viernes, 5 de abril de 2013

PAPA FRANCISCO ¿INAUGURA EL TERCER MILENIO?


El Papa Francisco ¿inaugura el tercer milenio?

BoffEl primer milenio de cristianismo estuvo marcado por el paradigma de la comunidad. Las Iglesias tenían relativa autonomía con sus ritos propios: la ortodoxa, la copta, la ambrosiana de Milán, la mozárabe de España y otras. Veneraban sus propios mártires y confesores y tenían sus teologías, como se ve en la floreciente cristiandad del norte de África con san Agustín, san Cipriano y el laico teólogo Tertuliano. Ellas se reconocían entre si y, aunque en Roma ya se esbozaba una visión más jurídica, predominaba la presidencia en la caridad.
El segundo milenio se caracterizó por el paradigma de la Iglesia como sociedad perfecta y jerarquizada: una monarquía absoluta centrada en la figura del Papa como cabeza suprema (cefalización), dotado de poderes ilimitados y, por último, infalible cuando se declara como tal en asuntos de fe y moral. Se creó el Estado Pontificio, con ejército, con sistema financiero y legislación que incluía la pena de muerte. Se creó un cuerpo de peritos de la institución, la Curia Romana, responsable de la administración eclesiástica mundial. Esta centralización produjo la romanización de toda la cristiandad. La evangelización de América Latina, de Asia y de África se hizo dentro de un mismo proceso de conquista colonial del mundo y significó un trasplante del modelo romano, anulando prácticamente la encarnación en las culturas locales. Se oficializó la estricta separación entre el clero y los laicos. Éstos, sin ningún poder de decisión (en el primer milenio participaban en la elección de los obispos y del propio Papa), fueron jurídicamente y de hecho infantilizados y mediocrizados.
Las costumbres palaciegas de sacerdotes, obispos, cardenales y papas se afirmaron. Los títulos de poder de los emperadores romanos, comenzando por los de Papa y Sumo Pontífice, pasaron al obispo de Roma. Los cardenales, príncipes de la Iglesia, se vestían como la alta nobleza renacentista, y así ha permanecido hasta la actualidad, para escándalo de no pocos cristianos habituados a ver a Jesús pobre y hombre del pueblo, perseguido, torturado y ejecutado en la cruz.
Todo indica que este modelo de Iglesia se clausuró con la renuncia de Benedicto XVI, último Papa de este modelo monárquico, en un contexto trágico de escándalos que han afectado al núcleo de credibilidad del mensaje cristiano.
La elección del Papa Francisco, venido «del fin del mundo» como él mismo se presentó, de la periferia de la cristiandad, del Gran Sur, donde vive el 60% de los católicos, inaugurará el paradigma eclesial del Tercer Milenio: la Iglesia como vasta red de comunidades cristianas, enraizadas en las diferentes culturas, algunas más antiguas que la occidental, como la china, la india y la japonesa, las culturas tribales de África y las comunitarias de América Latina. Se encarna también en la cultura moderna de los países técnicamente avanzados, con una fe vivida también en pequeñas comunidades. Todas estas encarnaciones tienen algo en común: la urbanización de la humanidad en la cual más del 80% de la población vive en grandes conglomerados de millones y millones de personas.
En este contexto no será posible hablar de parroquias territoriales, sino de comunidades de vecindad, de edificios o de calles cercanas. Ese cristianismo tendrá como protagonistas a los laicos, animados por curas, casados o no, o por mujeres-sacerdotes y obispas ligadas más a la espiritualidad que a la administración. Las Iglesias tendrán otros rostros.
La reforma no se restringirá a la Curia Romana, en estado calamitoso, sino que se extenderá a toda la institucionalidad de la Iglesia. Tal vez solamente convocar un nuevo Concilio con representantes de toda la cristiandad dará al Papa la seguridad y las líneas maestras de la Iglesia del Tercer Milenio. Que no le falte el Espíritu.
[Traducción de Mª José Gavito]

martes, 2 de abril de 2013

EL PAPA: OTRA CARA Y OTRO CARIZ


 
Enviado a la página web de Redes Cristianas
El Papa Bergoglio no es un Papa o Patriarca, sino un Fratriarca: un Papa de gesto compungido y maneras sencillas, con su cruz pobre al pecho y su nombre del poverello Francisco de Asís y del misionero Francisco Javier. Frente a la rigidez o voluntarismo de los Papas europeos, el nuevo Papa Fratriarca se muestra cercano y predica/practica la fraternidad o hermandad, el amor fraterno como clave de bóveda del cristianismo esencial. Esperemos/esperamos que este sea el papado del fratriarcado cristiano.
El lema de este pontificado es “amor y fraternidad”, una fraternidad católica o universal, o más bien “unidiversal”, por cuanto reúne la diversidad que el propio Papa encarna como Fratriarca y no Patriarca de una Iglesia con carismas y crismas diferentes, aunque en torno al mismo crisma santo. El amor cristiano dice caridad, y la caridad dice amor fraterno. En efecto, el Dios cristiano no es el Padre del Antiguo Testamento, sino el Hijo-Hermano (Cristo) del Nuevo Testamento, que funda la fraternidad universal/unidiversal.
Cierto, podemos denominar a Dios padre, pero en el sentido que le otorga Jesús al llamarlo “papá” (abbá). El Dios de Jesús no es un padre patrón, es un padre materno y fraterno, un padre compasivo y misericordioso. Francisco de Asís y su actual homónimo papal entienden el cristianismo como la religión de la fraternidad, bajo la mirada amorosa del Dios evangélico.
Así que este Papa hispano y jesuita me cae bien y me resulta intrigante. Como hispano aporta la afectividad latina, como jesuita aporta la efectividad ladina. Su gestualidad y ropajes contrastan con la gestualidad hierática y los ropajes bordados del Papa Ratzinger, con perdón, pues no me imagino al argentino calzando zapatos de piel de becerro neonato como el alemán.
Y bien, algunos tachan al actual pontífice de conservador, pero yo espero que sea un conservador conversador o dialogador, que trate de hermanar el mundo y crear puentes entre sus habitantes, que es la específica labor de un auténtico Pontífice. En las redes virtuales, no siempre virtuosas, se critica al cardenal Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, por su posición dura contra el matrimonio homosexual, considerado por él como una especie de avatar diablesco (aunque para avatar diablesco el escándalo de la pederastia en la Iglesia). Al respecto del susodicho tema polémico, hace tiempo que vengo proponiendo llamar al matrimonio tradicional “matrimonio”, denominando al otro “fratrimonio” (homoafectivo), y dejando ya el término económico de “patrimonio” para fusiones bancarias y efusiones dinerarias.
El Papa como Fratriarca y no Patriarca de la Iglesia sería su gran apuesta ya incoada, y que puede realizar mejor que otros porque procede del tercer mundo y accede a la tercera edad, lo cual ajuntado ofrece un flanco compasivo y misericordioso. Lo de la alta edad media pontificia es también objeto de crítica, ya que la jerarquía eclesiástica parece una geriatría algo esclerótica, aunque para los que estamos en edad provecta pueda resultarnos intrigante. El peligro sin duda está en que la Iglesia acabe siendo una reliquia histórica o bien un relicario del pasado.
Quizás la mejor decisión del Papa Ratzinger haya sido su dimisión, quizás la mejor decisión del Papa Bergoglio haya sido su aceptación. Porque la dimisión de aquel y la aceptación de este pueden posibilitar un renacimiento de la Iglesia como “communitas” o comunidad, frente al viejo comunismo y al nuevo individualismo capitalista. La Iglesia católica tiene como gran tradición un comunitarismo que puede resultar negativamente tradicionalista, pero también positivamente personalista. Pues frente al individuo y a la comuna, la persona encarna al individuo comunitario.
La Iglesia tradicional ha pecado tradicionalmente de triunfalismo, olvidando su peregrinaje por este mundo como Iglesia pecadora. Mientras que el catolicismo ha entronizado a Pedro, el protestantismo ha entronizado a Pablo: Pedro representa la letra ritual o dogmática, Pablo representa la gracia y la libertad de espíritu. Sin embargo, nos queda la gran tarea teológica de recuperar el alma fraterna del cristianismo y de la Iglesia, simbolizada por el amor predicado por Juan. El amor frente a la incuria de la curia, la caridad frente al odio cainita, la fraternidad frente al fratricidio. La Iglesia precisa una apertura trascendental que es también una apertura a la trascendencia, pero a través de su humanización y encarnación cristiana.

sábado, 16 de marzo de 2013

AMNESIA COLECTIVA SOBRE PASADO DE RATZINGER


Amnesia colectiva

JJ Tamayo
Este artículo fue ya citado en un hilo el viernes pasado. Pero, por un error, no nos llegó ni lo encontramos en El País. Como Redes Cristianas, donde lo vimos por fin, no tiene posibilidad de comentarios lo reproducimos aquí hoy. Y para vencer la amnesia sobre la historia de los papas, recomendamos este interesante coloquio de ayer por la tarde en la SER: en La Ventana Carles Francino sobre historias de los papas, a partir de una novela sobre el papa Formoso 891-896. ¿Ponía el Espíritu Santo a esos papas en la sede de Pedro?.
Benedicto XVI fue elegido papa en abril de 2005 con 78 años. No se vio como algo atípico cuando lo era o lo hubiera sido en cualquier institución viva y activa. El anuncio de su dimisión, a punto de cumplir 86 años, empero, ha provocado, amén de una sorpresa generalizada, un alud  enfervorizado y enfebrecido de elogios, loas y parabienes de toda las sectores políticos y religiosos, empresariales y financieros, y de todas las tendencias ideológicas, desde los conservadores, pasando por los centristas, hasta los progresistas, que son quienes más encomiado la decisión papal. Los medios de comunicación de todo el mundo y de todos los colores ideológicos, incluso los más laicos,  se han sumado a este coro de discursos ditirámbicos pro-papales en un gesto de cuasi-unanimidad que no se había producido durante los casi ocho años de pontificado del cardenal Ratzinger.
Lo inesperado de la noticia ha provocado un deslumbramiento mental y sentimental en el imaginario social y en no pocos sectores críticos del catolicismo, que, repentinamente, han echado un tupido velo sobre su pasado episcopal, desde que fuera nombrado arzobispo de Munich, y papal, durante sus años de pontificado. El cierre de filas en torno al anciano papa y el reconocimiento a su labor se han convertido en un ejercicio de amnesia colectiva y de absolución general sobre los 36 años de poder que ejerció autoritariamente sin apenas épocas de armisticio. Su dimisión se ha presentado como una decisión normal justificable por la edad avanzada y la salud quebrada, que le absuelve de todo lo que hizo anteriormente. Y si se hace memoria de su pontificado, es  muy selectiva, teológica, evangélica, política y eclesialmente.
Por muy olvidadiza que sea la memoria colectiva –en este y otros muchos casos- hay cosas que no pueden colgarse en el perchero del olvido. No se puede olvidar la actitud inquisitorial del cardenal Ratzinger y de Benedicto XVI con sus colegas, los teólogos y las teólogas, desde que se hizo cargo del ex Santo Oficio, hasta su jubilación. Durante ese tiempo -más de seis lustros que, para algunos han sido una eternidad- juzgó, condenó, impuso silencio, censuró, expulsó de las cátedras, cesó como directores de revistas de teología o de información religiosa, suspendió a divinis, eliminó la libertad de cátedra, limitó la libertad de investigación, impuso su teología como pensamiento único, e incluso llegó a excomulgar a colegas por lo que subjetivamente creía eran errores y, laminó el pluralismo teológico con el consiguiente empobrecimiento para la teología.
Durante estos años ha humillado a las mujeres –mayoría en la Iglesia católica-, a quienes ha seguido negando la voz y el voto, les ha cerrado las puertas de acceso al sacerdocio, les ha negado los derechos sexuales y reproductivos, les ha impedido asumir puestos de responsabilidad, les ha impuesto una moral sexual represiva, no les ha permitido entrar en el ámbito de lo sagrado, las ha declarado en rebeldía y amonestado severamente –como en el caso de las Religiosas Norteamericanas- por seguir la voz de la conciencia y comprometerse con los empobrecidos. Las  mujeres han sido utilizadas, en fin, como sirvientas. Así seguirá tratándolas en su retiro el papa emérito Benedicto XVI, que tendrá a cuatro religiosas a su entera disposición. ¡Final patriarcal para el papa y humillante para las mujeres!
Juan José Tamayo es director der la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid. Su último libro esInvitación a la utopía (Trotta, 2012)

viernes, 8 de marzo de 2013

PRONUNCIAMIENTO ANTE LA RENUNCIA DEL PAPA BENEDICTO


 
La reciente renuncia de Benedicto XVI a su cargo como obispo de Roma, y por tanto al papado que ejerció desde el 19 de abril del 2005 y dejará el próximo 28 de febrero, ha provocado muchas y muy diversas reacciones en todo el mundo, por inédita al menos en los últimos 700 años de la historia de la iglesia católica.
En voz del propio papa, esta dimisión se nos presenta como resultado de un discernimiento libre y personal que tiene como principal argumento la incapacidad física y espiritual del actual pontífice para encarar los retos que el mundo de hoy presenta a la iglesia. Frente a ello, no pocos han elogiado el valor de Benedicto XVI al tomar esta decisión, mientras otros afirman que no pudo tomarla en el mejor momento, dado que deja a la institución católica en una situación de tranquilidad tras fuertes problemas que enfrentó en su interior y escándalos al exterior.
Sin embargo, desde diversas personas y organizaciones de fe, consideramos necesaria una valoración más profunda, transparente y crítica de este acontecimiento que tendrá implicaciones importantes para la vida de la iglesia y de la sociedad. Por ello ofrecemos un primer balance del pontificado del papa Joseph Ratzinger, un análisis de la situación actual de la iglesia y los retos que enfrenta, y la agenda de temas pendientes que consideramos no debe eludir el próximo papa, si quiere detener la involución eclesial que ha acaecido en el catolicismo las últimas décadas.
Balance del pontificado de Benedicto XVI
Cuando empiezan a surgir los primeros intentos de beatificación en vida del papa, característicos de toda transición papal, invitamos a no olvidar quién fue Benedicto XVI y cuál fue el saldo de su papado y de dos décadas al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que han dejado a la iglesia en deplorable situación frente al mundo moderno y al interior con tremendas luchas de poder.
¿Qué recordaremos de este papa?
• Que durante su función como prefecto de la congregación para la doctrina de la fe combatió acérrimamente las manifestaciones de la iglesia latinoamericana de liberación, la iglesia de los pobres, las comunidades eclesiales de base, el compromiso social y político de las y los cristianos, la pastoral indígena, el liderazgo de las mujeres; excomulgando y/o silenciando a un sin número de teólogos y teólogas en América Latina y el mundo, cerrando centros teológicos con vientos de renovación en muchos países de nuestro continente, atacando a los obispos que caminaron al lado de los pobres.
- Que todo ese tiempo y también durante su pontificado, tuvo conocimiento y encubrió múltiples y gravísimos casos de pederastia en la iglesia, permitiendo con ello la reproducción exponencial de este cáncer eclesiástico, en detrimento de la vida y dignidad de miles de niños y niñas abusados por sacerdotes. Aún cuando las pruebas eran irrefutables e inocultables, nunca actuó con la fuerza que ameritaba, no hizo justicia, no hubo una sola palabra de petición de perdón a las víctimas, no hubo reparación.
- Que dedicó su ministerio en El Vaticano a frenar todos los vientos de renovación eclesial propuestos por el Concilio Vaticano II en todos los ámbitos de la iglesia, cerrando las puertas de la iglesia frente al mundo, regresando a las viejas prácticas y ritos de la cristiandad, retrocediendo significativamente en el diálogo ecuménico e interreligioso y apartando en general la vida eclesial de las preocupaciones políticas, sociales, económicas y culturales de la época.
- Que siguiendo la estrategia de su predecesor, se ocupó de conformar episcopados nacionales conservadores, con obispos que, como en México, velan más por los intereses de las grandes personalidades políticas y económicas del país, que por el bien de su feligresía y del pueblo en general. En este sentido, se desentendió de la sangre de miles de mártires que ayer murieron por su fe a manos de gobiernos dictatoriales y hoy lo siguen haciendo a manos de un sistema económico neoliberal injusto y excluyente.
Los retos de la iglesia católica frente a la realidad actual
La iglesia católica enfrenta hoy una profunda crisis de credibilidad ante la sociedad y una igual crisis de identidad frente a sí misma. Decrece aceleradamente en número de fieles y sus estructuras y propuestas pastorales son cada vez más rígidas y retrógradas. La responsabilidad de esto cae sobre los hombros de Benedicto XVI y será un enorme reto para su sucesor.
Desde los sectores creyentes, pero también desde quienes profesan otras religiones o no profesan ninguna, crecen importantes demandas que, de buena fe, esperamos que el próximo papa esté dispuesto a escuchar y llevar adelante, rompiendo siglos de silencio e indiferencia. Por ello las enunciamos a continuación, esperando también que de éstas se hagan eco muchas gentes en todo el orbe:
1. Que la institución católica ponga fin a la política de encubrimiento de abuso sexual en su interior, haga constricción pública frente a las víctimas, modifique los mecanismos internos que posibilitan estas prácticas criminales.
2. Que la iglesia reconozca a mujeres y hombres como iguales en dignidad, y que fomente con acciones concretas la erradicación de la violencia y la discriminación de la que son objeto fuera y dentro de la institución eclesial.
3. Que reconozca la autonomía de las iglesias para organizarse, elegir a sus pastores y adaptar su praxis a las circunstancias concretas en que viven; que haya más democracia en la iglesia en la toma de decisiones.
4. Que se reforme el celibato obligatorio, haciéndolo opcional y se abra al interior de la iglesia un amplio debate sobre el sacerdocio de las mujeres, que permita avanzar en la superación de la discriminación que viven en la vida de las iglesias.
5. Que deje de atacarse la libertad de pensamiento y de reflexión teológica en la iglesia.
6. Que la iglesia asuma el compromiso de ser iglesia pobre y con los pobres, como intuyó el Concilio Vaticano II, despojándose del poder que no le permite acompañar a los pueblos en sus luchas de justicia y dignidad; que sea una iglesia cada vez más profética que denuncie las muchas injusticias que se viven en el mundo y deje de ser cómplice de ellas.
7. Que se apliquen las directrices emanadas del Concilio Vaticano II hacia una conversión y renovación profunda de la iglesia, para lo cual se convoque a un nuevo concilio donde todas y todos, y no sólo los obispos, tengan representación.
Somos conscientes que los escenarios de la próxima elección papal no nos son favorables, y que probablemente se siga perpetrando el retroceso eclesiástico y eclesial con el nuevo pontífice; porque creemos que la solución la haremos todos y todas, pueblo y jerarquía. Por ello convocamos a las y los creyentes y a todas las personas de buena voluntad, a participar activamente en esta transición eclesial católica realizando foros de análisis y reflexión sobre el rumbo de la iglesia, llevando a cabo amplias consultas sobre estos y otros retos urgentes, y haciendo llegar estas voces hasta las altas jerarquías católicas, con la esperanza de que nuestros gozos y esperanzas, tristezas y angustias no encuentren un corazón de piedra, sino un corazón de carne en los obispos próximos a elegir al sucesor de Benedicto.

viernes, 1 de marzo de 2013

ANTE LA SITUACION ACTUAL DE LA IGLESIA EN VISPERAS DE LA ELECCION DE NUEVO PAPA, EMILIA ROBLES


Enviado a la página web de Redes Cristianas
En estos momentos, vísperas de elección de un nuevo Papa, nos encontramos ante una situación crítica. Crítica por el desprestigio de la Iglesia Católica Romana como institución; pero también, en diferentes países del mundo, por el desprestigio y el cuestionamiento de instituciones que regulan la convivencia; esto pone en riesgo los avances sociales hacia la Igualdad, la Dignidad y los Derechos Humanos; y resta capacidad a la Iglesia para colaborar activamente en esta tarea, junto con otras instituciones religiosas y civiles.
La Iglesia Católica, (sin menoscabo de otras Iglesias hermanas) por su propia Vocación y por la Misión que le ha sido encomendada, incorporando su propia Tradición secular, debe jugar un papel fundamental en la salvaguarda de la Paz con Justicia y Dignidad, con especial atención a los más pobres y excluidos. Tiene el encargo de proteger y cuidar la Creación, actuando responsablemente. Como Asamblea de hermanos en Cristo, inspirados por el Espíritu, que sopla donde quiere, tiene que cuidar la paridad, la caridad entre todos sus miembros y también al interior de la sociedad. Debe hacer visible el Amor y la Misericordia de Jesús, a través de sus actos y de su forma de estar y de comunicarse con las mujeres y hombres de nuestro tiempo, compartiendo sus gozos, sufrimientos y esperanzas.
Entendiendo que la Iglesia es también una sociedad humana, en la que desde el principio de las primeras comunidades hay luces y sombras, santos y pecadores, el tema que más nos preocupa ahora, son la estructura y dinámicas de relaciones en la Iglesia, incluso más allá del perfil del nuevo Papa y de otras reformas necesarias, aún cuando estos sean temas importantes.
La Iglesia, en su estructura jerárquica suprema se ha ido configurando de tal manera, que en estos momentos, en sus aparatos centrales de Gobierno se ha instalado la corrupción. Oscuros manejos del dinero, abusos sexuales o encubrimientos de los mismos, luchas sin escrúpulos por el poder, connivencias con otros poderes temporales; actuaciones muchas veces justificadas por una ética que se dice cristiana, pero que resulta maquiavélica, en la que los “santos” fines justifican medios depravados y, en ocasiones, delictivos y hasta criminales. A todo esto, como elemento que impide el saneamiento interno, se añade el secretismo; y, hasta hace muy poco la falta absoluta de colaboración con la justicia civil para perseguir el crimen y el delito en su interior. Se han dado tímidos pasos en este pontificado, pero queda mucho camino por recorrer. No dudamos de la generosa entrega de muchos cardenales y personas que constituyen la Curia, a nivel personal, pero ellos tienen que poder ente
nder que la gente de a pie, desde hace ya tiempo, vea a la Institución romana como una estructura totalmente alejada del mensaje evangélico y corrompida en sus entrañas.
Reconocemos que parte de las denuncias y de las críticas hacia miembros destacados de la Iglesia, pueden ser calumnias y estar alentadas por intereses espurios y muy alejados también de la búsqueda del bien común. Algunas también están motivadas por intereses financieros y luchas por el poder. Y hay que mantener la presunción de inocencia, mientras no se demuestra la culpabilidad de algunos sujetos. Sin embargo, hay ya constancia de que muchas denuncias responden a actuaciones constatadas deleznables, que si ya serían objeto de sanción civil o penal en el mundo secular, son piedra de grave escándalo en el interior de una estructura que se erige en defensora de una Verdad Moral. Y hay graves sospechas de alianzas entre universos financieros poco fiables y afectados de corrupción, con sectores de la Curia y del universo vaticano.
Ante esto lo prioritario es: sanear, limpiar, depurar, hacer más transparentes las relaciones; y lograr grandes consensos en el trabajo por la Misión evangelizadora-liberadora. No será posible sin grandes transformaciones en el complejo aparato eclesial. Cambios que deben estar inspirados en el seguimiento del Evangelio y en el discernimiento a la luz de los tiempos actuales.
¿Hay algo más? Sin duda: la Iglesia necesita otras reformas. Enunciaremos sólo algunas de las más demandadas y justificadas: en la misma manera de dialogar en su interior y con el mundo; en su capacidad de diferenciar entre la investigación teológica y la promulgación de doctrina; en su disposición a trabajar con otras personas, de diferente inspiración o tradición, por intereses sociales y ecológicos comunes; necesita afrontar el tema de renovación de los ministerios, porque miles de comunidades viven sin poder celebrar la eucaristía dominical por falta de presbíteros, las comunidades se vuelven pasivas por esta dependencia del sacerdote proveedor de todos los servicios, no afloran los dones y carismas que, sin duda el Espíritu pone en ellas, las mujeres se viven discriminadas y no reconocidas como iguales a los varones por su bautismo. Otros capítulos serían el de los divorciados y vueltos a casar; el tema de la paternidad y maternidad responsable, tan deficientemente abord
ado en el Vaticano II; la reflexión bioética, que no se debe detener en los extremos de la vida, sino contemplarla toda y en una relación continua; el gran tema de la guerra, la paz y las relaciones de explotación; seguir el camino a la unidad con otras iglesias cristianas y el nuevo e imprescindible camino del diálogo interreligioso.
Todo esto es importante y está relacionado con lo anterior, pero nada será creíble ni posible, por estupendo y lleno de buena voluntad que sea el Papa elegido, si no hay un cambio significativo en la estructura de Iglesia; si nuestra Iglesia no deja de ser “romana” y evoluciona hasta ser, de verdad, universal; si no se cierran las brechas actuales entre jerarquía y pueblo; entre clérigos y laicos, entre varones y mujeres. La Iglesia tiene que alejarse del autoritarismo y transitar hacia unas relaciones más fraternas y dialogales. Este cambio, aunque sea paulatino y lento, tiene que hacerse visible de forma continua, desde el día en que el nuevo Papa sea elegido hasta el final de su pontificado.
No nos atrevemos a decir qué edad tiene que tener el nuevo Papa, ni la procedencia geográfica, ni sus ideas particulares sobre algunos temas que nos preocupan. Pero si tenemos que pedir que tenga una capacidad de liderazgo fuerte, que tenga las energías suficientes durante su pontificado para cumplir con su papel de gobierno. Esperamos que fomente la colegialidad, que aliente la subsidiariedad, con visión amplia y conocimiento de lo que acontece en las Iglesia locales y con capacidad de intervención si fuera necesario. Queremos que sea una persona de dialogo y de escucha, que transmita un mensaje de Gozo y de Esperanza y que promueva la conciliaridad en la Iglesia. Que represente fuertemente a una gran parte de la Iglesia que tiene mucha fuerza y que no es europea.
Sabemos que estos cambios que la Iglesia necesita no los puede hacer un Papa solo. Ni siquiera, en las actuales circunstancias, podría salir elegido el más adecuado para avanzar en esta dirección, si no hay un cambio profundo en quienes lo eligen. Y mucho menos, mantener sus deseables propósitos de saneamiento eclesial a medio plazo.
En esta difícil y crítica situación, que puede ser fuente de oportunidades, rezamos por la Curia y por los cardenales, para que sean receptivos al Espíritu, para que experimenten conversión y se comprometan en una renovación que les compete de cerca, en la que a lo mejor tienen algo que perder para que la Iglesia pueda ganar; para que podamos avanzar en un proceso conciliar que necesita gestar amplios consensos y que demanda complicidad espiritual con los millones de cristianos y cristianas que quieren una Iglesia renovada, más acorde al espíritu de Jesús.
Estamos ante una renovación que no puede acabar con la elección de un Papa. Un gran cambio en el que todos y todas estamos llamados a implicarnos permanentemente.
El Espíritu también habla a través de millones de fieles, que con diversas voces y matices están expresando que aman a la Iglesia, pero que no pueden vivir ya más en esta Iglesia y ser testigos para el mundo de la Vida en abundancia que Jesús vino a traer para todos y todas; y nos habla también a través de personas no cristianas que miran a la Iglesia con tristeza o desconfianza.
Aunque aquel simbólico rayo tan fotografiado hubiera destruido la estructura del edificio Vaticano, la Iglesia de Cristo no hubiera perecido; eso nos tiene que dar que pensar. Hay estructuras y formas de concebir el Primado de Pedro, el aparato curial y otras relaciones eclesiales que son prescindibles. Y hay tareas urgentes en la Iglesia, que han de preceder y acompañar a otras que son importantes.
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Estamos abiertos a sus reflexiones.
Seguimos unidos en la oración
Un cordial saludo
Emilia Robles

miércoles, 27 de febrero de 2013

EL HOMBRE QUE ESTORBABA BENEDICTO XVI


El hombre que estorbaba

MARIO VARGAS LLOSA 

http://elpais.com/elpais/2013/02/21/opinion/1361447726_090824.html

PIEDRA DE TOQUE. Benedicto XVI trató de responder a descomunales desafíos con valentía y decisión, aunque sin éxito. La cultura y la inteligencia no bastan para enfrentar el maquiavelismo de los intereses creados

No sé por qué ha sorprendido tanto la abdicación de Benedicto XVI; aunque excepcional, no era imprevisible. Bastaba verlo, frágil y como extraviado en medio de esas multitudes en las que su función lo obligaba a sumergirse, haciendo esfuerzos sobrehumanos para parecer el protagonista de esos espectáculos obviamente írritos a su temperamento y vocación. A diferencia de su predecesor, Juan Pablo II, que se movía como pez en el agua entre esas masas de creyentes y curiosos que congrega el Papa en todas sus apariciones, Benedicto XVI parecía totalmente ajeno a esos fastos gregarios que constituyen tareas imprescindibles del Pontífice en la actualidad. Así se comprende mejor su resistencia a aceptar la silla de San Pedro que le fue impuesta por el cónclave hace ocho años y a la que, como se sabe ahora, nunca aspiró. Sólo abandonan el poder absoluto, con la facilidad con que él acaba de hacerlo, aquellas rarezas que, en vez de codiciarlo, desprecian el poder.


No era un hombre carismático ni de tribuna, como Karol Wojtyla, el Papa polaco. Era un hombre de biblioteca y de cátedra, de reflexión y de estudio, seguramente uno de los Pontífices más inteligentes y cultos que ha tenido en toda su historia la Iglesia católica. En una época en que las ideas y las razones importan mucho menos que las imágenes y los gestos, Joseph Ratzinger era ya un anacronismo, pues pertenecía a lo más conspicuo de una especie en extinción: el intelectual. Reflexionaba con hondura y originalidad, apoyado en una enorme información teológica, filosófica, histórica y literaria, adquirida en la decena de lenguas clásicas y modernas que dominaba, entre ellas el latín, el griego y el hebreo.
Aunque concebidos siempre dentro de la ortodoxia cristiana pero con un criterio muy amplio, sus libros y encíclicas desbordaban a menudo lo estrictamente dogmático y contenían novedosas y audaces reflexiones sobre los problemas morales, culturales y existenciales de nuestro tiempo que lectores no creyentes podían leer con provecho y a menudo—a mí me ha ocurrido— turbación. Sus tres volúmenes dedicados a Jesús de Nazaret, su pequeña autobiografía y sus tres encíclicas —sobre todo la segunda, Spe Salvi, de 2007, dedicada a analizar la naturaleza bifronte de la ciencia que puede enriquecer de manera extraordinaria la vida humana pero también destruirla y degradarla—, tienen un vigor dialéctico y una elegancia expositiva que destacan nítidamente entre los textos convencionales y redundantes, escritos para convencidos, que suele producir el Vaticano desde hace mucho tiempo.


A Benedicto XVI le ha tocado uno de los períodos más difíciles que ha enfrentado el cristianismo en sus más de dos mil años de historia. La secularización de la sociedad avanza a gran velocidad, sobre todo en Occidente, ciudadela de la Iglesia hasta hace relativamente pocos decenios. Este proceso se ha agravado con los grandes escándalos de pedofilia en que están comprometidos centenares de sacerdotes católicos y a los que parte de la jerarquía protegió o trató de ocultar y que siguen revelándose por doquier, así como con las acusaciones de blanqueo de capitales y de corrupción que afectan al banco del Vaticano.


El robo de documentos perpetrado por Paolo Gabriele, el propio mayordomo y hombre de confianza del Papa, sacó a la luz las luchas despiadadas, las intrigas y turbios enredos de facciones y dignatarios en el seno de la curia de Roma enemistados por razón del poder. Nadie puede negar que Benedicto XVI trató de responder a estos descomunales desafíos con valentía y decisión, aunque sin éxito. En todos sus intentos fracasó, porque la cultura y la inteligencia no son suficientes para orientarse en el dédalo de la política terrenal, y enfrentar el maquiavelismo de los intereses creados y los poderes fácticos en el seno de la Iglesia, otra de las enseñanzas que han sacado a la luz esos ocho años de pontificado de Benedicto XVI, al que, con justicia, L’Osservatore Romano describió como “un pastor rodeado por lobos”.


Pero hay que reconocer que gracias a él por fin recibió un castigo oficial en el seno de la Iglesia el reverendo Marcial Maciel Degollado, el mejicano de prontuario satánico, y fue declarada en reorganización la congregación fundada por él, la Legión de Cristo, que hasta entonces había merecido apoyos vergonzosos en la más alta jerarquía vaticana. Benedicto XVI fue el primer Papa en pedir perdón por los abusos sexuales en colegios y seminarios católicos, en reunirse con asociaciones de víctimas y en convocar la primera conferencia eclesiástica dedicada a recibir el testimonio de los propios vejados y de establecer normas y reglamentos que evitaran la repetición en el futuro de semejantes iniquidades. Pero también es cierto que nada de esto ha sido suficiente para borrar el desprestigio que ello ha traído a la institución, pues constantemente siguen apareciendo inquietantes señales de que, pese a aquellas directivas dadas por él, en muchas partes todavía los esfuerzos de las autoridades de la Iglesia se orientan más a proteger o disimular las fechorías de pedofilia que se cometen que a denunciarlas y castigarlas.


Tampoco parecen haber tenido mucho éxito los esfuerzos de Benedicto XVI por poner fin a las acusaciones de blanqueo de capitales y tráficos delictuosos del banco del Vaticano. La expulsión del presidente de la institución, Ettore Gotti Tedeschi, cercano al Opus Dei y protegido del cardenal Tarcisio Bertone, por “irregularidades de su gestión”, promovida por el Papa, así como su reemplazo por el barón Ernst von Freyberg, ocurren demasiado tarde para atajar los procesos judiciales y las investigaciones policiales en marcha relacionadas, al parecer, con operaciones mercantiles ilícitas y tráficos que ascenderían a astronómicas cantidades de dinero, asunto que sólo puede seguir erosionando la imagen pública de la Iglesia y confirmando que en su seno lo terrenal prevalece a veces sobre lo espiritual y en el sentido más innoble de la palabra.


Joseph Ratzinger había pertenecido al sector más bien progresista de la Iglesia durante el Concilio Vaticano II, en el que fue asesor del cardenal Frings y donde defendió la necesidad de un “debate abierto” sobre todos los temas, pero luego se fue alineando cada vez más con el ala conservadora, y como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (la antigua Inquisición) fue un adversario resuelto de la Teología de la Liberación y de toda forma de concesión en temas como la ordenación de mujeres, el aborto, el matrimonio homosexual e, incluso, el uso de preservativos que, en algún momento de su pasado, había llegado a considerar admisible.


Esto, desde luego, hacía de él un anacronismo dentro del anacronismo en que se ha ido convirtiendo la Iglesia. Pero sus razones no eran tontas ni superficiales y quienes las rechazamos, tenemos que tratar de entenderlas por extemporáneas que nos parezcan. Estaba convencido que si la Iglesia católica comenzaba abriéndose a las reformas de la modernidad su desintegración sería irreversible y, en vez de abrazar su época, entraría en un proceso de anarquía y dislocación internas capaz de transformarla en un archipiélago de sectas enfrentadas unas con otras, algo semejante a esas iglesias evangélicas, algunas circenses, con las que el catolicismo compite cada vez más –y no con mucho éxito— en los sectores más deprimidos y marginales del Tercer Mundo. La única forma de impedir, a su juicio, que el riquísimo patrimonio intelectual, teológico y artístico fecundado por el cristianismo se desbaratara en un aquelarre revisionista y una feria de disputas ideológicas, era preservando el denominador común de la tradición y del dogma, aun si ello significaba que la familia católica se fuera reduciendo y marginando cada vez más en un mundo devastado por el materialismo, la codicia y el relativismo moral.


Juzgar hasta qué punto Benedicto XVI fue acertado o no en este tema es algo que, claro está, corresponde sólo a los católicos. Pero los no creyentes haríamos mal en festejar como una victoria del progreso y la libertad el fracaso de Joseph Ratzinger en el trono de San Pedro. Él no sólo representaba la tradición conservadora de la Iglesia, sino, también, su mejor herencia: la de la alta y revolucionaria cultura clásica y renacentista que, no lo olvidemos, la Iglesia preservó y difundió a través de sus conventos, bibliotecas y seminarios, aquella cultura que impregnó al mundo entero con ideas, formas y costumbres que acabaron con la esclavitud y, tomando distancia con Roma, hicieron posibles las nociones de igualdad, solidaridad, derechos humanos, libertad, democracia, e impulsaron decisivamente el desarrollo del pensamiento, del arte, de las letras, y contribuyeron a acabar con la barbarie e impulsar la civilización.


La decadencia y mediocrización intelectual de la Iglesia que ha puesto en evidencia la soledad de Benedicto XVI y la sensación de impotencia que parece haberlo rodeado en estos últimos años es sin duda factor primordial de su renuncia, y un inquietante atisbo de lo reñida que está nuestra época con todo lo que representa vida espiritual, preocupación por los valores éticos y vocación por la cultura y las ideas.