablaban de forma fluida y correcta el idioma egipcio?
Al menos sabemos que él y sus hijos fueron extranjeros en el seno de un poderoso imperio y que fueron explotados y marginados. Ese es el destino de muchos inmigrantes. Dados sus escasos recursos, se les obliga a ejercer los trabajos domésticos menos prestigiosos y más extenuantes. Pero, al mismo tiempo, despiertan la típica paranoia esquizofrénica de los imperios, poderosos pero temerosos hacia el extranjero, hacia el “otro”, especialmente si ese “otro” vive dentro sus fronteras y llega a ser numeroso. Hace más de medio siglo, Franz Fanon describió de forma brillante la peculiar mirada de la población blanca francesa ante la creciente presencia de negros africanos y caribeños en su entorno nacional: desprecio y miedo se entrelazaban en esa visión.1
El relato bíblico continua: “Los egipcios nos maltrataron y nos afligieron y pusieron sobre nosotros dura servidumbre. Entonces clamamos al Señor, el Dios de nuestros padres, y el Señor oyó nuestra voz y vio nuestra aflicción, nuestro trabajo y nuestra opresión”. (Deuteronomio 26:6-7). Tan importante fue esta historia de migración, esclavitud y liberación para el pueblo de Israel que se convirtió en el centro de una celebración litúrgica anual de recuerdo y gratitud. La ya citada afirmación de fe se recitaba solemnemente cada año en una liturgia de acción de gracias.
Se recuperaba así la memoria herida de las aflicciones y de las humillaciones sufridas por un pueblo inmigrante, extranjero en medio de un imperio; el recuerdo de su duro y arduo trabajo, del rechazo y del desprecio tan frecuentes para los extraños y forasteros que poseen una pigmentación de la piel, una lengua, religión o cultura diferentes. Pero era también la memoria de los actos de liberación, en los que Dios escuchó el sufrido y doloroso clamor de los inmigrantes. Y el recuerdo de otro tipo de migración, en búsqueda de una tierra donde pudiesen vivir en libertad, paz y justicia.
Xenofilia: hacia una teología bíblica de la migración
Migración y xenofobia son dilemas sociales globales muy serios. Pero también expresan urgentes retos para la sensibilidad ética de las personas religiosas y de buena voluntad. El primer paso que debemos dar es percibir este asunto desde la perspectiva de los migrantes a fin de prestar una cordial atención (esto es, desde lo profundo de nuestro corazón) a sus historias de sufrimiento, esperanza, coraje, resistencia y, como frecuentemente sucede en el sudoeste estadounidense o en las profundidades del Mediterráneo, muerte. Muchos de los emigrantes ilegales terminan siendo unos nadies, en el apropiado título del libro de John Bowe, gente desechable, en la atinada frase de Kevin Bales, o como Zygmunt Bauman patéticamente nos recuerda, vidas desperdiciadas.2
Su terrible situación no puede comprenderse sin considerar el aumento significativo de las desigualdades globales en estos momentos de desregularización internacional de la hegemonía financiera. Para muchos seres humanos la terrible alternativa se encuentra entre la miseria en su tierra tercermundista y la marginalidad en el rico Oeste/Norte, ambos funestos destinos íntimamente ligados.3
La situación se ha agravado agudamente con el éxodo de decenas de miles de niños y niñas que al intentar escapar de la miseria y la violencia imperantes en El Salvador, Honduras, Guatemala y México, se exponen a las inclemencias de las pandillas traficantes de seres humanos, los infames “coyotes”, para al final de ese arduo y peligroso peregrinaje enfrentar la detención, el escarnio y la deportación en la frontera sureña de los Estados Unidos. Su desesperada situación se ha convertido en una crisis humanitaria de dimensiones épicas.
Comenzamos este ensayo con la memoria litúrgica de un tiempo en el que el pueblo de Israel era extranjero en medio de un poderoso imperio, una comunidad socialmente explotada y culturalmente despreciada. Esa memoria formó parte de la sensibilidad de la nación hebrea. Su vulnerabilidad histórica fue un recordatorio de su impotencia pasada como inmigrantes en Egipto, pero también conllevó el reto ético de preocuparse por los extranjeros en Israel.
La preocupación por los extranjeros llegó a ser un elemento clave de la Torah, el pacto de justicia y rectitud entre Yahvé e Israel. “Cuando un extranjero resida con vosotros en vuestra tierra, no lo maltrataréis. El extranjero que resida con vosotros os será como un nacido entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto; yo soy el Señor vuestro Dios”. (Levítico 19:33s); “No oprimirás al extranjero, porque vosotros conocéis los sentimientos del extranjero, ya que vosotros también fuisteis extranjeros en la tierra de Egipto”. (Éxodo 23:9); “No oprimirás al jornalero pobre y necesitado, ya sea uno de tus conciudadanos o uno de los extranjeros que habita en tu tierra y en tus ciudades… No pervertirás la justicia debida al forastero… sino que recordarás que fuiste esclavo en Egipto y que el Señor tu Dios te rescató…” (Deuteronomio 24:14,17-18).
Los profetas reprenden constantemente a las élites de Israel y Judá por su injusticia social y su opresión de la población vulnerable. ¿Quiénes eran estas personas vulnerables? Los pobres, las viudas, los huérfanos y los extranjeros. “… los príncipes de Israel… han estado aquí para derramar sangre… trataron con violencia al extranjero y en ti oprimieron al huérfano y a la viuda” (Ezequiel 22:6s). Después de condenar la apatía religiosa del templo en Jerusalén, el profeta Jeremías presenta la siguiente alternativa: “Si en verdad hacéis justicia… y no oprimís al extranjero, al huérfano y a la viuda…” (Jeremías 7:6). Luego critica con duras palabras admonitorias al rey de Judá: “Practicad el derecho y la justicia, y librad al despojado de manos de su opresor. Tampoco maltratéis ni hagáis violencia al extranjero, al huérfano o a la viuda… Pero si no obedecéis estas palabras, juro por mí mismo –dice el Señor- que esta casa vendrá a ser una desolación” (Jeremías 22:3,5).
La orden divina de amar a los forasteros emerge de dos fundamentos. Uno, ya mencionado, es que los israelitas han sido extranjeros en una tierra que no era la suya (“porque vosotros fuisteis extranjeros en la tierra de Egipto”) y debían, por tanto, ser muy sensibles a la amarga angustia existencial de las comunidades que viven en una nación cuyos habitantes hablan una lengua diferente, veneran deidades diferentes, comparten distintas tradiciones y conmemoran diferentes eventos históricos fundacionales. La solidaridad con el extranjero y el forastero constituye, en estos textos bíblicos, una dimensión esencial de la identidad nacional de Israel. Pertenece a la naturaleza misma del pueblo de Dios.
Una segunda fuente de preocupación hacia los forasteros inmigrantes tiene que ver con la forma de ser y actuar de Dios en la historia: “El señor protege a los extranjeros” (Salmo 146:9), “Él hace justicia al huérfano y a la viuda, y muestra su amor al extranjero…” (Deuteronomio 10:18). Dios interviene en la historia favoreciendo a los más vulnerables: los pobres, las viudas, los huérfanos y los extranjeros. “Seré un testigo veloz contra… los que oprimen al jornalero en su salario, a la viuda y al huérfano, contra los que niegan el derecho del extranjero y los que no me temen, dice el Señor de los ejércitos” (Malaquías 3:5). La solidaridad con los marginados y excluidos corresponde directamente con el ser y la actuación de Dios en la historia.
Podríamos detenernos justo aquí con estos bonitos textos de xenofilia, de amor hacia el extranjero. Pero sucede que la Biblia es un libro desconcertante. Contiene una multitud de voces inquietantes, una perpleja polifonía que frecuentemente complica nuestras hermenéuticas teológicas. Al prestar atención a muchos de los dilemas éticos claves, nos encontramos a menudo en la Biblia con perspectivas conflictivas y contradictorias. Frecuentemente saltamos de nuestros laberintos contemporáneos a uno escritural siniestro y oscuro.
En la Biblia hebrea hallamos afirmaciones con marcado y desagradable sabor de xenofobia nacionalista. Levítico 25 es normalmente leído como el texto clásico de la liberación de los israelitas que han caído en la esclavitud de las deudas. Muy elocuentemente manifiesta el famoso versículo 10: “Proclamaréis libertad por toda la tierra para sus habitantes”. Pero también contiene una distinción nefasta: “En cuanto a los esclavos y esclavas que puedes tener de las naciones paganas que os rodean, de ellos podréis adquirir esclavos y esclavas. También podréis adquirirlos de los hijos de los extranjeros que residen con vosotros, y de sus familias… ellos también pueden ser posesión vuestra… Os podréis servir de ellos como esclavos…” (Levítico 25: 44-46).
Y ¿qué decir sobre el terrible destino impuesto a las esposas extranjeras (y sus hijos) en los epílogos de Esdras y Nehemías (Esdras 9-10, Nehemías 12:23-31)? Ellas fueron expulsadas, exiliadas, como una fuente de impureza y de contaminación de la fe y la cultura del pueblo de Dios.4 El rechazo de las esposas extranjeras en los textos bíblicos de Esdras y Nehemías no parece muy diferente de la xenofobia contemporánea: aquellas esposas extranjeras tenían un legado lingüístico, cultural y religioso diferente – “De sus hijos… la mitad no podía hablar la lengua de Judá, sino la lengua de su propio pueblo. Y contendí con ellos y los maldije, herí a algunos de ellos y les arranqué el cabello” (Nehemías 13:24-25). Tampoco debemos olvidar las atroces normas sobre la guerra que prescriben para la esclavitud forzada o aniquilación de los pueblos a los que Israel encontrara en su camino hacia “la tierra prometida” (Deuteronomio 20:10-17). Estos son, de acuerdo con la correcta expresión de Phyllis Trible, “textos de terror”.5
Este es un constante e irritante modus operandi de la Biblia. Vamos a ella en búsqueda de soluciones simples y claras para nuestros enigmas éticos, sin embargo, termina exacerbando nuestra perplejidad. ¿Quién dice que la Palabra de Dios supuestamente nos facilita las cosas? ¿No hemos olvidado, sin embargo, algo crucial: Jesucristo? ¿Cuál es la postura de Cristo hacia los extranjeros?
Podemos encontrar algunas pistas de la perspectiva de Jesús en relación con los menospreciados o los extranjeros en su actitud hacia los samaritanos y en su dramática y sorprendente parábola escatológica sobre el verdadero discipulado y la verdadera fidelidad (Mateo 25:31-46). Los judíos ortodoxos menospreciaban a los samaritanos como posibles fuentes de contaminación e impureza. Pero Jesús no se inhibió en absoluto de conversar amigablemente con una mujer samaritana de dudosa reputación, derrumbando la barrera de exclusión entre judíos y samaritanos (Juan 4:7-30). De los diez leprosos que una vez sanó Jesús, solo uno volvió para expresar su gratitud y reverencia, y la narración del evangelio enfatiza que “era un samaritano” (Lucas 17:11-19). Finalmente, en la famosa parábola que ilustra el importante mandamiento de “ama a tu prójimo como a ti mismo” (Lucas 10:29-37), Jesús contrasta la justicia y la solidaridad de un samaritano con la negligencia y la indiferencia de un sacerdote y un levita. La acción de un samaritano tradicionalmente menospreciado se exalta como paradigma de amor y solidaridad a ser emulada.
En la extraordinaria parábola del juicio de las naciones, del evangelio de Mateo (25. 31-46), ¿quiénes son, según Jesús, los bendecidos por Dios y herederos del reino de Dios? Aquellos que a través de sus actos se preocupan por el hambriento, el sediento, el desnudo, el enfermo y los presos, que amparan con marcada solidaridad a los seres humanos más marginados y vulnerables. También aquellos que acogen a los extranjeros y les ofrecen hospitalidad; que son capaces de superar exclusiones nacionalistas, el racismo y la xenofobia y se atreven a abrazar y cobijar al extraño, las personas en nuestro entorno con una piel, una lengua, una cultura y unos orígenes nacionales diferentes. Ellos forman parte de la indefensión de los indefensos, de la pobreza de los pobres, en palabras del famoso Franz Fanon, “los despreciados de la tierra”, o en el poético lenguaje de Jesús, “los más pequeños”.
¿Por qué? Y aquí nos encontramos con una afirmación estremecedora: porque ellos, esos marginados y excluidos, en su impotencia y vulnerabilidad, constituyen la presencia sacramental de Cristo. “Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me recibisteis; estaba desnudo y me vestisteis…” (Mateo 25:35). La vulnerabilidad de los seres humanos llega a ser, de una forma misteriosa, la presencia sacramental de Cristo en nuestro entorno. Esta presencia sacramental de Cristo llega a ser, para las primeras generaciones de las comunidades cristianas, la matriz del concepto básico de hospitalidad, philoxenia, hacia las personas necesitadas que no tienen un lugar donde descansar, una virtud en la que insiste el apóstol Pablo (Romanos 12:13).
El autor de la carta a los Efesios proclama a las pequeñas y frágiles comunidades cristianas religiosamente despreciadas y socialmente marginadas: “Ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino que sois conciudadanos…” (Efesios 2:19). Es posible que el autor de esta misiva tuviera en mente la peculiar visión del Israel postexílico desarrollada por el profeta Ezequiel. Ezequiel recalca dos diferencias entre el antiguo Israel y el postexílico: la erradicación de la injusticia social y la opresión (“Así mis príncipes no oprimirán más a mi pueblo” Ezequiel 45:8) y la eliminación de la distinción legal entre ciudadanos y extranjeros: “La sortearéis (la tierra) como heredad entre vosotros y los forasteros en medio de vosotros y que hayan engendrado hijos entre vosotros. Y serán para vosotros como nativos entre los hijos de Israel; se les sorteará herencia con vosotros entre las tribus de Israel. En la tribu en la cual el forastero resida, allí le daréis su herencia, declara el Señor Dios” (Ezequiel 47: 21-23).
Una perspectiva teológica ecuménica, internacional e intercultural
Se requiere contrarrestar la xenofobia que contamina el discurso público en muchas naciones, repudiando enérgicamente la exclusión del extranjero, del forastero, del “otro”6, y por el contrario, proponiendo y encarnando una postura existencial y eclesiástica que denominamos xenofilia, un concepto que incluye hospitalidad, amor y preocupación por el extranjero. En momentos de crecimiento de la globalización económica y política, cuando en megalópolis como Nueva York, Londres, París, Madrid o Ciudad de México convergen muchas y diferentes culturas, lenguas, memorias y legados, xenofilia debe ser nuestro deber y vocación, como una afirmación de fe no solo de nuestra humanidad común, sino también de la prioridad ética ante los ojos de Dios de aquellos que son seres vulnerables y que viven en las sombras y en los márgenes de nuestras sociedades.
Hay una tendencia entre muchos expertos y líderes públicos a entrelazar su discurso sobre los inmigrantes tratándoles principal o incluso exclusivamente como trabajadores, cuya labor podría contribuir o no al bienestar de los ciudadanos nacionales. Esta clase de discurso público tiende a objetivar y a deshumanizar a los inmigrantes. Esos inmigrantes son seres humanos, concebidos y diseñados, de acuerdo con la tradición cristiana, a la imagen de Dios. Merecen ser plenamente reconocidos como tales, tanto en la letra de la ley como en el espíritu de la praxis social. Cualquiera que sea la importancia de los factores económicos de la nación receptora, desde una perspectiva teológica ética lo crucial debe ser el bienestar existencial de los “más pequeños”, de los miembros más vulnerables y marginados de la humanidad de Dios, entre los cuales se encuentran aquellos que emigran fuera de su tierra natal, constantemente escrutados por la degradante mirada de muchos ciudadanos nativos.
Una preocupación que alimenta el recelo hacia los residentes extranjeros son las posibles consecuencias para la identidad nacional, entendida como una esencia ya fijada. Este es un recelo que se ha extendido por todo el mundo occidental, propagando actitudes hostiles hacia las ya marginadas y privadas de derechos comunidades de exiliados y extranjeros, percibidas como fuentes de “contaminación cultural”. Lo que se olvida con esto es, primero, que las identidades nacionales son construcciones diacrónicamente constituidas mediante intercambios con personas de herencias y tradiciones culturales diferentes y, segundo, que la alteridad cultural, el intercambio social con el “otro”, puede y debe ser una fuente de transformación y enriquecimiento de nuestra propia cultura nacional.
La intensidad de las desigualdades sociales ha hecho de la fuerza migratoria de trabajo una cuestión crucial. Esta es una situación que requiere un riguroso análisis desde: 1) un horizonte ecuménico universal; 2) un profundo entendimiento de las tensiones y malentendidos que surgen de la proximidad de las personas con tradiciones y memorias culturales diferentes; 3) una perspectiva ética que privilegie el apuro y las aflicciones de los más vulnerables como voces sumergidas y silenciadas de extranjeros que necesitan ser descubiertos; y 4) para las comunidades e iglesias cristianas, una sólida base teológica ecuménicamente concebida y diseñada.
Concluyo con unos versos de la canción del cantautor español Pedro Guerra, Extranjeros, que alude a las angustias y esperanzas de millones de seres humanos que migran en búsqueda de un futuro de mayor significado existencial:
“Están por ahí, llegaron de allá
sacados de luz, ahogados en dos
vinieron aquí, salvando la sal
rezándole al mar, perdidos de Dios
Gente que mueve su casa
sin más que su cuerpo y su nombre
Gente que mueve su alma
sin más que un lugar que lo esconde
Por ser como el aire su patria es el viento
Por ser de la arena su patria es el sol
Por ser extranjero su patria es el mundo
Por ser como todos su patria es tu amor”.
compartir
  1. Franz Fanon, Peau Noir, Masques Blancs (Paris: Éditions du Seuil, 1952). [↩]
  2. John Bowe, Nobodies: Modern American Slave Labor and the Dark Side of the New Global Economy (New York: Random House, 2007); Kevin Bales, Disposable People: New Slavery in the Global Economy (Berkeley, CA: University of California Press, 2004); Zygmunt Bauman,Wasted Lives: Modernity and Its Outcasts (Cambridge: Polity, 2004). [↩]
  3. Peter Stalker, Workers Without Frontiers: The Impact of Globalization on International Migration (Geneva: International Labor Organization, 2000). [↩]
  4. Para un cuidadoso análisis de la teología xenófoba y misógina que se esconde en Esdras y Nehemías, ver Elisabeth Cook Steicke, La mujer como extranjera en Israel: Estudio exegético de Esdras 9-10 (San José, Costa Rica: Editorial SEBILA, 2011). [↩]
  5. Phyllis Trible, Texts of Terror: Literary-Feminist Readings of Biblical Narratives (Philadelphia: Fortress Press, 1984). [↩]
  6. Miroslav Volf, Exclusion and Embrace: A Theological Exploration of Identity, Otherness, and Reconciliation (Nashville: Abingdon Press, 1996). [↩]

sábado, 25 de febrero de 2017

TEOLOGIA DE LA DESIGUALDAD

Teología de la desigualdad

CastilloUna teología de la desigualdad, nunca definida pero claramente aplicada, se encuentra bien formulada en el vigente Código de Derecho Canónico de la Iglesia católica. En el Código, como sabemos, las mujeres no son iguales en derechos a los hombres. Ni los laicos son iguales a los clérigos. Ni los presbíteros tienen los mismos derechos que los obispos. Ni los obispos se igualan con los cardenales. Y conste que no hablo de los poderes inherentes al gobernante, sino de los derechos que son propios de las personas. Ya sé que todo esto necesitaría una serie de precisiones jurídicas y teológicas, que aquí no tengo espacio para explicar. Para lo que en esta reflexión quiero indicar, valga lo dicho como mera introducción a la teología de la desigualdad en la Iglesia.
Como punto de partida, no olvidemos que la religión es generalmente aceptada como un sistema de rangos, que implican dependencia, sumisión y subordinación a superiores invisibles (W, Burkert). Superiores que se hacen visibles en jerarquías que hacen cumplir los rituales de sumisión, según las diversas religiones y sus estructuras correspondientes. En el caso de la Iglesia, durante los tres primeros siglos, las originales comunidades evangélicas fueron derivando hacia un “sistema de dominación”, con las consiguientes desigualdades, que todo sistema de dominación produce, y que quedó establecido en la Antigüedad Tardía (J. Fernández Ubiña, ed.). Este sistema, como es bien sabido, alcanzó la cumbre de su fortaleza en su expresión máxima, la “potestad plena” (ss. XI al XIII). Un poder que se ejercía conforme a la normativa del Derecho romano (Peter G. Stein), que no reconoció la igualdad “en dignidad y derechos” de mujeres, esclavos y extranjeros.
Como es lógico, este sistema, no ya basado en las “diferencias”, sino en las “desigualdades”, sufrió el golpe más duro, que podía soportar, en las ideas y las leyes que produjo la Ilustración, concretamente en la Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano, que aprobó la Asamblea Francesa, en 1789. Un documento que fue denunciado y rechazado por el papa Pío VI. Lo que fue el punto de partida del duro enfrentamiento entre la Iglesia y la cultura de la Modernidad. Un enfrentamiento que se prolongó durante más de siglo y medio, hasta después de la segunda guerra mundial.
Naturalmente, esta legislación y esta forma de entender la presencia de la Iglesia en la sociedad se tenía que justificar desde una determinada teología. La teología de la desigualdad, que el papa León XIII recogió de una tradición de siglos, para rechazar las enseñanzas de los socialistas, que, a juicio de aquel papa “no dejan de enseñar… que todos los hombres son entre sí iguales por naturaleza” (Enc. Quod Apostolici. ASS XI, 1878, 372). Cuando en realidad, para León XIII, “La desigualdad, en derechos y poderes, dimana del mismo Autor de la naturaleza”. Y tiene que ser así, “para que la razón de ser de la obediencia resulte fácil, firme y lo más noble” (ASS XI, 372).
Así, el papado de aquellos tiempos pretendió aplicar a la sociedad civil el principio determinante del sistema eclesiástico, que quedó formulado por el papa Pío X, en 1906: “En la sola jerarquía residen el derecho y la autoridad necesaria para promover y dirigir a todos los miembros hacia el fin de la sociedad. En cuanto a la multitud, no tiene otro derecho que el de dejarse conducir y, dócilmente, el de seguir a sus pastores” (Enc. Vehementer Nos, II-II. ASS 39 (1906) 8-9). La teología de la desigualdad quedó bien formulada, como una teoría y una práctica que, con otras palabras, ya había sido formulada desde Gregorio VII (s. XI) y afianzada por Inocencio III (ss. XII-XIII).
Uno de los componentes determinantes de la cultura es la religión. Por eso, una cultura como es el caso de lo que ha ocurrido en Occidente durante tantos siglos, la teología de la desigualdad ha marcado la mentalidad, el Derecho, la política, las costumbres y las convicciones, de la cultura occidental, mucho más de lo que seguramente imaginamos.
El contraste con esta teología está en el Evangelio. Jesús quiso, a toda costa, la igualdad en dignidad y derechos de todos los seres humanos. Por eso se puso de parte de los más débiles, de los más despreciados, de los más desamparados. Esto supuesto, yo me pregunto por qué hay tanta gente de la religión – o muy religiosa – que no disimula su rechazo y hasta su enfrentamiento con el papa Francisco. Más aún, yo me pregunto también si el profundo malestar, y hasta la indignación, que se está viviendo ahora mismo en España, no tendrá algo (o mucho) que ver con la teología de la desigualdad y sus defensores, los clérigos de alto rango. Es más, yo me atrevo a preguntar si España está preparada, en este momento, para aguantar un cambio tan radical, en nuestras leyes, jueces y fiscales, que no fueran los “robagallinas”, sino los más altos dirigentes de la política y de la economía los que se echaran a temblar.
¿Es o no es importante la teología de la desigualdad? En todo caso, yo no tengo soluciones. Ni esa es mi tarea en la vida. Me limito a plantear preguntas, que nos obliguen a todos a pensar.

sábado, 14 de enero de 2017

MR. TRUMP GOES TO WSHINGTON

PUERTORRO BLUES

Por Edgardo Rodríguez Juliá
💬0

Mr. Trump goes to Washington

En “Mr. Smith goes to Washington”, película estrenada en 1939, el director Frank Capra crea un personaje que pretende irrumpir en la complacencia e intrigas políticas de Washington. Mr. Smith resulta el anti Trump, es decir, es humilde e irresoluto, algo tímido y con corazón puro; la interpretación que logró Jimmy Stewart del personaje está matizada por esa mitología muy norteamericana, antes expuesta en “Mr. Deeds goes to town”, del alma noble de un “outsider”, un “maverick” que pretende enderezar los cínicos entuertos de la gran ciudad, en un caso, y del supremo centro del poder político en el otro. Mientras Donald Trump se inserta en la mitología yanqui con toda su vulgaridad y fanfarronería, Smith-Stewart nos seduce con su inocencia. El punto culminante de la película, su filibusterismo en el Congreso, resulta cómico y a la vez trágico. Trump es la perversión de ese mito norteamericano; la substancia de su triunfo es un fenómeno más cultural que político.
Tuve la certeza de que ganaría y me revolvía el estómago la posibilidad de que ganase. Era como contemplar la posibilidad de un 911 de la condición ética y espiritual del pueblo norteamericano, esta vez una desgracia autoinfligida, y con poca simpatía del mundo. 
Que esta nueva manifestación del etnocentrismo paranoide norteamericano, a la manera del senador Joseph McCarthy, se haya convertido en presidente de la nación más poderosa del mundo, aterra, también a muchos que votaron por él. Sabemos, por estudios serios, que el público elector norteamericano es uno de los más ignorantes del mundo, tanto en política interna como exterior. Sólo son superados por los italianos, que ya tuvieron la pesadilla de su Berlusconi. Otro candidato a la presidencia, Gary Johnson, los retrató: “Aleppo?... What’s Aleppo?”. 
Trump siguió la máxima de Goebbels de que una mentira repetida muchas veces se convierte en verdad. Su desparpajo y descaro jamás se había visto en la política reciente norteamericana: “I know about ISIS more than the generals, believe me.” Uno se pregunta qué será del proyecto guerrerista insinuado por esa aseveración, aventurerismo que hoy por hoy no admitiría la posibilidad de un servicio militar obligatorio. ¿A qué precio se mantendrá el Imperio, ese “respeto” internacional que tanto reclama Trump como perdido? Hay algo perturbador en un hombre que dirigirá un Imperio y su propia mujer considera un “boy”, un muchacho travieso que “tuitea” a todas horas. Nos tranquiliza que estén ahí los generales que saben menos que él. Asombra que se burle ante sus seguidores de su propia demagogia, ahora pasadas las elecciones: “Lock her up! We had great fun with that, great fun!” Asusta la impunidad. 
Más que la garantía de estabilidad en el mundo, Calígula-Trump quisiera garantizar, para el blanco norteamericano, la recuperación de su país. Cuando proclamaba “We will have back the White House”, insinuaba lo que siempre manifestó desde el comienzo del mandato de Obama, es decir, su ilegitimidad como usurpador de un poderío que se identifica con el blanco, rubio y de ojos azules, combinación esta que fascinó a la mismísima Sarah Palin cuando le dio su respaldo. Obama, un hombre elocuente, brillante y discreto, íntegro, aunque con una tendencia a la arrogancia ?como en el caso de Oscar López?, era el intruso, el Presidente fraudulento, nacido supuestamente en Kenia. Todo el legado de Obama ?antes que nada, el Obamacare? será su blanco al llegar a Casa Blanca. Como los buenos revisionistas de la antigua Unión Soviética, se trata de borrar a Obama de la historia estadounidense, si posible dejar un hueco en el sitial del presidente cuarenta y cuatro.
La coalición de negros, latinos, mujeres educadas, jóvenes y gays no bastó para detenerlo. Una clase obrera blanca, descuidada por el Partido Demócrata, salió a votar por él en cruzada. Un deseo de cambio doméstico se da de bruces contra una posible estabilidad internacional. La diferencia entre la política Imperial y la doméstica no existe para el etnocentrismo yanqui, con su siempre latente tendencia al aislacionismo.
En el antiguo Imperio Romano nacer en provincia no descalificaba al ciudadano para llegar a ser Emperador. Adriano y Trajano nacieron en Hispania, flaca esperanza ésta para algunos penepés de Guaynabo. Haber nacido en Hawái, de padre negro y madre blanca, convertía a Obama no solo en “outsider” sino en alguien doblemente dañado: para el fundamentalismo cristiano sería fruto de un pecado original ?la mezcla de razas? que la esclavitud jamás perdonó; esta es la otra obsesión de la derecha de Trump, con su fuerte resentimiento racista. Ese resentimiento cultivado por el Partido Republicano, durante ocho años, dio sus resultados. Trump simplemente recogió la cosecha. El Presidente Trump no es siquiera una buena persona; eso lo sabemos. Pero ¿cuándo la más elemental decencia ha podido más que el nacionalismo y el racismo? Mucho se ha hablado de ese voto que sirvió para capturar el voto de la clase media obrera norteamericana, tan golpeada por la globalización, la última variedad de un capitalismo que siempre ha marginado y dejado atrás a muchos. Pero más que una argumentación sobre la economía, esta elección fue un referéndum sobre la cultura, la identidad, cada vez más problemática, de la nación estadounidense. Dos cuatrienios ganados por un negro, la continuidad de esos dos por una mujer presidente, de gran inteligencia y experiencia política, resultó demasiado para un país conservador y todavía racista. Lección esta para Jenniffer González y Ricky Rosselló ?un adepto de Trump tildó a los puertorriqueños de “invaders”?, y que aprenderán tan pronto ejecuten el Plan Tennessee y Trump construya su muro, porque la estadidad solo tendrá tufo y ambiente malsano en esta recién comenzada nueva era de la supremacía blanca yanqui.

sábado, 10 de diciembre de 2016

PUERTORRO BLUES - FIDEL



Edgardo Rodríguez Juliá

PUERTORRO BLUES

Por Edgardo Rodríguez Juliá

💬3

Fidel

En enero de 1959 —cuando yo había cumplido doce años, a pocos meses de descubrir el deseo y con la tumultuosa Serie del Caribe de 1958 aún sonándome en los oídos— Fidel Castro llegó al poder, se disfrazó de pelotero y formó parte de un “team” que llamó “Los barbudos”. Era joven —treinta y dos años, próximo a cumplir la edad del salvador—, carismático, con un don espontáneo por el gesto populista y en sintonía con la gran época del béisbol profesional cubano. 
Nos llegaron —ya cumplidos mis sesenta— las imágenes perturbadoras de un Fidel convaleciente, ancianísimo, la barba rala y el labio superior que insinuaba lo mismo una defectuosa caja de dientes que un pequeño derrame cerebral reciente, esa pinta de viejo loco y greñudo —King Lear— a quien vistieron con la sudadera Adidas de un fantasmal equipo. (El viejito se quejaba de frío en la habitación del hospital.) Lucía de rostro cenizo, demacrado, los ojos excesivamente pequeños, algo sorprendido. Para colmo, su enfermedad era de las necesidades inferiores, esos “divertículos” del tripero grueso. Parafraseo a Juan Ramón Jiménez, otro viejito cascarrabias: “Poder poder —lo dijo Yeats— en el sitio del excremento, asco de nuestro ser, nuestro principio y nuestro fin.”
Como vemos, debo tenerle a Fidel si no algo de simpatía al menos una adhesión sentimental. He calcado el arco de su vida. Llegó al poder en el último año presidencial de Eisenhower, justo cuando el erotómano de Bill Clinton probaba, en su casi adolescencia, el vicio solitario. Sobrevivió más presidentes gringos que ningún otro dictador latinoamericano del Siglo XX. Aunque casi inmortal, Fidel tenía, también, esa cubana ambición de eternidad. 
Y para colmo le tocó —ya en edad de caerse, como le pasó hace quince años— tropezar con Chávez. Decía Marx que la Historia primero ocurre como tragedia y luego como farsa. Lo que jamás se le ocurrió fue que un mismo personaje histórico pudiera ser trágico y a la vez imitado, en su propia cara, como farsa. Eso le tocó a Fidel con el Comandante Chávez, que no lo dejó quieto y tranquilo, como se hubiese merecido un viejo dictador en su lecho de enfermo. Allá le cayó Don Bolívar a la habitación del hospital. Fidel lucía casi suplicante. Justo castigo por su perversidad. Recordemos cómo en la Guerra de las Malvinas, y en lo peor de la guerra sucia librada por los milicos argentinos contra la izquierda, ¡Fidel quiso retratarse con el General Galtieri!
Fidel siempre tuvo esa sobriedad del poderoso aislado por el oficio de la suspicacia, una figura algo solitaria, hasta misteriosa, ya eliminados, por su voluntad de poder, la fatalidad o la razón de estado, Hubert Matos, Camilo Cienfuegos y el Che Guevara. El carisma se ejerce mejor como monopolio. Fidel siempre fue ese desclasado con algo de resentimiento social y mucho de celo mesiánico, gran valentía personal, soltería de estado, la diferencia entre el gregario militar de cuartel a la Chávez y un sesudo comentarista de Maquiavelo. Siempre existió en Fidel una gravedad que Chávez jamás tuvo. Éste fue el guasón caribeño sentado sobre la riqueza del petróleo venezolano. Ahí empieza y termina su protagonismo hemisférico. Fidel fue el protagonista, el aventurero, a nivel internacional, asentado sobre el nacionalismo cubano y la coyuntura de la Guerra Fría.
Las instituciones son el caudillo, éste encarna las instituciones. En esto, trátese de Daniel Ortega o Fidel, nada ha cambiado en estos países. El poder como locura es todavía el estilo caribeño y latinoamericano por excelencia. El hombre fuerte, el caballo, el caudillo carismático y espectacular, nada “mongo”, sigue siendo la norma testicular de nuestros países, tan alejados de una democracia verdadera y tan cercanos, aún, a una rústica voluntad de poder con las botas enfangadas.
Conocí a Fidel en enero del 2000, en ocasión del Premio de literatura Casa Las Américas. Aquella noche, en que el jurado del Premio cenó con el Comandante, lo reconocí como lo que siempre mi madre temió para mi padre: Fidel se había convertido en un viejo “chacharero”. Corría la crisis del niño Elián y Fidel estaba en lo suyo, hablador al modo cubano de La Ceiba, con la verborrea siempre a flor de labios. Ya me advirtieron los amigos cubanos —con algo de vergüenza ajena— que Fidel había vuelto a las peroratas de su juventud. Era un viejo dicharachero con un temario algo desorganizado e impredecible —desde el béisbol de siempre hasta los jóvenes poetas cubanos—, que olvidaba datos, cifras, y tenía largos compases de espera en que la mesa quedaba como suspendida, en una mezcla de terror cortesano y respeto paterno filial. Noté ese algo provinciano y pueblerino de Fidel, quien fue un fenómeno de la cubanía más insular a la vez que una figura internacional. 
Fui el principal interlocutor de Fidel aquella noche, y solo por petición de un viejo comunista venezolano, Domingo Miliani. Fidel me despachó diciéndome, ya para despedirnos, que no había aprendido nada de nuestra conversación. Mi mujer le ripostó que eso era comprensible dada su mala costumbre de no dejar hablar a la gente, ¿retrato de familia con Fidel?…
Lo mismo que a Muñoz Marín, conocí a Fidel viejo y casi afásico. No me tocaron los discursos brillantes —en el caso de Fidel lo oía cuando jovencito por radio de onda corta—, sino los balbuceos y los lapsos mentales. A ambos los conocí en la cruel decrepitud, ya derrotados por el tiempo, algo fracasados en el noble intento por rescatar a sus respectivos países de la pobreza, las desigualdades sociales y la perenne humillación colonial. Fidel no pudo acabar con la caña de azúcar. Muñoz Marín sí. Ambos tuvieron grandes logros en la educación y la salud. Fidel se quedó corto en la alimentación durante el llamado “periodo especial”. Aunque sí rescató a Cuba del neocolonialismo, bien que la colocó, por años, bajo el protectorado del imperio soviético, a la vez situándonos al borde de la extinción nuclear en 1962. Esosí, logró para Cuba esa dignidad y ese respeto siempre postergados de frente al Gringo Viejo. Aunque siempre le temblaran las rodillas frente al Americano, Muñoz Marín pretendió borrarse como caudillo y no lo logró. Alcanzó para su pueblo una mejor vida, eso sí. A Fidel, en lo que es otro ejemplo de nuestra malograda cultura política, todavía se le consultaba todo, según Raúl.
Hoy está muerto, ya cumplí los setenta y sus cenizas llegaron al Lares de su patria, Santiago de Cuba, donde empezó todo. Se completa así el arco de una auténtica tragedia antillana que cautivó al mundo.

viernes, 2 de diciembre de 2016

SOBRE LA MUERTE DE FIDEL

Sobre la muerte de Fidel

GEORGE
Me ha enviado George este texto que yo juzgo conveniente que todos los atrieros conozcan. Es la opinión de un cubano que vivió muchos años en el interior y que al salir no se ha identificado con la oposición de Miami. Hace poco nos encontramos personalmente y George pudo contarme con detalle sus vivencias, que coinciden en gran parte con las de otros atrieros cubanos cuyas opiniones deben poder leerse aquí en estos días, cuando en casi todos los medios del mundo ponen su foco en Cuba y en la desaparición física de su mayor líder. AD
“Según una vieja norma ética cristiana, a la hora de juzgar sea mejor juzgar la conducta y defender la proposición del sujeto, la persona” un poco en la línea de los ejercicios de Ignacio (anotación 22). Fidel Castro no tiene por qué ser excepción.
Lo políticamente correcto en esta parte del mundo donde resido (Florida) es condenar sin tregua ambos. Yo no quiero hacerlo, aunque me arriesgo a recibir el fuego graneado de quienes prefieren ser políticamente correctos y quedar bien con Dios y con el Diablo.
Una cosa cierta, de la que parte mi análisis es que realmente no dispongo de evidencia concreta de lo bueno o lo malo que haya hecho Fidel Castro o de lo bueno o lo malo que haya sido hecho bajo su directa responsabilidad. Así, dejo en paz al hombre y me limito a la obra.
57 años de poder son muchos años y es difícil pretender que uno conozca todo lo que ocurrió en ese período. No obstante, como cualquier otro gobernante moderno, latinoamericano y dictatorial, a veces tiránico, es bastante seguro afirmar que a menudo hizo lo que quiso porque lo juzgó necesario, acertada o erradamente. Eso explica sus injusticias y desacierto, pero no los justifica. Lo mismo puede decirse de lo bueno que haya logrado. Sin duda lo creyó necesario y consecuentemente lo llevó a cabo.
Conozco un ejemplo representativo de la estupidez que en su arrogancia de saber todo ordenó que se cometiera en mi presencia. Estando yo en el Campamento de la Escuela al Campo (año 1968) llamado Santa Ifigenia por el lugar al sureste de la provincia de la Habana, el nombre de un antiguo latifundio, le escuché recibir una llamada telefónica en la que sin indagar mucho mandó arrancar con buldóceres una plantación de mamey rojo (pouteria sapota) y reemplazarla por otra de gandules (cajanus cajan).
Según él la plantación de estas leguminosas enriquecería de ciertos minerales la tierra. El problema es que una plantación de mamey rojo tarde de diez a 15 años en producir suficientemente y esta era una plantación ya en plena producción. Él pensaba y lo dijo que plantar cacahuetes permitiría mejorar el terreno para plantar después gandules una leguminosa muy alimenticia que es un plato favorito en Puerto Rico. Su decisión fue improductiva. Nadie la pudo objetar y la plantación de mamey colorado desapareció en plena y abundante floración, prometiendo una abundante cosecha del delicioso fruto.
Si alguien me preguntara qué reprochar a Fidel Castro fuera su proceder autocrático y posiblemente esa fue su mayor falta y su mayor poder.
Como todos los autócratas fue antidemocrático y por lo tanto dictatorial si no tiránico. Muy pronto demostró su política (no inventada por él) de no dejar enemigos vivos en la retaguardia. Y por cuenta de su autocratismo gobernó aislado de la realidad del cubano de a pie por el círculo que nunca dejó de rodearle que obviamente le traducía la realidad. Imagino que, a menudo protegiéndose de incurrir en su ira, que fue bien conocida.
La Cuba que llegó a gobernar y a menudo desgobernar Castro distaba mucho en 1949 de ser la taza de oro que las viejas generaciones de cubanos exiliados pretenden. Por eso es de justicia reconocer que, en los campos de la salud, la reivindicación de los derechos de la mujer, y en hacer que la educación hasta el nivel de la preparatoria que era obligatoria avanzó primero en cantidad de escuelas y en calidad y se mantuvo al menos en cuanto al número de escuelas abiertas. Mucho campesino estaba condenado en 1959 a echar la vida en el surco de tierra como labrador en condiciones cercanas a la esclavitud y el castrismo les abrió puertas a realidades más prometedoras. Muchas mujeres tenían poco o muy difícil acceso al liderazgo público y el castrismo le abrió la posibilidad casi infinita.
La cultura fue masificada y puesta al alcance de todos. Un espectáculo de ópera o ballet o de música sinfónica o culta costaba un peso cubano y a menudo podían verse artistas de máxima valía internacional y eso era exclusivo de la clase media alta que lo apreciara antes de 1959. La impresión de literatura, las competiciones para promover autores nuevos se multiplicaron rápidamente y esa era una oportunidad muy escasa y exclusivo fenómeno antes de 1959. Las escuelas de arte y de deportes a niveles técnicos altos proliferaron rápidamente como nunca antes. Los hospitales de urgencia y maternidad en medio del campo fue una novedad muy pronto. La división de las facultades de Ciencias Médicas en facultades provinciales de calidad muy rápidamente convirtió los hospitales provinciales civiles de antes en hospitales docentes de ahora y eliminaron las deficientes “Casas de Socorro” provinciales.
La divulgación cultural y el fomento del arte popular nunca había alcanzado en Cuba las alturas que alcanzaron en los últimos 57 años. Las artes y su desarrollo y fomento fueron una prioridad exitosa en el gobierno castrista, igual que los deportes.
Como en todo proceso gubernativo autocrático o dictatorial, el suyo tuvo un lado tenebroso y muy tenebroso que no hace falta que pase el tiempo y se calmen las pasiones para condenar. No sé si el disfrutó ordenando muertes y creando leyes que favorecieran los juicios sumarísimos e irregulares que aislaron en las cárceles a quien opinó o actuó en su contra o quien habiéndole apoyado se arriesgó más tarde a disentir.
Pienso que reprimir las iglesias, sobre todo la católica, acrisoló la calidad de la religiosidad. También pienso que favorecer el folklore afrocubano y sus creencias animistas fuera una movida comparable a la que los ocupantes norteamericanos hicieron al introducir masivamente los predicadores protestantes y evangélicos para erradicar el “papismo”, sin consentimiento popular al ganar la guerra del 1898. Pura maniobra política.
Llegó al gobierno sin un centavo y murió con una fortuna muy considerable dispersa por la banca del mundo y en forma de muchos bienes raíces de gran valor. ¿Cómo obró esa magia? Robando y beneficiándose indebidamente después de haber despojado a miles de sus propiedades por cometer el mismo crimen o intentarlo a fin de conservar las riquezas heredadas. Obviamente a la elite de la cumbre del gobierno no le fue aplicada la Ley de Delitos Contra la Economía Popular que a tantos infelices en un intento de sobrevivir la carestía o brutal escasez les llevó a la cárcel y hasta el paredón de fusilamiento.
¿Cuántos de los hijos de sus compinches y ”compinchas” pudieron salir al exterior a estudiar o tratarse médicamente y cuántos cubanos de a pie hubieran podido hacer lo mismo? La desproporción es enorme en contra de los segundos.
Así, el análisis pudiera continuar ocupando muchas páginas más.
Cómo concluir: Es bueno que se haya muerto este dictador al que la demencia le había hecho olvidar la inevitabilidad de a muerte. Que haya muerto, sin embargo, no asegura que las cosas serán mejores a partir de ahora. Si como imagino 57 años de miseria y represión son traumáticos y dañinos, ojalá que ese daño no sea el obstáculo principal para que Cuba salga adelante como mejor convenga a los cubanos de la Isla.
Que Fidel Castro ha sido un hombre notable, brillante políticamente, de los que no se encuentran más baratos por docenas, nadie lo puede negar, lo mismo por su crueldad y su arrogante iracundia como por su inteligencia y brillantez al sobrevivir a enemigo tan poderosos como los EE UU y a la misma Unión Soviética o a la República Popular China, con las que también tuvo épocas de discrepancias profundas y fuertes, tratando de mantener su soberanía absoluta. El hecho de que España, Francia, México, Suecia y Canadá lo apoyaran incondicionalmente todo el tiempo de su gobierno/desgobierno es una evidencia de su excepcionalidad y de la dificultad de condenarlo absolutamente sin distinciones y discernimientos.
Mis sufrimientos personales y los de mi familia si bien deseo y de hecho los perdono, me impiden regresar a Cuba. Las heridas fueron grandes y, desde mi perspectiva de víctimas, inolvidables. Por eso si las perdono, no me reconciliaré con la Cuba que de un modo u otro me negó la protección que el Estado me debía.