viernes, 1 de marzo de 2013

ANTE LA SITUACION ACTUAL DE LA IGLESIA EN VISPERAS DE LA ELECCION DE NUEVO PAPA, EMILIA ROBLES


Enviado a la página web de Redes Cristianas
En estos momentos, vísperas de elección de un nuevo Papa, nos encontramos ante una situación crítica. Crítica por el desprestigio de la Iglesia Católica Romana como institución; pero también, en diferentes países del mundo, por el desprestigio y el cuestionamiento de instituciones que regulan la convivencia; esto pone en riesgo los avances sociales hacia la Igualdad, la Dignidad y los Derechos Humanos; y resta capacidad a la Iglesia para colaborar activamente en esta tarea, junto con otras instituciones religiosas y civiles.
La Iglesia Católica, (sin menoscabo de otras Iglesias hermanas) por su propia Vocación y por la Misión que le ha sido encomendada, incorporando su propia Tradición secular, debe jugar un papel fundamental en la salvaguarda de la Paz con Justicia y Dignidad, con especial atención a los más pobres y excluidos. Tiene el encargo de proteger y cuidar la Creación, actuando responsablemente. Como Asamblea de hermanos en Cristo, inspirados por el Espíritu, que sopla donde quiere, tiene que cuidar la paridad, la caridad entre todos sus miembros y también al interior de la sociedad. Debe hacer visible el Amor y la Misericordia de Jesús, a través de sus actos y de su forma de estar y de comunicarse con las mujeres y hombres de nuestro tiempo, compartiendo sus gozos, sufrimientos y esperanzas.
Entendiendo que la Iglesia es también una sociedad humana, en la que desde el principio de las primeras comunidades hay luces y sombras, santos y pecadores, el tema que más nos preocupa ahora, son la estructura y dinámicas de relaciones en la Iglesia, incluso más allá del perfil del nuevo Papa y de otras reformas necesarias, aún cuando estos sean temas importantes.
La Iglesia, en su estructura jerárquica suprema se ha ido configurando de tal manera, que en estos momentos, en sus aparatos centrales de Gobierno se ha instalado la corrupción. Oscuros manejos del dinero, abusos sexuales o encubrimientos de los mismos, luchas sin escrúpulos por el poder, connivencias con otros poderes temporales; actuaciones muchas veces justificadas por una ética que se dice cristiana, pero que resulta maquiavélica, en la que los “santos” fines justifican medios depravados y, en ocasiones, delictivos y hasta criminales. A todo esto, como elemento que impide el saneamiento interno, se añade el secretismo; y, hasta hace muy poco la falta absoluta de colaboración con la justicia civil para perseguir el crimen y el delito en su interior. Se han dado tímidos pasos en este pontificado, pero queda mucho camino por recorrer. No dudamos de la generosa entrega de muchos cardenales y personas que constituyen la Curia, a nivel personal, pero ellos tienen que poder ente
nder que la gente de a pie, desde hace ya tiempo, vea a la Institución romana como una estructura totalmente alejada del mensaje evangélico y corrompida en sus entrañas.
Reconocemos que parte de las denuncias y de las críticas hacia miembros destacados de la Iglesia, pueden ser calumnias y estar alentadas por intereses espurios y muy alejados también de la búsqueda del bien común. Algunas también están motivadas por intereses financieros y luchas por el poder. Y hay que mantener la presunción de inocencia, mientras no se demuestra la culpabilidad de algunos sujetos. Sin embargo, hay ya constancia de que muchas denuncias responden a actuaciones constatadas deleznables, que si ya serían objeto de sanción civil o penal en el mundo secular, son piedra de grave escándalo en el interior de una estructura que se erige en defensora de una Verdad Moral. Y hay graves sospechas de alianzas entre universos financieros poco fiables y afectados de corrupción, con sectores de la Curia y del universo vaticano.
Ante esto lo prioritario es: sanear, limpiar, depurar, hacer más transparentes las relaciones; y lograr grandes consensos en el trabajo por la Misión evangelizadora-liberadora. No será posible sin grandes transformaciones en el complejo aparato eclesial. Cambios que deben estar inspirados en el seguimiento del Evangelio y en el discernimiento a la luz de los tiempos actuales.
¿Hay algo más? Sin duda: la Iglesia necesita otras reformas. Enunciaremos sólo algunas de las más demandadas y justificadas: en la misma manera de dialogar en su interior y con el mundo; en su capacidad de diferenciar entre la investigación teológica y la promulgación de doctrina; en su disposición a trabajar con otras personas, de diferente inspiración o tradición, por intereses sociales y ecológicos comunes; necesita afrontar el tema de renovación de los ministerios, porque miles de comunidades viven sin poder celebrar la eucaristía dominical por falta de presbíteros, las comunidades se vuelven pasivas por esta dependencia del sacerdote proveedor de todos los servicios, no afloran los dones y carismas que, sin duda el Espíritu pone en ellas, las mujeres se viven discriminadas y no reconocidas como iguales a los varones por su bautismo. Otros capítulos serían el de los divorciados y vueltos a casar; el tema de la paternidad y maternidad responsable, tan deficientemente abord
ado en el Vaticano II; la reflexión bioética, que no se debe detener en los extremos de la vida, sino contemplarla toda y en una relación continua; el gran tema de la guerra, la paz y las relaciones de explotación; seguir el camino a la unidad con otras iglesias cristianas y el nuevo e imprescindible camino del diálogo interreligioso.
Todo esto es importante y está relacionado con lo anterior, pero nada será creíble ni posible, por estupendo y lleno de buena voluntad que sea el Papa elegido, si no hay un cambio significativo en la estructura de Iglesia; si nuestra Iglesia no deja de ser “romana” y evoluciona hasta ser, de verdad, universal; si no se cierran las brechas actuales entre jerarquía y pueblo; entre clérigos y laicos, entre varones y mujeres. La Iglesia tiene que alejarse del autoritarismo y transitar hacia unas relaciones más fraternas y dialogales. Este cambio, aunque sea paulatino y lento, tiene que hacerse visible de forma continua, desde el día en que el nuevo Papa sea elegido hasta el final de su pontificado.
No nos atrevemos a decir qué edad tiene que tener el nuevo Papa, ni la procedencia geográfica, ni sus ideas particulares sobre algunos temas que nos preocupan. Pero si tenemos que pedir que tenga una capacidad de liderazgo fuerte, que tenga las energías suficientes durante su pontificado para cumplir con su papel de gobierno. Esperamos que fomente la colegialidad, que aliente la subsidiariedad, con visión amplia y conocimiento de lo que acontece en las Iglesia locales y con capacidad de intervención si fuera necesario. Queremos que sea una persona de dialogo y de escucha, que transmita un mensaje de Gozo y de Esperanza y que promueva la conciliaridad en la Iglesia. Que represente fuertemente a una gran parte de la Iglesia que tiene mucha fuerza y que no es europea.
Sabemos que estos cambios que la Iglesia necesita no los puede hacer un Papa solo. Ni siquiera, en las actuales circunstancias, podría salir elegido el más adecuado para avanzar en esta dirección, si no hay un cambio profundo en quienes lo eligen. Y mucho menos, mantener sus deseables propósitos de saneamiento eclesial a medio plazo.
En esta difícil y crítica situación, que puede ser fuente de oportunidades, rezamos por la Curia y por los cardenales, para que sean receptivos al Espíritu, para que experimenten conversión y se comprometan en una renovación que les compete de cerca, en la que a lo mejor tienen algo que perder para que la Iglesia pueda ganar; para que podamos avanzar en un proceso conciliar que necesita gestar amplios consensos y que demanda complicidad espiritual con los millones de cristianos y cristianas que quieren una Iglesia renovada, más acorde al espíritu de Jesús.
Estamos ante una renovación que no puede acabar con la elección de un Papa. Un gran cambio en el que todos y todas estamos llamados a implicarnos permanentemente.
El Espíritu también habla a través de millones de fieles, que con diversas voces y matices están expresando que aman a la Iglesia, pero que no pueden vivir ya más en esta Iglesia y ser testigos para el mundo de la Vida en abundancia que Jesús vino a traer para todos y todas; y nos habla también a través de personas no cristianas que miran a la Iglesia con tristeza o desconfianza.
Aunque aquel simbólico rayo tan fotografiado hubiera destruido la estructura del edificio Vaticano, la Iglesia de Cristo no hubiera perecido; eso nos tiene que dar que pensar. Hay estructuras y formas de concebir el Primado de Pedro, el aparato curial y otras relaciones eclesiales que son prescindibles. Y hay tareas urgentes en la Iglesia, que han de preceder y acompañar a otras que son importantes.
——————–
Estamos abiertos a sus reflexiones.
Seguimos unidos en la oración
Un cordial saludo
Emilia Robles

No hay comentarios:

Publicar un comentario